22 de febrero de 2022 | Joaquín Rayego Gutiérrez
La jerigonza del baile
─ “Que salga usted, que la quiero ver bailar”. (Folclore Popular Infantil)
La jerigonza del baile
El vendedor de periódicos de mi barrio es un tipo sandunguero que siempre lleva a mano unas palabritas de más con las que alegrarle el semblante al vecino:
─ “¡Ahí lleva usted un diario bien despachaíto…!” dice tras escoger de entre el montón de periódicos aquel que presenta un mejor estado de revista, para mostrarlo después, cordial y ceremonioso, como si ofreciera a un huésped ideal una espumosa taza de café en una mañana de frío.
Si la experiencia aconseja llevar un “kit” de supervivencia para hacer frente a las necesidades de la calle no cabe duda de que las barritas energéticas de que hace gala Joaquín son el humor y el “buen ángel”.
Con tan singular aporte, y a hombros de un pobre hatillo, nuestra gente anudó en tiempos lazos de unión entrañables a uno y otro lado del océano, como subraya Lope de Vega en una de sus comedias:
─ “Flamencos, indios y negros/ y la nación española
Risueños bailando muestran/ sus alegrías notorias”.
Habaneras, colombianas, alegrías “de ida y vuelta” que la lengua hermanó bajo un mismo techo, y en el cáliz donde se mezclan la sabia del roble español ─que es también la de Tartessos, Roma, Al ─ Andalus...─ y la vasta sabiduría de esa espléndida arboleda que es la América Latina.
Una herencia común expresada de la forma más natural y sencilla: la belleza que nace en la prístina voz de un corro de niñas que, pizpiretas, se mueven al son de las palmas:
─ “La señorita Pepi/ ha entrado en el baile,
Que lo baile, que lo baile, / que lo baile, que lo baile.
***
Razones y sentimientos sobran para que nos unamos todos en un proyecto común: el de hacer de la convivencia y el buen rollo un mecanismo útil que nos ayude a vivir, y no un artificio demoníaco: un agravio de sanguijuelas, o una forma de escupitajo consistente en lanzar huesos de aceitunas a los ojos del enemigo; que los Frankestein de turno, los que empujan a niños de teta al agua, se lo tengan que pensar dos veces. ¡Y nada de margaritas, ni halagos!
Que aquellos muertos vivientes que “estaban tomando cañas” ─ como apunta la canción─, dejen de mostrar interés en volver a pasar por las urnas, o a “trabajar por el bien común”, como dicen con descaro, sin aplicarse previamente a la tarea de hacer la o con un canuto, o al esfuerzo de tener que pasar un examen en toda regla.
Que los grandes escapistas de ley, los ilusionistas de la trampa, los evasores del fisco, los “irresponsables” políticos del país, no duden ni un solo segundo en dar de lado a su retórica, la retórica manida con la que a menudo embaucan: la del atraso de siglos, la de los años de incuria, la de la reclamación a tiempo, la del proceso de modernización, la del bigotito de Franco, y tal y tal, cuando sus mayores logros han sido la soberbia, la nocturnidad y alevosía de un edicto, la manipulación y la mentira, los ERES, y dejar las tarjetas de crédito temblando sobre el mostrador de un burdel.
¿Descubrió acaso el Dr. Fleming la penicilina para presumir de haber dado un nuevo giro a la Tierra? ¿O creen estos mendas tal vez que un país ha de ser “patrimonio histórico” de una casta, de una religión, de un credo, o la presa que compartir con familiares, colegas, y amigos?
En “la gran fiesta de la democracia” que son los “premios de cine, tiros largos, y alfombra roja”, nadie se manifestó contra la guerra, ni a favor del pueblo pisoteado; ni contra de los intereses abusivos de los Bancos; ni contra la subida de la luz; ni contra la desidia e ineptitud de sus gobernantes; ni contra la jerga digital que a todos excluye ; ni contra la situación de los pueblos “vaciados”, a los que ni siquiera dejan comer perdices, como a los protagonistas de cuento.
Y me pregunto si el silencio y la prudencia tienen sus contraprestaciones e intereses, que “esto de que una pesadilla acabe en langosta es, para mí, de una novedad encantadora”, que diría Chesterton.
La vida de las tablas es muy dura, como dibujara en una graciosa anécdota el rapsoda sevillano Armando Gutiérrez, o como refleja Federico Fellini en su película “La Strada”; pero con la rúbrica de “La Ceja” ─ que Alfred Hitchcok también firmó sus producciones cinematográficas con el grafismo de su figura─ se promovió la delincuencia gratuita a la manera de “Rebelde sin causa; se proyectaron “historias para no dormir”, una por Telediario; se filmaron novelas “góticas”, películas subvencionadas, y escenas jocosas, del estilo de “Bienvenido Mr. Marshall”, en la que a los figurantes se les vestía de andaluces, como hijos de una cultura que no da para otra cosa que no sea la subvención. ¡Serán torpes!
Un panorama “de cine” que para nada merece este pueblo─ ni aun con la excusa de caer en manos de los japoneses─, y que para nada invita al silbidito triunfal de aquellos prisioneros británicos, que afanosos levantaron un puente sobre el río Kwai para después derribarlo ellos mismos:
─ ( … ) A la Pepi le vamos a dar/ chocolate con aguarrás,
Y a su novio le daremos/ chocolate con veneno…”.
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