6 de julio de 2022 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Juego de damas
- "Dama, dama/ que hace lo que/ le viene en ganas/ esposa de su señor..."
Juego de damas
Cantaba Cecilia con voz suave de niña educada en colegio de monjas, y un silencio religioso se hacía a su alrededor.
Probablemente para algunos resultara más modosa y sugerente la susurrante "rebeldía" de Jeanette, pero hay que reconocer que las canciones de Cecilia traslucían una moral que nada tenía que ver con la actitud licenciosa de los dioses del Olimpo.
Si un redivivo Antonio Machado hubiese reescrito la licenciosa historia de D. Guido, o puesto en cuarentena el altruismo de su amada "Guiomar" no habría tenido mayor impacto entre los jóvenes que "Dama, dama", o que aquel poético "ramito de violetas", que una soñadora esposa recibía " cada nueve de noviembre" de manos de un desconocido galán.
Que no por ser mujer de misa diaria, hija de familia bien, amante de un vividor, o "esposa de su señor", se debe criticar a un ciudadano de a pie que a duras penas malvive, y menos aún privarle del respeto de los demás, del derecho de andar a su antojo a todo lo largo y ancho de la calle Mayor.
Pero así las gastan los moralistas del colorín: hoy sacan punta a una dama; mañana prohíben el ejercicio de la prostitución; pasado hablan del derecho al uso y abuso del propio cuerpo; y a la mañana siguiente ocultan a los ojos de la ley el terrorismo de Estado, las actividades pedófilas de un marido, la prevaricación, y el latrocinio cometido por amigos y mafiosos.
Si hubiera que usar la misma medida para todo el que luce envuelto "en seda y pieles", como dice Cecilia, se necesitaría un listín telefónico para enumerar los pijos que visten de Elena Benarroch.
Oí decir que en un pueblo un famoso predicador puso a caldo a una señora en el transcurso de una homilía, por el terrible delito de asomarse al balcón de su casa, para escándalo de almas cándidas, y paseantes domingueros.
Lógicamente la malajada no quedó sin la oportuna respuesta; que por muy que trueno que fuera aquel hombre, la dignidad de la dama tenía paladines que la defendieran.
También oí decir, de boca de un testigo presencial, que en Marinaleda un sacerdote solía poner a parir a sus feligreses en la hoja parroquial, por el hecho de titular como cristianos sin ser unos benditos de Dios.
Y que, como era de esperar, su actitud provocó que uno de los asistentes se levantara de su asiento, rompiera en cuatro trozos los papeles, y marchara de allí dejando colgado en el aire su silencio acusador.
No es de extrañar que en pueblos donde aún se conserva el espíritu guerrero, y las murallas medievales, donde se desayunan a diario con consignas de santurrones, la gente noble y sencilla termine echándose al ruedo, mal que les pidan la oreja.
Fue en uno de esos pueblos donde a falta de caciques el rey de bastos es un talibán barbudo, que el médico local, cansado de que las fuerzas vivas y muertas le hicieran la vida imposible, proyectó la más terrible de las venganzas.
Simulando un riguroso control de la capacidad aeróbica de su enemigo le hacía levantar el brazo en señal de saludo, la mano extendida hacia regiones etéreas, y la palma apuntando hacia unos símbolos "fachas" que había dispuesto estratégicamente en una pared de su consulta .
Y es que no conviene abusar de quien aparenta ser débil, como ya aprendimos en el colegio" que ante un ataque de pánico hay quienes no dudan en litigar, "que un guijarro puesto en los raíles podía hacer tambalearse al expreso de Escocia", que decía el inglés G. K. Chesterton.
Que una cosa es dar ejemplo, y otra muy distinta es predicar a troche y moche a quienes están de vuelta de los tebeos de hazañas bélicas; y condenados a guardar silencio, ora por imperativo legal, ora por posibles represalias, ora por unas reglas básicas de cortesía que le enseñaron en casa.
Ante tanto pregón baldío, que dura ya media vida, no es de extrañar que la gente reaccione, y que se haya puesto de moda no dar el voto prestado al primero que lo pida.
"Preferiría no hacerlo", es la frase en boga que suele emplear "Bartebly, el escribiente", un personaje surgido de la pluma de Melville.
Baterbly es un joven, ayudante de Notaría, que se pasa el día copiando actas como un bendito de Dios, hasta que le cambia el chip y se vuelve resistente a toda clase de virus sociales, tales como la falta de perspectiva vital, el trabajo adocenado, la incomprensión, la carencia de estímulos, y ese "cielo de números y leyes" que todos maldicen, y que García Lorca dibujó mejor que nadie.
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Si no me desmiente el interés de los "tejedores de bulos", la Sra Ministra de Igualdad, y su séquito, se han mudado por estas fechas a N. York, a bordo de un avión Falcon de las Fuerzas Aéreas y Espaciales; probablemente sea para no tener que pagar el recibo de luz, aunque hay quien dice que fueron hasta allí para anudar alianzas feministas; tratar la cuestión del aborto, y hablar entre amigas de los derechos de la mujer...
Cuánta historia para justificar unas vacaciones...
¡ Si al menos pagaran sus propios gastos de su bolsillo, tendrían derecho a hablar de las becas que "a los alumnos ricos" concede la Comunidad de Madrid, y poner el grito en el cielo.
Qué poca vergüenza...
Conocí a compañeros que viajaron a Japón del brazo de sus respectivos, bajo el paraguas protector de la Junta, con la excusa de ver a los japonesitos saludando desde sus pupitres.
¡Qué se lo pregunten al Sr. Chaves!
Con la falta que hacían un aparato de aire en el IES " Tartessos" de Camas donde los alumnos vivían como en una granja de aves, bajo un techo de Uralita.
¡Empoderadas ellas que pueden ! ¡ Que si se descuidan les conceden el Nóbel por desbancar al Rey Midas!
Que todo el mundo merece un sueldo digno, una tata para los niños, un casoplón, y una escolta...
Pues no viven los Reyes luciendo a tutiplén como artículo de lujo que consume el ciudadano con agrado del " Hola"... ¿por qué no vamos a tener derecho todos, todas, y todes, a unas vacaciones pagadas, a costa del Estado, o en su ausencia, de un Fondo de Reptiles?
Al fin y al cabo el dinero público no es de nadie, como dijo en su día la Ilustrísima Carmen Calvo en un derroche de tontería.
A este paso acabaremos no ya como Baterbly, sino como aquel compañero de trabajo que en su juventud militara en el PC, y que, presa del desencanto, día sí y día también, ponía las pulsaciones a cien a los espíritus tibios, gritando como un poseso en la Sala de Profesores:
- "¡Me c. en Zapatero...!
¡Me va a hacer que vote al P.P.!"
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