21 de diciembre de 2014 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Extraños
Cuadro de José Cándido Carballo Santiago
“Apaguen móviles, abróchense los cinturones
Y coloquen el asiento en vertical
Así empezó la más enorme de las lecciones
De una Julieta presa de una vida vertical…”
Así empieza la letra de una novedosa versión de “Romeo y Julieta”.
Su intérprete: “El Niño de la Hipoteca”, abanderado musical.
─ “Cuando yo nací, ya estaba todo inventado…” (Principio de un cuento).
¡Se enamoran nuestros hijos, señores! Quién lo diría, presos que les creíamos en el hechizo de la sociedad de consumo, convencidos de que el Banco de España era su segundo hogar; deseando acabar la fastidiosa tarea de clase para andar pegados a la pantalla del televisor; ávidos de noticias monstruosas; futuros consumidores de orondas hamburguesas, de la salsa rosa y del amarillismo virtual…
Poetas, cantad, sin que se tuerzan los versos, la victoria del amor.
La poesía anda, a día de hoy, escalando por tupidas enredaderas de madreselvas, empapada de emoción. Estaba cansada de mear en colores y se echó a la calle para disfrutar. Se ha quedado a vivir con una parejita de tórtolos que se pasan el día arrullándose.
Teólogos, ensayad con el debido respeto las oraciones.
Aquí la obra de un dios. Aquí la fruta prohibida ─manzana, pera, naranja, mango…─ que es milagro y perfección; memoria de un mundo perfecto que un ser de bondad soñó. El amor lo traspasa todo hasta llegar a las raíces. Tan obstinado como un dios…
Padres, abuelos, amigos, hermanos… parad por un momento el reloj. Dejad los horarios fijos a un lado, y el reglamento de horas, y ese loco caminar… El amor no tiene horario, ni utilidad, ni reglamentos, ni categoría, ni estamento; es algo serio, no banal…
Orfebres, músicos, escultores… ¡Os presento a los enamorados! ¡Aquí vuestro modelo a imitar! Los encontraréis, como luminoso relámpago, sentados en las escalinatas de la Piazza di Spagna, lanzando una moneda en la fuente de los deseos, en el barrio de Santa Cruz, entre el bullicio de la gente, en la agradable soledad de un umbrío callejón…
Hasta en El Corte Inglés los encontramos, donde ya todos los productos son chinos, indios o coreanos, y no queda ni un ápice de originalidad.
Aquí el amor, en sus infinitas versiones, como traje de gitana que lanza su vuelo al aire y no deja de retozar a la ardiente llamada de unos crótalos.
Cuánto Romeo y Julieta felizmente sueltos, cuánta Isolda y Tristán…
En tiempos fueron dos extraños, y hoy son cual siameses que compartieran un mismo pulmón.
Hay un relato de Álvaro Cunqueiro que os quería regalar. Su título: “Tristán García”. Es la historia de uno de aquellos jóvenes que fue a León, a cumplir el Servicio Militar, y compró en un quiosco La verdadera historia de Tristán e Isolda, “con los amantes muy abrazados en la portada, por una peseta y cincuenta céntimos”.
Buscaba Tristán García a su amadísima Isolda.
Un día lo llamó el sargento Recuero y le dijo que en Ventas de Baños había una viuda con ese nombre.
Era la tal Isolda una anciana churrera, con hermosos ojos negros, la piel tersa, y las manos muy graciosas, a la que fue a ver Tristán en uno de sus días de asueto:
─ ¡Es que yo soy Tristán! ¡ Venía a conocerla!
La viejecita cerró los ojos y se agarró al mostrador para no caer. Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.
─ ¡Tristán!¡Tristán querido!─ pudo decir al fin─¡Toda mi juventud esperando a conocer a un mozo que se llamase Tristán, como el de Isolda: ¡Y como no venía me casé con un tal Ismael!
Tristán, serio y respetuoso, saludó militarmente y se retiró hacia la estación a esperar el primer tren para León. Cuando ya subía al vagón de tercera, apareció la señora Isolda, quien le entregó un paquete de churros. No se dijeron nada. Cosas así solo pasan en los grandes amores.
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