8 de diciembre de 2014 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Amor y pedagogía

Goya, la Gigantillas
Goya, la Gigantillas
Qué avidez de aprender y comunicar cosas interesantes tiene Mari Pepa, la señora que conocimos en Sanlúcar.
En los gestos y en el rebuscar de la memoria qué pasión. Como niño en pastelería. Todo lo que no pudo conocer de pequeña ahora se le ofrece a manos llenas. Qué alegría de datos y qué sutil y florida su imaginación.
Ahora resulta que su pueblo no son casas, personas y río, sino mucho más. Son Historia con mayúsculas, personajes, cultura, políticos, embajadas extranjeras, escritores, apellidos, edificios...
Qué codicia y qué placer de sentirse conocedora, frente a los paisanos de su Barrio Alto, que no comprenden que ella esté en un club de lectura; ella, que lee para no tomar somníferos; pero la novela negra no, que tanto sufrimiento y maltrato no los sobrelleva bien...
Su marido la maltrató; murió hace pocos años, pero ya no quiere pensar en eso ¡Y vuelta otra vez a la alegría de los datos, a aquellos japoneses que estuvieron quince días en Sanlúcar antes de subir por el río hasta Coria; y luego Fernán Caballero, que vivió en aquella casa convertida ahora en tienda de regalos; y el origen francés del apellido Bretones; y mil cosas más…
─ ¿Sabéis dónde tomar las mejores tortillitas de camarones y dónde podéis comprar pescado fresco? La manzanilla es mejor llevarla en botella o en garrafa de cristal...
La miga estaba detrás de la librería San Francisco, en la calle de San Luis. Su padre era analfabeto; encargado de las máquinas del barco. Le pagaban poco porque no sabía leer; pero no era un hombre borracho, como acostumbraban a ser los marineros. Con lo poquito que le sobraba fue y le compró un libro de Mickey Mouse y ella, con tan sólo seis años se lo leía correctamente en voz alta, igual que leía los títulos de los libros que lucían en los escaparates. Qué orgulloso se ponía su padre.
Cuando llega al Colegio de Adultos siempre dice: “A mí ponerme a leer la primera, que se me olvide lo que dejo detrás...”
Que lo que ella deja en su casa son sus dos hijos malitos. Porque los que están sanos ya volaron lejos: al País Vasco, a Jerez...
─ Tengo ya setenta y seis años, y las manos dobladas por el reúma; no soy la misma de antes, pero ya ves…
Suerte tienen esas criaturas de tener una madre tan llena de vida. Dios la guarde muchos años.
Si en lugar de mujer fuese árbol Mari Pepa sería el árbol del amor, o uno de esos de copa ancha, hechos para que aniden los pájaros. Porque lo que Mari Pepa regala, a manos llenas, es su inagotable generosidad.
Su pasión por aprender y su ilusión por enseñar a quienes no han nacido sabios, son el mejor antídoto que un pueblo puede tener contra la falta de elegancia, la intransigencia, la incultura, la desidia, la intolerancia, la vacuidad y la estricta ley del palo.
***
Entretente un ratito en mirar cómo entran y salen las hormigas de su agujero. Te apetecerá saber que una piedra o un zapato no es obstáculo tan imposible de salvar. Hasta allá subirán todas, en animosa cordada o en beata procesión, separadas unas de otras por un hueco diminuto. Las hormigas, como yo mismo, y como tú, se protegen de las adversidades con un duro caparazón. Nos parecemos tanto a ellas que incluso vestimos de frac.
A nivel individual las hormigas ─como tú y como yo─ son un puro “don nadie”; pero en armonía con sus congéneres siempre les sale a flote su gran espíritu constructor:
“HOMBRES/ sobre hombros / de otro hombres; / Hombres/ con hombros/ para otros hombres; / Hombros, / Hombres, / Hombros.../ Torres.
/ / Un día ya no habrá estrellas lejanas/ ni perdidos horizontes”.
“Torres” es un poema de León Felipe. Mi amigo Paco Soriano lo encontró escrito en una pared cuando era Delegado de Educación. Envió a los técnicos a reformar aquel colegio en una aldeíta de Jaén, pero el poema que escribió en la pared aquel humilde maestro quedó allí, inamovible, como símbolo de lo que es capaz de soñar un hombre bueno. Y de lo que debiera de ser…
Paco Soriano es uno de esos viejos luchadores que cree honradamente en el poder constructor de las ideas y en cualquier proyecto de sociedad en que el hombre viva en armonía consigo mismo, con sus congéneres, y con todo aquello que le rodea.
 
Azulejo
     
 
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