15 de abril de 2011 | Por. J. L. Mohedano

Todo pasa y…

LA TRAYECTORIA DEL EXTINTO TEATRO ZORRILLA SE PODRÍA RASTREAR CASI UN SIGLO ATRÁS, COMO YA TAN POCOS PEÑARRIBLENSES PUEDEN RECORDAR

Finales del siglo XX antiguo Teatro Zorrilla
Finales del siglo XX antiguo Teatro Zorrilla
Ninguna autoridad acudió a la inauguración, a pesar de haberse realizado dentro del plazo permitido por la Ley Electoral el 23 del pasado marzo, y es natural: estaban muy ocupados recogiendo créditos para las futuras elecciones municipales recepcionando el nuevo “hotel con encanto” en el que tan costosamente se ha transformado, en el actualmente denominado Barrio Francés, la que fuera primera casa del director de la SMMP en la época de la Colonia, un edificio de cuando se nos gobernaba desde el nº 12 de la parisina Place de la Vendôme, curiosamente a unos pocos cientos de kilómetros de donde nos deberían gobernar en Bruselas, si el sueño de la Unión Europea no se viese apantallado por la demasiado consistente pensadilla de la Europa de los Mercaderes acentuada por los manejos de los inversores de los parqués bolsísticos de Berlín, Londres y París.
Y como siempre ha habido clases, aquí hubo celebración, agasajos y parabienes, mientras allí, en la esquina entre Umbría y Sagasta, nadie fue avisado, en ningún lugar se pregonó la noticia, nadie se fue a apretar el botón que iniciara el solemne acto del derribo de aquel edificio histórico: tampoco se escucharon palabras complacientes ni entusiastas aplausos, ni se derramó ninguna lágrima emocionada. Sólo vecinos y algunos curiosos estuvieron presentes en el espectáculo de la última caída del telón de un edificio con alma, de un edificio cuyos ladrillos, si hubieran podido hablar, nos hubieran contado una parte sustanciosa de la existencia de los peñarriblenses. Su fachada resolvía en feliz curvatura la esquina a la que daba su acceso principal, con su parte calada y su airosa cimera proclamando su condición de fábrica de sueños, que se completaba con el entrañable local de verano aledaño.
Dicen que su exterior proclamaba su decrepitud, su ya peligroso acabamiento tras haber ido perdiendo sus atributos: la cimera, primero, luego la marquesina que protegía las taquillas y los parches de sucesivos arreglos iban marcando su piel como las de cualquier anciano. Su interior se fue vaciando, se fue transformado siguiendo criterios utilitaristas de sus nuevos dueños a la espera del que ha sido inevitable destino final estoicamente apoyando en la melancolía machadiana que emana del «todo pasa y nada queda».
Sólo el polvo que desprendían los cascotes al llegar al suelo con sus golpes sordos que se mezclaban con el ruido mecánico y fabril de la diligente excavadora tan atareada en formar montones, en cargar camiones y más camiones. Y detrás de las miradas de los espectadores, como si de la caverna de Platón se tratara, nacían las flores del recuerdo, los fantasmas evocados tras tantas historias fingidas o verdaderas que se proyectaban en la gran pantalla, o que nacían y morían en el tiempo de cada representación teatral o musical y que, de alguna manera habían pasado a integrarse en el imaginario personal y colectivo de los asistentes.
Aunque el más vivo recuerdo personal de quien escribe sea el de la adolescencia como espectador de los estrenos nacionales de los fines de semana o de los programas dobles de los días laborables, cuando vivía en un presente continuo, sin la angustia del pasado o del futuro, creciendo libre –por lo menos así lo creía entonces- despreocupado con la simple confianza en la propia fuerza, ignorando que las sombras aguardaban más allá, a la vuelta de cualquier recodo vital.
La trayectoria del extinto Teatro Zorrilla se podría rastrear casi un siglo atrás, como ya tan pocos peñarriblenses pueden recordar. Su primer ser fue como salón de baile para las clases populares, siendo conocido como “La Obrera”, porque a su lado estuvo la sede de los sindicatos socialistas del entonces Pueblonuevo del Terrible, afines a la UGT y después la ruinosa, pero solidaria, cooperativa obrera del “2 de Abril” que existió hasta que las pérdidas la hicieron inviable. Entonces un grupo de emprendedores se asoció para que la nueva y prometedora ciudad de Peñarroya-Pueblonuevo tuviera sobre aquel solar un moderno teatro-cine con lujosos palcos y popular gallinero y amplio patio de butacas. Fue el tiempo del “Teatro Lope de Vega”, que pocos años después pasaba a convertirse de la mano de otros empresarios en el “Teatro Zorrilla”, una vez realizadas las modificaciones que estimaron necesarias. Sobrevivió a la guerra civil y a la dura posguerra siendo, junto a los otros cinco cines, el lugar preferido para que los vecinos se pudieran evadir con esas otras historias del celuloide de la dura realidad en la que vivían.
Conscientemente olvido su pasado mitinero; su más oscuro pretérito como prisión franquista; sus horas de festivales benéficos o corporativos; su ocasional cesión como sede para actos públicos o de las cooperativas a los que tan poco dados somos por estos lares cuando se buscaba la fórmula mágica para sustituir eficazmente a la Sociedad Francesa que nos había abandonado cuando minas fundiciones o talleres dejaron de ser beneficiosos para la cartera de sus accionistas
Con los años sesenta del pasado siglo llegó la estrella de la televisión, rutilante, irresistible con sus promesas de nuevos mundos desde el salón de cada hogar y los cines fueron cerrando sus puertas, abatiendo sus telones sin que oportunistas cambios de empresa hicieran otra cosa que prolongar algún tiempo su existencia. El Teatro Zorrilla el penúltimo en cerrar. Convertido en almacén y en local comercial, desprovisto de los espectros que en un tiempo fueron sus huéspedes por el abandono, llegó el olvido de los árboles que mueren de pie, hasta que en estos días se ha cumplido su inexorable azar de solar vacío, inhóspito y deshabitado.
Ahora, cada cual puede evocar sus más personales fantasmas nacidos entre aquellas cuatro paredes; tratar de volver a buscar el pendiente desprendido en una escaramuza amorosa pretérita; recrearse a la búsqueda de un tiempo perdido e incluso dejar rodar una lágrima in memoriam por los buenos ratos pasados en aquel Teatro Zorrilla, con el satisfecho miedo de quien vive mientras los vertiginosos ciclos naturales se siguen sucediendo impasibles.
 
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Comentarios

Lumaca
25-04-2011 23:19:54
Toda mi infancia la pasé cerca de ese edificio, cuantas pelìculas del oeste, de romanos, ..... que m...
 
dolores
22-04-2011 15:08:39
quisiera acer un llamamiento a las cofradias del cerro.es una verguenza que el jueves santo tubimos ...
 
julio
17-04-2011 02:29:57
Pero que quiere decir este articulo? ese esdificio que yo sepa era privado,¿que tienen que hacer ahi...
 
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