22 de diciembre de 2014 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Ese vende un loro
Honoré Daumier: Gran escalinata del palacio de justicia
Todos hemos oído alguna vez la expresión “¡Ése vende aire!”, aplicada a quien aparenta más de lo que realmente es.
Para el año que entra tengo el propósito de enriquecer mi léxico con algunas de esas expresiones que con tanto arte manejaban nuestros padres, y que añadían un toquecito de sal y sabiduría a cualquier gustosa conversación.
La Paremiología se ocupa de los dichos, frases hechas y refranes que son gala y ornato de las lenguas.
Las fuentes de que se nutre esta disciplina son muy abundantes; entre otras las fábulas, la Historia, los cuentos populares, y las experiencias propias y ajenas.
Acerca de las diferencias que separan a la copla del refrán decía Rodríguez Marín que "La copla es un latido del corazón y el refrán es un chispazo del entendimiento. La copla siente y el refrán piensa. La copla es siempre joven y el refrán nace viejo. La copla es comprensiva y el refrán inflexible (…)
Hechos por el pueblo y sancionados por el pueblo al correr de los años, se nos ofrecen los refranes como verdaderos monumentos del idioma. Y hemos de aceptar sin sorpresa este resultado, después de considerar que pueblo no quiere decir plebe, ni ausencia de cultura, sino "anonimato" consciente, saturado de una visión más o menos intuitiva de la realidad, que deduce reglas, destaca principios y señala leyes naturales, como resultado de la experiencia y de la observación (…)
El cuerpo de los refranes tiene una morfología característica. Fue moldeado en los talleres de la espontaneidad y de la llaneza; buscó ritmos que le asentaran con facilidad en la memoria y modalidades de expresión que despertaran interés y atractivo en la voluntad; se vistió de galas retóricas tan ingenuas y sencillas como las corolas y los perfumes que nos deleitan en las flores silvestres”.
Hace unos días mi paisana Mª del Carmen me explicó el porqué de una frase hecha. Si lo que pretendía era librarme del corsé que a menudo impone la “mala sombra” de un agorero y acercar distancias a mi interlocutor, lo más acertado sería echar mano de la expresión que tanto utiliza ella, de ese animoso “¡podemos!” del “¡Todo se andará!”
Hoy quería corresponder a ese favor de amistad y dar la explicación de “Ése vende un loro”, expresión que se escuchaba a menudo en la Isla de Cuba, “dicha siempre de quien promete mucho más que cumple”, y la anécdota que la originó. Al parecer, un indiano venido a menos, con la urgencia de dar el consabido “golpe de bragueta”, puso a la venta un loro en un anuncio de prensa donde se encarecía la belleza del pájaro y la alcurnia de su propietario. El resultado, contrario a la intención que perseguía, quedó impreso en la memoria colectiva para aviso de navegantes.
Y es que de semejantes vendedores de volátiles no se libra ningún tiempo ni ninguna sociedad.
En un pasado glorioso de nuestro pueblo hubo unas lindas hermanitas que, cuando alguien les preguntaba por la profesión de su padre, solían responder con una leve caída de párpados: “Papaíto tiene minas”. Respuesta que les valió el consabido remoquete.
Que nada es mentira o verdad, y que todo lo relativiza la propia percepción del individuo y lo que él mismo se valore; y así otra de aquellas entrañables vecinas, que se ayudaba a malvivir con un puesto de pipas y un trocito de tierra donde cultivar, decía de su distinguida familia que “reinaba en los tres Ministerios: Agricultura, Industria y Comercio”. Y quizás llevara razón, aunque haya quien diga que los andaluces somos un puntillo exagerados.
Y para terminar tan volatinera digresión ahí lleváis mis regalitos, que para el año que entra seguirán estando de actualidad:
─ ¿Adónde vais, leyes? A donde queréis, reyes.
─ En gran río, grandes peces nadan; en un charco, sólo ranas.
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