13 de marzo de 2023 | Carlos Serrano
El ojo que todo lo ve
¡Cómo les gustaría a muchos de nuestros políticos disponer de un “ojo mágico” que todo lo viese, proporcionándoles al instante información necesaria para control de los ciudadanos!
Todas las dictaduras de ideología extrema, de derechas o izquierdas, han intentado e intentan ejercer un dominio total y absoluto sobre los ciudadanos, bien mediante la coacción policial, bien, de forma más sibilina, mediante la educación, la dependencia vital del Estado o el cambio de las instituciones. Ello, indudablemente, conduce a la privación de libertad política, religiosa, ideológica, e incluso económica.
¿Conoces la expresión histórica “el ojo que todo lo ve”, su significado, y de dónde procede dicha expresión?
Esta expresión, presente en todas las civilizaciones, nació muchos siglos antes de cristianismo, concretamente en Egipto. Según la mitología egipcia, el dios Seth mató a su hermano Osiris para evitar que este tuviese descendientes y así conservar el trono. Horus, hijo de Osiris e Isis, nacido en secreto para evitar su muerte, protagonizó grandes luchas contra Seth, para vengar la muerte de su padre. En dichos combates, Horus perdió su ojo izquierdo, y Tot, dios de la sabiduría, se compadeció de él, sustituyendo su ojo perdido por el Udyat, “el que está completo”, con el que pudo recobrar la visión. Es un símbolo de los dones entregados por los dioses, dotándolo de una visión global para que no se altere o desvirtúe el orden establecido.
El Udyat fue adoptado por muchas culturas anteriores al Siglo I a.C (asirios, babilónicos, griegos, judíos…), y ha sido interpretado y reconocido como la vigilancia y providencia de Dios sobre la humanidad.
Para el cristianismo, el “ojo que todo lo ve”, es el ojo de la Providencia divina. Este símbolo apareció en el Siglo XVI, y lo encontramos en el centro de un triángulo que representa la Trinidad, su omnipresencia y vigilancia constante sobre la humanidad.
En nuestros días, el Ojo que todo lo ve, se interpreta como un eufemismo para referirse a la vigilancia total, con objeto de ejercer un control exhaustivo de la sociedad. Así, por ejemplo, en un informe de Matheww para la BBC, remite a los “Illuminati”, “una sociedad de élite secreta que en diferentes momentos intentaron controlar” las vidas y destinos de los seres humanos a través de sus conexiones políticas, económicas y culturales. Así mismo, también es un símbolo de uso corriente dentro del ritual masónico, conocido como “Delta luminoso”. Y, ¡cómo no!, aparece en todos los billetes del dólar americano, como una especie de recordatorio del poder de la élite financiera.
También en España nuestros políticos en el gobierno, parecen mostrar interés por ese ojo que todo lo ve, preocupados más por sus intereses personales que por los intereses de los ciudadanos, poniendo todos los medios a su alcance para tener ese control y dominio sobre todas las instituciones que puedan en un futuro entrar por la línea ideológica que a ellos interesa, o bien para servirse de ellas en un intento titánico para conservar el poder. En un proceso lento pero progresivo, van debilitando los pilares y defensas de la democracia, como son la educación, el poder judicial y el control de la prensa. Ahí tenemos la Ley Celaá de Educación, el intento de reforma del poder judicial presentado ya en el Congreso, y por otro lado establecer las normas necesarias para un control de la libertad de expresión. ¿Acaso todo esto no es el inicio de un camino hacia el totalitarismo?
Ya en 2018 los profesores politólogos de Harvard, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, en su libro “Cómo mueren las democracias”, alertan de la demolición de las democracias no por golpes de estado al estilo de Pinochet en Chile en 1983, o contra Mohamed Morsi en Egipto en 2013, sino por un deslizamiento gradual e imperceptible hacia el autoritarismo, basado en decisiones que, imperceptiblemente, terminen por quebrar, a la larga, los cimientos de dichas democracias. Todo es perfeccionable, y nuestra Constitución lo es, pero sólo mediante los mecanismos ya establecidos en ella y aceptados por todos, no levantando puentes interesados.
En España ha costado mucho sacrificio y esfuerzo gestar y mantener el sistema democrático que disfrutamos, y no podemos compartir las descalificaciones y críticas de los que llaman despectivamente a nuestra Constitución, “el régimen del 78”. Sólo se puede opinar así desde la ignorancia histórica o desde el interés partidista. ¿Qué mueve a estos señores del Gobierno a poner en solfa los cimientos de nuestra democracia? Quizá algunos políticos sean dignos seguidores de las ideas de Louis Dumur, cuando afirmaba que “la política es el arte de servirse de los hombres, haciéndoles creer que se les sirve a ellos”.
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