18 de enero de 2022 | Manuel Villegas Ruiz

Ídolos de barro

Cuando considero la futilidad de la vida humana y me percato de la preponderancia, engolamiento y ¿por qué no, soberbia? con la que algunas personas se consideran más importantes, poderosas y superiores a los demás, no puedo menos que acordarme de las palabras con las que S. Juan Crisóstomo (Boca de oro; pico de oro, diríamos hoy), tomadas del Eclesiastés, comienza su homilía en defensa de Eutropio. Lo expresaré en latín y español: Vanitas vanitatum et omnia vanitas, o sea: “vanidad de vanidades y todo vanidad”.
Este Santo vivió entre 374 y 407 a. C y conocía de primera mano los tejemanejes de la Corte bizantina del emperador Arcadio, de carácter débil y siempre sujeto a los caprichos de sus validos y de la Emperatriz Eudoxia.
Uno de ellos era Eutropio, esclavo e hijo de esclavos que había intrigado para elevar a la sede episcopal a S. Juan, tras haber sido liberado por su amo Abundancio que lo inscribió en su Cuerpo de Guardia. Eutropio al verse encumbrado a tal categoría, muy pronto se rodeó de secuaces y admiradores entre los cortesanos con los que cometió multitud de fechorías y, engreído de su bonanza, abusó de su fortuna para vengarse de sus enemigos y llenó el palacio de truhanes y eunucos.
Se dice que amenazó a la Emperatriz Eudoxia con la muerte por no haberse plegado a sus deseos. Lo cierto es que, por sus desmanes y abusos, se hizo tan odioso al pueblo que este exigió al emperador que se lo entregase para darle muerte. Se refugió en la Basílica de Santa Sofía y suplicó a S. Juan que lo defendiese, este así lo hizo, y, por momento se libró de la pena de muerte que reclamaba el pueblo, aunque mucho después, tras ser desterrado, fue condenado a pena de muerte en Calcedonia.
Se me preguntará que a santo de qué viene tan prolongado exordio. Simplemente porque no he podido dejar de compararlo con el tenista serbio, Djokovic.
Esta persona, al igual que Eutropio, ha llegado, como tenista, a lo más alto del podio, pero como ser humano, lo mismo que este, se ha creído superior a los demás, cosa que ningún nacido de mujer, lo es.
Al sentirse un privilegiado, desprecia a los demás, y no ha querido recibir la vacuna del COVID-19, como hemos hecho todos los humanos que hemos tenido posibilidad de ello.
Él vive en un mundo aparte, pertenece a una casta superior y por ello, su supremacía no le permite que se rebaje al terreno de los simples mortales.
Pero en Australia ha encontrado la medida de su zapato. No lo han dejado entrar para que participe en el torneo del Open que se celebra en ese país. Lo han despedido con cajas destempladas y sin posibilidad de que regrese a no ser que esté vacunado.
También ha estado en Marbella en las mismas condiciones, pero ¡claro! España es un país en el que la tolerancia alcanza límites de estulticia.
Como piensa que es superior al resto de los humanos, su cólera ha sido monumental, pero su padre se ha enfurecido al máximo y lo ha comparado con Espartaco, y, en el colmo de la estupidez, ha dicho que lo que padece su hijo es equiparable a los sufrimientos de Jesucristo. ¿Habrase visto mayor aberración y sandez?
No entro en el peligro que supone un no vacunado para transmitir el contagio, solo reflexiono sobre la enorme egolatría y soberbia de este individuo; y no se me va de la cabeza la humildad y sencillez de nuestro tenista Rafael Nadal, al que vimos, cuando las inundaciones de Mallorca en 2018, achicando agua en locales inundados.

 
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