7 de abril de 2022 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Con la mosca tras la oreja

La casa es el nido, el hogar, el espacio donde el individuo alimenta su espíritu, y comparte en familia palabras, caricias, y afectos

Con la mosca tras la oreja
Con la mosca tras la oreja
─ “¡Es el Diablo quien empuña los hilos que nos mueven!/ (…) cada día descendemos un paso hacia el infierno/ sin horror, a través de tinieblas que hieden.”

La casa es el nido, el hogar, el espacio donde el individuo alimenta su espíritu, y comparte en familia palabras, caricias, y afectos.
Es indudable que el hombre es un ser espiritual: una burbuja sentimental; y no un robot programado al que se le puede dar cuerda a gusto del consumidor.
Los pringados de primer barniz, los déspotas ilustrados, y los grandes egocéntricos del "cuá cuá cuá", se equivocan al vender el progreso como un "invento genial", una caridad para los pobres de espíritu, una subvención para los damnificados, o uno de esos nidos de metacrilato reservados a encerrar de por vida la gracia, la sabiduría, y el perfume de un país.
Tan es así que un buen día los ingeniosos Arquitectos del Mundo Mundial se reunieron en cónclave, y acordaron levantar un Gran Altar al Progreso.
Comenzaron por expulsar la historia de los museos, los libros del “Index” de las bibliotecas, y a derribar construcciones perniciosas poco adaptadas a la modernidad del relato: casas, palacios, catedrales, miradores, terrazas, doblados, haciendas, cortijos y chiringuitos, que para nada servían si no para molestar al constructor.
Para tan monumental labor funcionarios de Hacienda, y operarios de Salsa Rosa, vestidos de blanco impoluto, levantarían actas de embargo, y expedientes sancionadores.
Detrás de ellos un equipo de especialistas ─ albañiles, caza fantasmas, y gruistas ─ aplicados en dejar todo el panorama a la vista sin un solo árbol de sombra, ni un toldo, ni un bicho, ni un ladrillo, ni un Cristo de palo que echarse a la boca.
"Tierra quemada", como alguien tituló. Un proyecto para el futuro; una obra de arquitectura destinada a perdurar por los siglos de los siglos. Que no nos va a conocer ni la madre que nos parió…
Resultado adjunto: ahora, con la corrupción, ya nadie se fía de nadie.
Y ante tan singular planificación la gente sale a la calle con un pendiente como bandera: una mosca sobre la oreja.
¡Qué pertinacia! ¡Qué empeño! “¡No pasarán!”, dijeron, y construyeron un bastión con sus propios cuerpos.
En días aciagos los croatas esperan la llegada de un sinfín de ataúdes y apisonadoras, para dar tierra a sus muertos.

***
Hace una semana o dos, en una misa de difuntos celebrada en la basílica del Cristo de la Expiración, el oficiante refirió a los presentes una anécdota del finado.
En los últimos tiempos mi vecino solía decir a la familia "que iba a ver a un amigo".
Extrañado uno de sus hijos le siguió los pasos hasta comprobar que el antedicho conocido era ni más ni menos que el Cristo de la Expiración, "El Cachorro" de Triana, a quien su progenitor iba visitar a menudo.
¡Qué gran misterio es el hombre!
Secretos que el alma esconde; biografía sentimental que por más que el moralista, el papista, el agnóstico, o el embalsamador de turno se empeñen, abarca muchos más capítulos que un grueso libro de historia, o que un dibujo al carboncillo destinado a precisar la anatomía de un esqueleto, con toda suerte de detalles.
Que por más que se empeñen en decir que somos ceniza, el hombre es una voluntad de crecer junto a sus congéneres, una semillita atómica...

(Nota: Tomé prestada la ilustración del poeta visual Antonio Monterroso Madueño)
 
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