29 de diciembre de 2021 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Con cajas destempladas

─ “Al son de cajas destempladas eran llevados los reos al patíbulo”. (Francisco Rodríguez Marín)

Con cajas destempladas
Con cajas destempladas
Diciembre de 2021: Tiempo de pandemia.
Las facturas del gas y la electricidad experimentan en estos días subidas y bajadas “históricas”.
Adviento. Periodo de preparación espiritual que la liturgia cristiana establece para que “el pueblo de Dios” reciba al Mesías en traje de los domingos.
Todo un sarcasmo a los ojos de quien sufrió toda clase de abusos por parte de los Poncio, de los Caifás, y de toda una bandada de buitres que un día aciago tomaron la determinación de vivir del terror y de la moralina.
Todo comenzó cuando la Virgen aceptó la extraña proposición de boca del arcángel Gabriel:

─ “¡Hágase en mí según tu palabra!”, dicen que María dijo. Y la Palabra se hizo Luz…

Y desde ese momento los inocentes creyeron que la naturaleza se llenaba de armonías; que en adelante ningún zorro se atrevería a robar el queso, ni el huevo, ni las gallinas…
Para Sócrates, el griego, el arte de dar a luz constituía la base de toda una filosofía que consiste en "alumbrar" la conciencia del receptor mediante una serie de preguntas en las que el entrevistador aparenta ser un perfecto ignorante:

─ ¿Y usted es creyente, o agnóstico?, ¿Y se prestaría a disimular un embarazo como hizo el casto San José…? ¿Y en defensa de qué evangelio o ideología sacrificaría usted la salud de su hijo si así se lo pidieran Hitler, Lenin, Guzmán “el Bueno”, o el Dios de Abraham…?

De haber vivido en la actualidad a Sócrates, el griego, se le acumularían en el tintero cantidad de preguntas estúpidas, como el signo más visible de los nuevos tiempos:

─ ¿Qué piensa usted de los derechos del niño? ¿Qué diría si a un peatón que atraviesa el semáforo en verde le atropella una multitud de vehículos con el argumento del número?

No hay que olvidar que la educación, las circunstancias, y los genes, nos empujan siempre en un mismo sentido, y a Sócrates le tocó en suerte ser el hijo de una comadrona.
No es de extrañar que si Sócrates viviese se preguntaría muy seriamente por los derechos del niño en una sociedad que nos es escasa en oenegés, y en representantes de la infancia.
Al niño de Canet de Mar lo quisieron apedrear sus vecinos, como a María Magdalena, por no formar parte de una banda de acosadores y desnaturalizados; una norma que a lo que se ve se ha vuelto a poner de moda, con la aquiescencia del género neutro, entre quienes titulan de civilizados y sólo muestran jorobas:

─ "¡Igualdad!, oigo gritar/ Al jorobado Torroba.
Y se me ocurre pensar: / ¿Quiere verse sin joroba,
O nos quiere jorobar?".

Ya en los años 80 un grupo de profesores e intelectuales cercanos al socialismo, y residentes en Cataluña, redactó un manifiesto ─ el llamado “Manifiesto de los 2.300 intelectuales”─, en el que rechazaban los oscuros propósitos encerrados bajo el acuático rótulo de “inmersión lingüística”.
Aquello les valió el rechazo el insulto, el exilio, e incluso algún impacto de bala, de quienes antes les dedicaran sus aplausos y sus vítores; tan racistas ellos que calificaban de “conglomerado” a una parte de la población que hizo de Cataluña una región pujante, competitiva, y seria:

─ ¿Qué volem aqueta gent / Que truquen de matinada…?

Y es que para toda una miríada de vividores y “artistas” de la lagrimita y “la pela”, el arte de "dar a la luz" no requiere de otra fe que la de apretar un botón y disponer de un buen saldo en la cartilla.
¿“No ver, no oír, no hablar”, pasar la gorra, y mover el rabo, es todo lo que se encierra en el catecismo de buen ciudadano que esta nueva moral propugna?
Años atrás lo fue leer “El País”, esgrimir el carné de afiliado al Partido, presumir de agnóstico, mostrar las arrugas del traje, lucir de intelectual, y consumir estimulantes. Y de poco sirvió.
“Atropellados por los taxis ebrios de la realidad absoluta”, ensordecidos por “el enlatado martilleo de los férreos regimientos de la moda”, o bombardeados por “los gritos de nitroglicerina de maricas de la publicidad”, son algunas de las frases que esbozan a la perfección el desencanto de las viejas ideologías totalitarias, y el hastío de aquellos pioneros de la libertad sexual ─los Ginsberg, los Kerouac, los Burroughs…─ que acabaron manifestando su estomagada repulsa al “establecimiento”, mediante destemplados aullidos:

─ “¡Moloch la prisión incomprensible! ¡Moloch la desalmada cárcel de tibias cruzadas y congreso de tristezas! ¡Moloch cuyos edificios son juicio! ¡Moloch la vasta piedra de la guerra! ¡Moloch los pasmados gobiernos!”

Y es que, según revela la más fiable de las Estadísticas, la mentira causa más muertos que un millón de granadas rompedoras; y aún si la utiliza el Gobierno como brillante espumillón, o como cohetes de feria.
Que como dice mi amigo Jacinto, a sus ochenta y cinco años de jovial y esperanzada experiencia:

─“La política es una empresa, lo mismo que “El Corte Inglés”. Y de ese negocio vive gente que no tiene oficio. Ellos son, junto al paro, la corrupción, la rapiña, y el independentismo, la raíz de esta pandemia”.
 
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