22 de enero de 2015 | Miguel Ángel Gálvez Toro
En un lugar llamado tierra
PORQUE EL UNIVERSO SERÍA LA CONTRAPARTIDA TETRADIMENSIONAL DE UNA ESFERA: UNA HIPERESFERA
Fotografía de Charles C. Ebbets (1.932)
(Dedicado a todos los esfínteres desgarrados gracias al Amor Universal)
Cuando los Curie comunicaron a la Academia de Ciencias de Francia sus sospechas sobre la existencia de un nuevo elemento radiactivo, el radio, “mezclado con toda seguridad, con una considerable proporción de bario”, -este elemento, de mayor notoriedad que el polonio, estaba abocado a condicionar decisivamente el futuro de la humanidad-, aún nadie lo había visto materialmente, y creer es materia de fe. ¿Cómo admitir que existe una sustancia que emite luz, calor y energía sin que se altere su materia?, decían los físicos, sabiendo las intricadas consecuencias que tendría esa afirmación. Para comprender la nueva realidad estarían obligados a revisar hasta los últimos fundamentos de la física que estaban sólidamente asentados en la mente de todos. ¿Cuál es el peso atómico del radio?, preguntaron los químicos sin dejar la puerta abierta a otra cosa que no fuera la formulación de una hipótesis bien enunciada. A pesar de todos los pesares, tal vez fuera la obstinada voluntad de Marie, o más bien, el sentido práctico femenino, más amigo de las realidades tangibles que de las hipótesis especulativas, insistieron en el reconocimiento de las propiedades de la radiación: intensidad, cómo alteran el entorno, etc, como paso previo al aislamiento del nuevo elemento.
Una persona que no se precie de ser conocedora de las preferencias literarias de su amigo, o de cómo servirle un güisqui, o sobre qué lado reposa su costado al dormir, o de qué color son sus ojos no es un buen amigo ni es nada, pensó. La metamorfosis, o El Gran Teatro Integral de Oklahoma”, ¡qué gratos recuerdos le traían! Decidió que volvería a releerlos. Mientras tanto se encontraba absorto en medio de la Amazonía con Isabel Allende buscando La Ciudad de las Bestias, pero la invitación le hizo imposible resistir la tentativa de sumergirse nuevamente, a través de esta biblioteca universal que le brindaba la red, en el mundo irreal que le presentaba el autor a manera de relatos cotidianos: “…Cuando se le ofreció un cargo sin afinidad a las aguas, la sola idea lo enfermó, su aliento divino decayó y su broncíneo torso comenzó a jadear. Lo cierto era que nadie tomaba muy en serio las quejas de Poseidón, pero cuando alguien de su poderosa talla se lamenta, por lo menos se debe simular que se lo escucha, aunque sea una situación sin perspectivas. Realmente, nadie pensaba en separar a Poseidón de su cargo; desde los orígenes estaba destinado a ser el dios de los mares y eso no podía ser modificado...” Y es que, cuando los recuerdos surgen de la memoria, ya no se puede parar. Otro buen amigo que tengo me contó que durante una de las primaveras de 1991 la curiosidad imprudente lo hizo levantarse repentinamente para, de manera irreverente, dejar plantado al cordero con cuscús recién servido sobre la mesa a recaudo de sus pomposos anfitriones; buscaba mezclarse entre el alboroto de chilabas y burkas para recibir en primera persona la realidad de la que le alejaba aquel moruno restaurante, colonial, ubicado tajantemente e imponiéndose sobre lo “liviano”. El forastero abandonó la seguridad de su techo y corrió hacia un rebaño tumultuoso, que se encontraba en estampida radial y con los ojos saltones, observando cómo un gendarme desaliñado saltaba al aire intentando recolectar, antes de que llegaran al suelo hambriento, las piezas desordenadas del cartón de Marlboro que el niño descalzo lanzó hábilmente un segundo antes para deshacerse de la garra de su oficializado atracador. Aquel instante, que nació sin pulmones, perdura; aún respira. Fueron pocas las miradas que se cruzaron durante el corto trayecto de vuelta al comedor; las cabezas se escondieron bajo las capuchas y pañuelos y todos los ojos iban desapareciendo a medida que la multitud volvía a marchar desordenada. Allí, solo, sólo pudo sentir vergüenza: la suya, y la del resto de sombras mudas que le rodeaban. La oportunidad de la fortuna, en forma de mano troglodita, inquisidora, agarró la cabeza del cordero, aún humeante, y, hundiendo sus dedos en las cuencas, lo libró de aquella mirada. El grupo de expertos seguía comiendo en la mesa contigua, intentando dar solución al "logaritmo neperiano de base dos" surgido como resultado del planteamiento erróneo de un problema irresoluto.
Comentarios
hhh
24-01-2015 23:17:28
Se me ha caido el alma al suelo
hhh
24-01-2015 23:17:28
Se me ha caido el alma al suelo
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