13 de junio de 2012 | Ludy Mansilla Pérez
El silencio y el alma de un corazón de oro
Miro al cielo tras tu partida con ojos llorosos y alma afligida, pienso y susurro hacia mis adentros plasmando en papel lo que voy sintiendo. Quiero hacerte un regalo precioso, algo entrañable y suntuoso que cale hondo en la conciencia profundizando en los sutiles corazones, que apenados lloran esta gran perdida. En un canto de alabanza hacia tu recuerdo, quiero ofrecer lo que llevo dentro.
Sé que en el cielo se regocijan al contar con un alma de terciopelo y que los ángeles sonríen ante tu llegada, mientras pétalos rojos acompañan tu vuelo.
Emprendiste tu marcha una mañana serena, cuando las gotas del rocío primaveral aun perfumaban el ambiente. Tranquilo y dichoso te fuiste alejando con el corazón repleto de amor y ternura. En silencio y feliz, con una sonrisa en los labios, abandonaste el mundo con la certeza y seguridad de que tu principal propósito ya estaba logrado.
Atravesaste la senda correcta y aunque permanecías sosegado no pasabas desapercibido, dejando tu huella por el camino; sembraste amor y armonía sin esperar nada a cambio, pero tu recompensa fue el reflejo de tu verdadera entrega.
Poseedor de una humilde infancia provista de necesidades, que forjarían en ti una dulzura implacable, profundizando en el sentir de tu alma siempre dispuesto ayudar a tus semejantes.
Atesorabas un don privilegiado digno de los más grandes, un corazón de oro aderezado de verdaderos diamantes, que como en el cuento del Príncipe y la Golondrina ibas depositando en quien lo necesitaba. Caminabas por un sendero de orquídeas, que con su perfume colmabas de placer al que deambulaba a tu lado. Llenabas de luz muchas miradas cansadas protegiéndolas de momentos de oscuridad.
Corazón puro de reflejos dorados, tanto amor llevabas consigo, que no tuvo cabida en tu noble pecho, rompiéndose en mil pedazos y estallando dentro.
Fue entonces cuando un sonique de campanas anunció el hecho y ataviadas de guirnaldas florales se abrieron las puertas del cielo. Allí tu madre querida, con sus brazos abiertos, esperaba con ternura y anhelo para colmarte de besos. Tan apacible y tierno fue el encuentro que no dudaste un momento en acceder hacia dentro y de nuevo acunándote en su regazo como lo hizo en un tiempo te envolvió con su dicha y con su amor eterno.
A nosotros nos dejas tan bellos momentos, deseos y sueños. Tu esencia infinita, que con destellos de amor perdurará en el recuerdo; sintiendo el silencio y el gozo de un alma entrañable, que lleva impresos los bellos secretos de un corazón tan esplendido.
A la memoria y el recuerdo de mi tío Serafín. No te olvidaré.
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