4 de septiembre de 2022 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Miradas

─ “Los libros son la humanidad impresa”. ( Schopenhauer)

Miradas
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Me pregunta mi amigo Isaac por un libro que merezca la pena leerse al menos una vez en la vida.
Espinoso interrogante que nos hace cuestionar a un tiempo los distintos intereses vitales del receptor, su historial de lecturas, y los procedimientos empleados para hacer interesante una historia que, durante horas, minutos, o segundos, enternezca al personal, y le haga mudar de piel como si fuese un lagarto.
Pedir al lector que destaque un solo libro es como pedir a un goloso que se conforme con mirar el escaparate de una copiosa pastelería.
Solía decir un distinguido solitario, esclarecido matemático, y compañero en tareas educativas, que nunca se sentiría solo mientras tuviera a mano un problema que resolver, una afición que disfrutar, o un capítulo de la vida que repasar como quien ojea un vídeo.
Y cierto que hay tantas historias que imaginar, y tantas maneras de ver…
A veces entornamos los párpados; otras, los mantenemos abiertos, en elevado nivel de atención; otras, cerramos un ojillo para focalizar con más nitidez y observar un misterioso paisaje que la vida nos ofrece.
Y como en lo más profundo de esa sima que son los seres humanos se esconde un sentimental, siempre aparece un candidato, un aprendiz de brujo, proclive a estrechar en un abrazo todo ese insondable arcano que los dioses crearon para disfrute propio y de los demás, y para ensueño de artistas, capaces de traducir en palabras, e imágenes, aquello que supieron captar por los sentidos:

─ "No pronto, pero siempre con certeza,
hallan las maravillas quienes en su
busca van,
pues el Amor, completando la labor del Destino
descorre el velo de los valores ocultos".

Para quien sueña historias a partir de lo que ve no hay mundos inalcanzables, ni quimeras imposibles, como aquélla del camello incapaz de entrar por el ojo de una aguja al que hace referencia la Biblia:

─ “¿Y qué hay más profundo que amar a una mujer y sentirse amado?”, se preguntaba el ruso Gorbachov a pocas fechas de su muerte, para responder con el más suave de los alientos: “Amar hasta la muerte, Dios mío, eso es algo que merece la pena vivir”.

A mí personalmente me apasionan algunos de los relatos que supo ver el ciego Borges; pero en la misma medida en que me empujan al ideal los versos de Lorca, de Machado, o de Miguel Hernández; y con la misma desmesura que nos arranca y astilla la melodía de un bolero, o una canción popular.
Mirar por mirar es una manera de soñar en seco; de salir a escape de un mundo inhóspito para presos y desclasados, para desilusionados y cándidos; un modo de conocer, y sentir, las mil y una historias que la vida nos regala.
Hay miradas que convierten un suceso cotidiano en mito, como sucediera en el mundo clásico; o metamorfosear una realidad en leyenda, como la cumbia que hace un siglo compuso el colombiano José Barros mientras contemplaba, sentado en el muelle, la imagen retrospectiva de una piragua:

─ Doce bogas con la piel color majagua,
Y con ellos el temible Pedro Albundia,
Por las noches a los remos le arrancaban
Un melódico crujir de hermosa cumbia.

Hay miradas que trasminan esperanza, como la de aquel amante de los libros que devoraba sus páginas una y otra vez aunque nada entendiese.
Y es que el hombre es "un misterio envuelto en un enigmático acertijo", como alguien dijo, y el papel de celofán que le envuelve no siempre encierra el regalo traslúcido de un caramelo, como ya pudo ver la escritora estadounidense Kate Chopin en un precioso relato que lleva por título "Historia de una hora".
A la señora Mallard, enferma del corazón, le comunican el fallecimiento de Brently, su esposo, víctima de un accidente ferroviario. A raíz del suceso Louise cree desprenderse de aquella angustia que la ahoga, e imagina " una larga sucesión de años que le pertenecerían por completo"; pero, cuando llaman a la puerta, y ve aparecer a su esposo, Louise muere.
"Cuando llegaron los médicos dijeron que había muerto del corazón, de la alegría que mata”.
 
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