3 de diciembre de 2014 | Joaquín Rayego Gutiérrez

La mala memoria del mar

La primera vez en todo tiene un “sabor” especial; un sabor tan tierno y dulce que sólo el paso del tiempo le pone un regusto a sal.
Recuerdos, velados por la ternura, de aquellos primeros amigos; de las primera lecturas; de la vez primera que vimos el mar.
Supongo que la primera vez que lo vi nada me parecería tan nuevo que no hubiese imaginado: la suavidad de la arena, la alegría de dar saltos, lo fría que estaba el agua, la sensación de inmensidad…
Al mar que baña Marbella lo conocí gracias a una Antología literaria que teníamos en la “Academia de Doña Felisa”, y a los versos de Góngora, un insigne cordobés, que me hablaran de un remero “amarrado al duro banco”.
Del mar de Cádiz, qué podría yo decir que no hubiera escrito Alberti:
─“Gimiendo por ver el mar, / un marinerito en tierra/iza al aire este lamento: / “¡Ay, mi blusa marinera/ siempre me la inflaba el viento/ al divisar la escollera.”
En los pasados días de sol no tuve más remedio que pensar en ese alegre “torerillo” nacido en los Puertos de Cádiz:
─“¡Tan bien como yo estaría/ En una huerta del mar/ contigo, hortelana mía!/ En un carrito tirado/ por un salmón, ¡qué alegría/ vender, bajo el mar salado,/amor, tu mercadería:/ ─¡Algas frescas de la mar/ algas, algas!”
Y es que, para sorpresa de bañistas y paseantes, la playa de Punta Umbría aparecía cubierta de algas, dejando un penetrante olor a yodo que ríete tú de las clínicas de adelgazamiento y del Hospital Quirón.
Nadie ha pintado mejor el mar y los sentimientos que suscita que Neftalí Reyes Basoalto, seudónimo literario de Pablo Neruda. Cuánto salitre en sus versos, cuánto derroche de amor:
─“Sobre mi corazón llueven frías corolas/ Oh, sentina de escombros, feroz cueva de náufragos”.
Oh mar, “abierto en mil heridas, cada instante/ cual mi frente”, “plenitud de soledad”, “eterno conocerse, / mar, y desconocerse”, que diría aquel esteta trasterrado por los odios y el mal gusto: el onubense Juan Ramón.
¡Oh mar, amoroso e insaciable! Gracias te doy por tan enorme derroche de humana pasión; por carecer de memoria histórica, y por esa liberalidad y “plenitud” que sólo los espíritus embotados, interesados, manipulados y torpes desconocen.

No quiero, mar, que me hables de aquel otro “marinero en tierra” al que se refirió el anarquista Eugenio Fernández Granell; ni querría saberte cómplice de los silencios de tan “fervoroso comunista obediente”, impávido espectador “ante la rueda de horrores que acumula el régimen más ignominioso de la historia humana, al cual se unció”.
Tampoco me gustaría oírte ningún soberbio reproche contra mi orondo y querido Pablo, aquel cónsul chileno en París que rechazó firmar las visas de tantos españoles que no eran comunistas y que, abandonados a su suerte, “sucumbieron a la bestialidad nazi aliada con el stalinismo”.
Tú, inquieto mar, sabes bien que la ética y la estética no siempre van tan cogiditas de la mano como esa pareja de enamorados que se tuesta al sol.
¡Qué dolor de hijos! Viéndoles a ellos quién, entre tanto culpable, querría ver nuevamente aquellas humildes maletas de cartón que, a pasito lento y a deshora, abandonaban mi pueblo camino de la estación, dejando atrás dulces sueños juveniles, que aún seguirán flotando en el aire cual imagen de la frustración; o quién las imágenes del NO- DO, de repetido empalago; con dirigentes y chalanes saludando brazo en alto, caras orondas reflejando un nuevo sol, y rodillas postradas en tierra al paso del dictador conducido bajo palio.

Tú, mar, no tienes memoria. A la memoria histórica me refería yo; sino aquí no se salvaba ni Dios. Lo asesinaron los de siempre: esa tribu colorida que nunca pierde, ni aun al juego del dominó; esos Nicolasillos Pertusatos que solía pintar Velázquez, como símbolos de una España que pasó; esos dirigentes relamidos que gustan de cambiar de chaqueta, según confiesan en sus blogs; tantísimos camaradas que reflejan en su alma la veleidad de sus cielos y la naturaleza de las algas, que “para gustos los colores”…
─ “¿De qué sirve matar al verdugo? Ni siquiera al juez. Es el sistema que los produce el que hay que cambiar ¿Qué culpa tengo yo obedeciendo? No todo el mundo puede ser rebelde….”
En resumidas cuentas, si como ironiza Max Aub el sistema los produce aquí ni vivos ni muertos, ni acusados ni acusadores, será parte culpable de tanta devastación. Aquí pues, hasta donde nos llega la vista, todo lo recicla el mar.
Gracias, mar, por mostrármelos así de simpáticos y encantadores; con la voz engolada y embutidos en amplísimos bañadores que ocultan sus orondas anatomías; dejando impresas sus huellas en la arena de tus playas con delicado primor; limpios ya de miserias y de la polución de cada día.
Probablemente, para no tener nunca más que insultarse y que insultarte, y para no tener que rellenar de escombros tu siempre festivo rubor.
 
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