24 de febrero de 2011 | Jerónimo López Mohedano

“Nuestro” 23 F

LO QUE PARECÍA SER UN RUMOR, EL ASALTO AL CONGRESO POR GUARDIAS CIVILES, SE EXTENDIÓ AQUELLA TARDE POR LA GEOGRAFÍA PEÑARRIBLENSE ENTRE SENTIMIENTOS ENCONTRADOS

“Nuestro” 23 F
“Nuestro” 23 F
Aquel lunes 23 de febrero de hace treinta años empezó para los peñarriblenses con los habituales comentarios derivados de los resultados del fútbol dominical nacional y local –el Peñarroya-Pueblonuevo CF, a pesar de visitar como líder el estadio del Baena, había perdido por un rotundo 5-1-. El Alcalde, D. Rafael Áñez, como los estudiantes en las distintas facultades cordobesas, se desplazaba a la capital para realizar gestiones relacionadas con la problemática vida municipal. Los cada vez menos numerosos mineros del primer turno arrancaban el carbón en las minas de los alrededores en las galerías cada vez más seguras de la empresa ENCASUR. Bancos, cajas, colegios, institutos, oficinas, mercados y servicios públicos abrían sus puertas en el lunes de una semana más, con la rutina de todas las semanas de invierno, pero que se iba a cambiar cuando pasadas las seis de la tarde se alterara el soporífero recuento de votos que se llevaba a cabo en el Congreso de los Diputados de la capital de España, cuando se realizaba la investidura del nuevo presidente, Leopoldo Calvo Sotelo, un hombre gris escogido entre los barones de UCD como hombre de consenso que, por su falta de liderazgo en nada inquietaba a los demás, para sustituir al recién dimitido presidente Adolfo Suárez. El teniente coronel Antonio Tejero Molina al frente de 200 guardias civiles asaltaba el Congreso, humillaba a los representantes democráticos y zarandeaba torpemente al ministro de defensa, Sr. Gutiérrez Mellado, que se mantenía en pie como un símbolo de la joven democracia hispana y se anunciaba la llegada de la autoridad militar que con la anuencia del rey Juan Carlos I se haría cargo del poder
Lo que parecía ser un rumor, el asalto al Congreso por guardias civiles, se extendió aquella tarde por la geografía peñarriblense entre sentimientos encontrados, pero mayoritariamente adobados por el miedo, por el miedo de quienes ya una vez vivieron una situación similar en los años treinta, por el de aquellas familias en las que alguno de sus miembros estaban en edad militar o cumpliendo con el entonces obligatorio Servicio Militar. Los peñarriblenses fueron abandonando las calles, los comercios se quedaron vacíos mientras en los bares los dueños y camareros se convertían en espectadores casi únicos de las imágenes ajenas a lo que estaba sucediendo emitidas por la televisión en medio de unas atmósferas plenamente hopperianas. En los domicilios los transistores se convirtieron en los centros de atención inexcusables en cuyo derredor se reunieron los acongojados moradores de una historia que parecía obstinada en repetirse una vez más mientras los teléfonos trataban de tranquilizar e informar. Ni huelga general, ni manifestaciones en contra: nada que de alguna manera pudiera interpretarse por los sectores golpistas que esas formas de apoyo a la Constitución y a la Democracia eran formas del desorden que a ellos pudiera legitimarlos de alguna manera
Los temores seguían una proporción lógica atendiendo el arco ideológico desde la exaltación que se vivía en la extrema derecha, algunos de cuyos miembros y ex- somatenistas del franquismo crepuscular, no dudaron en acercarse al cuartel de la guardia civil para pedir al Capitán D. Manuel Pérez Gallardo que detuviera a los relacionados en la lista que habían confeccionado y que saliera con los guardias a la calle, “ofreciéndose” para ayudar al mantenimiento del orden, tras solicitar que se les proporcionase el armamento adecuado y que se retiraron frustrados cuando el capitán les comunicó que tenía suficiente fuerza a sus órdenes para cumplir ese cometido. También un grupo de jóvenes ultraderechistas trató de conseguir que el último alcalde franquista, D. Juan Antonio Navarro Rincón, volviera a ocupar el despacho de la alcaldía aprovechando la ausencia del titular dando su particular golpe doméstico.
En el otro extremo, el de la izquierda, el miedo lindó con el pánico: los miembros del Partido Comunista de España prepararon el dinero disponible y casi con lo puesto hablaron de marcharse a la cercana Portugal para ponerse a salvo, dejando aquí a sus familias, pues sabían que estaban en el centro de la diana de los involucionistas. También algunos de los miembros del gobernante PSOE, entonces con mayoría absoluta en el Ayuntamiento, tuvieron similares intenciones, aunque tuvieron la precaución de retirar de su sede y de la del sindicato, toda la documentación que pudiera incriminar a sus asociados mientras trataban de recabar informaciones fiables por teléfono de una manera frenética. Mientras la derecha clásica mostraba una tibieza notable por los hechos que se iban sucediendo en la capital del reino no exenta de incertidumbre que se convertía en miedo puro y duro entre los que habían vivido la Guerra Civil hacía más de cuatro lustros, y entre los familiares de quienes estaban cumpliendo el entonces obligatorio Servicio Militar o tenían gente en aquella Valencia por cuyas calles rodaban los tanques del general golpista Milans del Bosch.
Aquella noche fue la noche de los transistores, y de la tensa normalidad -incluso hubo algunos hurtos en coches aparcados en la vía pública cerca del Llano-, ya que la televisión estuvo intervenida durante algún tiempo, no llegando la plena confianza en lo reversible de la situación hasta la alocución del President de la Generalitat, Jordi Pujol y, especialmente tras las firmes y tranquilizadoras palabras del Rey en la televisión, ya sobre la una de la madrugada.
Al día siguiente los trabajos, los comercios, los servicios públicos, los colegios, los mercados se reanudaron con normalidad, aunque con un tema común de conversación: los hechos que aún no se habían resuelto Madrid, hasta que a mediodía, una vez liberados los diputados tras el llamado “Pacto del capó” y detenidos los principales, y más visibles, actores del esperpento, se decidió la reunión de un pleno extraordinario municipal con el «Orden del día único sobre los sucesos en el palacio de las Cortes en el que durante el día de ayer y en la mañana de hoy se atentó contra la Democracia del país», en el que se acordó, por unanimidad, la publicación de un manifiesto en el que se expresaba la admiración al monarca al solucionar la crisis haciendo cumplir la Constitución a civiles y militares; la más enérgica condena por este atentado contra la Democracia y la confianza en la aplicación con el máximo rigor de la Ley a los actores y cómplices del golpe y terminaba agradeciendo a los peñarriblenses su serenidad durante el desarrollo de los acontecimientos.
Palabras que enmascaraban la fragilidad de una democracia. Y es que se habían vivido tan recientemente tantos años de dictadura que al déja vu que experimentaron nuestros mayores se unió una suerte de fatalismo paralizador entre los ciudadanos que se quiso disfrazar con una responsabilidad y madurez cívicas que en muy pocos casos dependió del pueblo y que resignó su soberanía al albur de la postura del Rey.
 
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