7 de marzo de 2023 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Disidencias confortables

─ “Haz el amor, y no horas extras”. (Graffiti)

Disidencias confortables
Disidencias confortables
Cada sociedad tiene unos hábitos de conducta, y unas formas de expresión, que reflejan su pasado, sus aspiraciones y deseos, y el presente en el que vive.
A veces en armonía, y otras veces en conflicto, cada cultura deviene en un revoltijo de imágenes que solapadas conforman un mosaico familiar:

─ “¿Qué es el cerebro humano, sino un palimpsesto inmenso y natural? (…) Innumerables capas de ideas, imágenes y sentimientos han caído sucesivamente en tu cerebro, con la suavidad de la luz”.

La reflexión del francés Baudelaire, referida al individuo, es aplicable también a la sociedad en que vivimos.
Ese “espíritu de colmena” que viene rodando desde las primeras manifestaciones del arte rupestre hasta nuestros días ─ en su triple vertiente: mágica, simbólica, y ornamental ─ tiene su fiel reflejo en la ciudad.
En armonía con la espiritualidad que proyectan sus calles y plazas, sus construcciones y edificios, la ciudad se nos muestra en múltiples facetas: en su dimensión religiosa, por su belleza ornamental, por su vocación rural, por su trascendencia política, etc...
Ya Carlos Marx advirtió que la ciudad era un “gigantesco laboratorio de la historia”.
Como representación del poder la ciudad es una proyección visual de muy diverso signo, tal la Plaza Roja de Moscú, expresión del colosalismo arquitectónico de la Rusia zarista; o la sevillana Plaza de España, concebida como un fraternal abrazo entre las provincias españolas.
Con la industrialización el arte sale a la calle, y la comunicación se democratiza. Surgen nuevos recursos para ilustrar paredes y muros ─otrora blancos, y encalados de silencio─, tales como el rotulador de trazo grueso, la aerografía, o la pintura al espray…
Las artes gráficas sufren un impulso tremendo; así la estampa el grabado, o el cartel, permitirán la producción en serie, y el disfrute por parte de todos de lo que antes estaba reservado a una minoría.
¿Quiénes de los de mi edad no disfrutaron en la pared de su casa de una hoja de almanaque destinada a la publicidad, cuyo motivo era una mujer cordobesa, o bien uno de esos óleos festivos de Goya?
Los graffitis y las inscripciones epigráficas ya tuvieron su papel en el pasado, como muestran las ruinas romanas de Itálica, y Mérida; pero como expresión de protesta, de marginalidad, y desacuerdo, tendrían su gran eclosión a partir de la Segunda Guerra Mundial; luego, en la década de los sesenta, y como consecuencia de la Guerra del Vietnam, habría que sumar el movimiento hippie, la rebeldía territorial de las bandas callejeras, la protesta estudiantil, el pacifismo, la contracultura, la influencia del budismo, y la búsqueda de “paraísos artificiales”, entre otras cosas.
Y como en su momento diría Pérez Galdós, a ambos lados de la orilla “un río de cieno” que todo el que vio conoce, y en cuya infecta quietud se bañaban los reyes, los políticos, los pedófilos, los santones, y hasta los frentes de liberación de la época, como cantan “Los Ilegales”:

─ “La inocencia de ayer ya no puede volver. No hay doctrina que oculte al mercader”.

A partir de los ochenta la presencia de nuevas formas musicales ─ el rap, el hip─ hop, y el break dance ─, darían un fuerte impulso a esas tendencias de calle.
De una parte la ciudad ─muestrario; sintonía de muros iluminados; forma de arte con evidente intención de perdurar en el tiempo, y sed de continuidad con respecto a las obras de arte encerradas en el interior de un palacio, de una iglesia, o de un museo.

─ “De la belleza con que se expresa depende la belleza de un acto moral”, escribía el francés Jean Genet en “Diario del ladrón”; y concluía diciendo: “El acto es hermoso si nos trae el canto y hace que éste se nos revele en la garganta”.

En ese punto Genet conjuga la ética con la estética, como hiciera nuestro Nobel Juan Ramón Jiménez en su libro “Estética y ética estética”.

De otra parte, los muros pintarrajeados, las paredes cubiertas de tinta, como afirmación personal del “¡Sí, sí, sí, Juanito ya está aquí!”, o como fórmula de prestigio.
Y no es el feísmo como estética lo que traemos a colación, que más fea es la enfermedad, la injusticia, o la mentira, que hace tiempo adquirió categoría de pecado social, pues hay mentiras de ley que hacen del inocente una víctima. “Ser manso es peligroso; si no luchas te matas”, cantan en la radio “Los Ilegales”.
“Seamos realistas: soñemos lo imposible”, se nos dijo; pero ¡ay!, que cuando el Oráculo de la Verdad nos cuenta el cuento al revés, o confunde las señas de los protagonistas, nuestro espíritu desconfía, y no quiere saber más de esa clase de Pepito Grillo que canta a la primavera mientras la diligente y trabajadora hormiga muere de hambre, y de frío.
(Alguien dijo: “Eso pasa por ser burguesa. Si se afiliase al Partido…”).
“Soñemos lo imposible”, y diversifiquemos la oferta para que de un golpe de red llenemos la cesta con toda clase de peces. Es lo que más conviene a la buena marcha del negocio…
Y el personal desconfía de doctores y tezanos; y muestra desinterés por el cuento del “Gallo Pelao” en sus diferentes versiones, y perversiones; porque aunque no lo quieran creer, el personal es mucho más espiritual, de lo que se imagina; y más allá de la socorrida subvención lo que necesita es un buen paquete de folios para pintar, una estabilidad en su entorno, unos referentes fiables, y unos estímulos morales que den sentido a su vida.

─ “¡Que me dehe! ¡Ar caraho to!”, grita una pintada fácil de entender.

Y sin embargo el referido grafitero, no es alguien que desee un daño al prójimo; y menos que pida “¡Pena de muerte al enemigo emboscado!”.
Para más señas el joven del que hablamos nació en la democracia, y con ella comulga; garabatea las paredes, y muestra su desconfianza hacia la política; echa en falta la autoridad moral del maestro y de la familia, porque le resulta más cómodo, y porque los “frailes que frailan” la excomulgaron de raíz; se expresa en un lenguaje recurrente, y con faltas de ortografía, por hacer causa común con el judío aquél de “La vida de Brian”, que no se cansaba de escribir el mismo mensaje sobre el muro, para vergüenza de los romanos:

─ “Dejen de escribir tonterías en todas partes, TONTOS DEL C…”, reniega un contestatario.

A tan apasionados disidentes les diría, si fueran mis nietos, o bien mis alumnos, que abran los ojos a la vida, que se formen y lean, que aprendan de los que saben, que se apoyen en la familia que el enemigo no está en casa, y que pongan en tela de juicio lo que a todas luces sea una imposición vergonzante, y carente de escrúpulos. Venga de donde venga…

─ “Algún día se inventará la explotación de los ciudadanos para el anuncio ─ escribió en su día Ramón Gómez de la Serna ─, y sin que ellos lo noten se inscribirá en las espaldas de todos el anuncio recién lanzado por la Agencia Universal”.

¡Tocad madera..!
 
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