25 de julio de 2022 | Joaquín Rayego Gutiérrez
En bandolera
─ “ … porque el corazón no es solo un órgano que manda oxígeno a tu cuerpo, sino que es el almacén de nuestros sentimientos”. (A. Banderas)
En bandolera
Antes de su consagración como figura estelar en Eurovisión, "Raphael" actuó en el ya desaparecido Teatro Zorrilla, de Peñarroya─ Pueblonuevo. Su llegada acrecentó el fenómeno fans entre las chicas, para fastidio de los chavales ─ ya por entonces era común la amenaza de echar al forastero al agua, en los pueblos con fuente, o abrevadero─, que mostraron su indignación contra tales preferencias que les relegaban al papel de segundones.
Años después, lejos ya de esa clase de prejuicios, oí cantar a " Raphael" en la sevillana Plaza de España. Me pareció la suya una formidable puesta en escena, y una prodigiosa voz que hacía honor a su bien ganada fama de intérprete, pero que para nada me movió a conectar con una determinada emoción, perdida tal vez en los adentros.
Por contra la voz y las melodías de Adamo, representaban para mí una inagotable fuente de vivencias.
El cantante italo─ belga significaba para la chavalería de entonces lo más vital y granado de su juventud: el espíritu del Romanticismo hecho música; la celebración del amor; el baile agarrado; la etapa estudiantil sin nada material que ofrecer; la confidencia de un amigo; la voz entrañable que te susurraba al oído; el vuelo de un ángel; el tocadiscos, o picú; la elegante sutileza de la figura femenina; el mutismo con que se reviste la pasión; la solitaria oquedad de la noche…
Unos sencillos acordes, un mensaje muy directo, una voz rota y aguda, una emoción contenida, y unos arreglos musicales, fueron elementos comunicativos más que suficientes para hacer de la palabra un tesoro, y de la música un hechizo capaz de retratar el alma de aquellos que fuimos.
Todo un clásico, si con la expresión se entiende la obra, o autor, dignos de ser imitados.
Nada que ver con la impostación, la pedantería, o el esnobismo.
Nada con la trivialidad, que es bandera de la publicidad, el mal gusto, y el dinero.
***
De D. Marcelino Menéndez y Pelayo se han contado muchas historias que hacen hincapié en su espíritu dialogante, en su capacidad intelectual, y en su bonhomía.
Se ha dicho, entre otras, que había apoyado ante sus colegas de la Real Academia Española una monografía de Blanco White, presentada a concurso por el sevillano Mario Méndez Bejarano; que alguien le había advertido que en ella se desmentían muchas afirmaciones que él había elaborado en su “Historia de los heterodoxos españoles”; y que el sabio, con gesto grave, había insistido en la necesidad de premiar aquel trabajo, que le desautorizaba, "pero con documentos".
Esta ecuanimidad, y hombría de bien, que nada tiene que ver con medias verdades y con mentiras, con la fama, o el tanto por ciento, son virtudes que alumbran a un verdadero maestro.
El hombre prudente, si no sabe lee, y busca información hasta en un papel tirado en la basura. Y si no encuentra nada, o no sabe interpretar lo que lee, se acerca al que de verdad sabe, y le pregunta...
En la más ociosa de las holganzas, a centenares de políticos, y asesores que viven del cuento ─ en la ONU, en la Moncloa, en la Junta, y bla, bla, bla...─ sólo se les ocurre decir que hay que jubilar a los perros mastines; y que no hay que cortar ni una brizna de hierba del bosque, para que arda mejor el forraje.
Que levante el dedo quien piense que un país que se precie puede confiar a estos sabios la educación de los hijos. Ni gratis…
Esta mañana, en una pared, alguien había dejado escrito:
─ "Hetero muerto/ abono para mi huerto".
¿Esta es la educación, y la confianza en la sociedad, que queremos para nuestros hijos?
Y uno, sin querer, piensa; "¿Hasta dónde pretenden llegar con el cuento?”
El poeta Rafael de León, nacido a pocos pasos del Museo de Sevilla, fue un niño “de familia bien”, que por decisión paterna estudió en los jesuitas del Puerto de Santa María, como los Alberti, Pemán, Juan Ramón Jiménez, y Muñoz Seca, escritores de prestigio.
En Granada, a donde se trasladó para hacer el Preparatorio de Derecho, conoció a su amigo Federico García Lorca.
Y en Barcelona, donde le tocó vivir en tiempos de guerra, fue condenado a dos penas de muerte, y a un largo periodo de prisión en la checa de Vallmayor, y en la Cárcel Modelo, respectivamente.
No había hecho daño a nadie; y si se libró de morir fue por pura casualidad, gracias a que la ciudad fue tomada por “los nacionales”.
Me pregunto si tan radical condena le cayó por homosexual, o por ser un “señorito”, Lo mismo, pero con peor suerte, le pasaría a Federico.
Los versos de Rafael son memoria de una época que en las voces de Juanita Reina, Marifé de Triana, Concha Piquer, y tantos otros artistas, acompañaron el día a día de nuestros mayores:
Ojos verdes, A tu vera, Dime que me quieres, Me embrujaste, La Lirio, Tatuaje, Te he de querer mientras viva, y tantas otras canciones, reverdecen su memoria cada vez que alguien las lee, o las canta.
Su nombre figura en una preciosa plaza del Parque de María Luisa, en cuya parte central se alza una fuente, donde van a beber las palomas.
Si lo sabré yo, que he acudido por allí tantas veces; que adónde puede un hombre regresar que no sea su sombra, que dijo el poeta.
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