10 de diciembre de 2014 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Ligeros de equipaje

 Cuadro de José Cándido Carballo Santiago
Cuadro de José Cándido Carballo Santiago
Según Oscar Wilde “Hay dos mundos: el que existe sin que se hable de él (…) y se le llama el mundo real porque no hay necesidad de hablar de él para verlo, y el otro, el mundo del arte, del que es preciso hablar, pues sin ello no existiría”.
Como dice el poeta J. A. Ramírez Lozano todo nace de la necesidad del individuo de expresar ideas, vivencias, situaciones excepcionales, noticias,… que una vez plasmadas, más o menos artísticamente, se presenta bajo los distintos formatos de cuento, canto, relato…
Todas son variantes, vertientes de una misma cosa, episodios de conciencia del hombre ubicado en su tiempo y en su mundo.
La lírica ─en sus comienzos épico- lírica, como los “eddas” poéticos, el romance, la cançó provenzal…─ es un canto tamizado por un sentimiento íntimo. Y es que, como diría Wilde, “nada hay en el intelecto que no haya pasado antes por los sentidos”.
Cuánta épica cotidiana enredada, cual la yedra, en el devenir de los días:
“Me registro los bolsillos desiertos/ para saber dónde fueron aquellos sueños./ Invado las estancias vacías/ para recoger mis palabras tan lejanamente idas. /Saqueo aparadores antiguos, / viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,/ estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachiller/ pero nadie me dice quién fui yo”. (M. Labordeta)
“Pantalón cortito/ bolsita de los recuerdos”, que cantaba el gaucho Jorge Cafrune para que nos invadiera la emoción.
Algunos alumnos tuve que hicieron de la poesía una fórmula de vida, que rellenaban libretas para dar cauce a su emotividad; otros que, por determinadas razones, la rechazaban como forma de expresión, considerándola una fórmula meliflua, ampulosa y diletante, de poco sentido práctico y de un gran componente de cinismo y “falsedad”.
Uno de los reticentes a este tipo de explicaciones un buen día me argumentó:
─ Profesor, usted que habla tanto de sus amigos, los poetas, de la belleza de la poesía, y de su “autenticidad”, no me podrá convencer de que los poetas sean buena gente. No es verdad. En casa hay uno, que es mi tío, que es más malo que un dolor. Todos sus desmanes los “disimula” escribiendo y justificándose ante los demás.
Fue así que caí en la cuenta de que, a menudo el lector─ oyente─ espectador se identifica con una melodía, una pintura, o una manera de decir, y no hay ninguna otra realidad que varíe su pensamiento, o cambie su percepción.
Y es que si nos pusiésemos a pensar en la vida disoluta que llevaron algunos artistas, como el famoso Benvenutto Cellini, habría mucha leña que cortar...
Cuando comenzó nuestra guerra “incivil” hubo un poeta que paseaba arrogante por Madrid, luciendo un pistolón. Cuando Ramón Gómez de la Serna vio pasar de esta guisa al poeta Pedro Luis Gálvez creyó que había llegado el momento de emigrar. Pasado un tiempo el citado individuo, condenado a morir en garrote vil, creyó oportuno dedicar un soneto al Caudillo victorioso. Gálvez era, al parecer, tan mala persona como excelente poeta. Y ni una cosa, ni la otra, le ayudaron a vivir.

La respuesta de aquel joven al que me refería concitó la simpatía del grupo, al ser formulada con arrolladora vehemencia juvenil. No se me ocurrió cosa que decir sino suponer en toda expresión artística una buena intencionalidad, aunque ésta no esté libre de errores, de pecados de “humanidad”, como ya apuntaba el sacerdote que solía prevenir a los fieles contra él mismo: “¡Hijos míos, vosotros haced lo que yo digo, pero no hagáis lo que yo hago!”.
Y es que al artista, a esa especie de “raro” tocado por el genio, no se le debería pedir que siga un canon, ni que se guíe por la rutina, ni que se ajuste a determinadas leyes, como hacemos los demás.
Hace unas fechas leí una preciosa anécdota referida al músico Giuseppe Verdi, autor de obras geniales, considerado un héroe del Risorgimento italiano, una importante seña de identidad de la Italia reunificada y un líder de los movimientos revolucionarios.
Tras la temprana muerte de su mujer y de sus hijos, a causa de la meningitis, el músico entró en una honda depresión que le impedía retomar sus trabajos habituales. Fue en esta horrible situación que un empresario le insistió para que pusiera música a un libreto del poeta Temistocle Solera.
Al llegar a su apartamento Verdi tiró sobre la mesa el manuscrito. Y quiso el azar que el libreto se abriese por una página que al instante se le quedó grabada en la mente, aquélla que empezaba con el verso: “Va, pensiero, sull´alli dórate” (“Ve, pensamiento, sobre alas doradas”).
Esa misma noche leyó aquel libro que hablaba de Nabucodonosor, el rey que tiranizó al pueblo judío, trasunto de la tiranía que Italia padecía a manos de los austriacos.
No creo equivocarme si digo que todos nos sentimos más cercanos a los demás, más íntimos, cuando acarician nuestros oídos aquellas notas magníficas del Coro de los Esclavos:
Oh mia patria si bella e perduta.
Así lo debían sentir aquellos patriotas italianos que pintaban las paredes con una frase en clave: “¡Viva Verdi!; o lo que es lo mismo “¡Viva Vittorio Emanuelle Re d´Italia!”.
Llegados a este punto yo sólo quería decir, acaso ingenuamente: ¡Larga vida a los poetas, aunque no todos sean adorables¡ ¡Bravo por la poesía y por la música, que pese a cualquier defecto, me enseñaron a amar y me hablaron de lo que este mundo tiene de humano, de divino, de generoso, de entrañable!¡Hurra por quienes andan por la vida ligeros de equipaje!
Y pongo por colofón uno de aquellos poemas de mis alumnos de primaria. Muchas veces lo recito, como si fuera una oración. Ya me dirás si leyéndolo no te remontas a tus orígenes, a los juegos sin malicia, a tu auténtica raíz, a ese paraíso de la infancia de donde nunca debimos salir:
“El gallo por la mañana/ canta Kikirikí/ y yo, desde mi ventana/ me siento muy feliz./ El gallo busca a su hembra/ y yo, mi calcetín/ y a la luz de la luna/ río y río sin fin.// En el gallinero azul/ el gallo canta una rumba/ y su hembra le aplaude/ sentadita en su penumbra// El gallo, por la mañana/ canta Kikirikí/ y yo , desde mi ventana/ me siento muy feliz…
Que te rías mucho en esta vida, que seas esa nota de alegría en tu casa y en tu gente, y que lances, rebelde, al viento un ilusorio kikirikí.
 
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