23 de junio de 2021 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Sopor

“La prueba de una inteligencia de primera clase consiste en la habilidad para retener en la mente dos ideas opuestas, al mismo tiempo, y seguir conservando la aptitud para funcionar”

Sopor
Sopor
Corría el año 1994 y el I.E.S. “Fernando de Herrera” celebraba su XXV aniversario.
Al frente del barco seguía de capitán D. Gonzalo Sánchez Vázquez, un profesor a quien todos sus alumnos admirábamos sobremanera por su sabiduría, bondad, y buen talante.
Tan solo un detalle valdría para contrastar lo que digo: en los días que siguieron a los exámenes de Selectividad paseábamos por “Las Palmeras” un grupo de amigos de C.O.U. cuando, con su hermosa y abierta sonrisa D. Gonzalo se vino hacia mí para decirme que había visto mi nombre en la lista de aprobados.
¡Cuánta humildad…! ¡Y qué tremenda impresión el sentirse arropado por una de esas personalidades que valen un Potosí…!
Se cumplía, como digo, el XXV aniversario del Instituto, y con tal motivo el claustro de profesores había invitado al historiador D. Antonio Domínguez Ortiz a dar una conferencia sobre la presencia árabe en Andalucía.
Pero dejemos que sea D. Bernardo Perea quien refiera los pormenores del acto que él vivió en primera persona, y que tuvieron por protagonista a un encantador sacerdote, a quien tuve la suerte de conocer por mediación del poeta, y amigo, Carmelo Guillén Acosta:

─ “No hizo nada más que empezar el acto, cuando Antonio Ríos -invitado a éste como antiguo profesor del Centro- cayó en un profundo sopor hincando su barbilla en el pecho y emitiendo algún ronquido. Era tan manifiesta para los presentes aquella tan plástica desatención para el profesor invitado, que numerosas eran las miradas furibundas que, como saetas, se dirigían al plácido durmiente y, en cierto modo hacia el colateral sedente de éste, José Manuel Díaz Matamoros, al que rogaban con gestos frenara aquel agravio que se hacía al conferenciante y el mal lugar en que, de rebote, quedaba el Centro. José Manuel, con gran apuro, abría las manos, encogía la cara, enarcaba las cejas y encogía los hombros significando su impotencia para frenar al dormido desatento. Ya se decidió en cierto momento José Manuel a darle un disimulado codazo y logró que Antonio abriera los ojos con gran esfuerzo y que, al oír éste por boca del conferenciante “...ya en el ochocientos...”, acertó a musitar “¡Aún me quedan seis siglos!” y volvió a caer en aquel plúmbeo sopor”.

Dormitando entre amapolas, o viajando de incógnito en el carro de la luna, de quien la Mitología dice que “Sopor” fue su cochero, este cura bonachón, que ahora duerme el sueño eterno, fue uno de esos preclaros individuos de los que Scott Fitzgerald escribió que eran “capaz de retener, en la mente, dos ideas opuestas, al mismo tiempo”, como pueden comprobar quienes se acerquen a internet a echar un vistazo a su tesis, que versa sobre la vida y obra del heterodoxo sevillano José María Blanco White.
Y es que sabios de la talla de D. Antonio, y D. Gonzalo, son tipos únicos, y singulares: simpáticos, geniales, abiertos, comprensivos, y a quienes nada de lo humano resulta ajeno, que dijo el filósofo.
Algo muy distinto a esos otros que, a falta de algo que decir, cada día nos muestran un circo de pulgas: el No─ Do de antaño, o uno de esos interminables capítulos de la “La vida de Brian”:

─ “Nos han desangrado los muy cabrones, nos han quitado todo lo que teníamos, y no solo a nosotros sino a nuestros padres, y a los padres de nuestros padres. Y a cambio los romanos qué nos han dado”.

Viejas historias que quienes las vivieron no las quieren conocer; personajes como John Vincent Moon, diseccionado sutilmente por la pluma de Jorge Luis Borges, que para mayor abultamiento se cuentan a manojitos:

─ “Había cursado con fervor y con vanidad casi todas las páginas de no sé qué manual comunista, el materialismo dialéctico le servía para cesar cualquier discusión”.

O como esos otros sacados de una comuna beatnik, que duermen indolentes el sueño de una noche de verano, o la narcosis profunda de un porro.
Pereza, apatía, abulia, “spleen”, o embobamiento mental de quienes, a fuerza de repetir “palabros” y consignas, de meter las mil y una historias de la infamia a golpes de calzador, convirtieron la necedad, la patada en la puerta, o las historias de ultratumba, en algo tan normal como beber agua de un grifo.
El alcalde de Cádiz – profesor de Historia, que luce un tierno apodo ─ envió a unos operarios a quitar la placa de la casa de D. José María Pemán, en lugar de recitarles con ritmo el poema a “La Feria de Abril en Jerez”, para que se marquen unas pataditas por bulerías.
Lo mismo sucede que el objetivo próximo de los “Siete Sabios de Gádex” es la casa─ museo donde D. Manuel de Falla vivió, en la Plaza Mina, por aquello del catolicismo militante del músico quien, tras la retirada de crucifijos de los colegios, dio la espalda a la República.
O acaso sea el rótulo de la calle que recuerda al malagueño Picasso, un artista incomparable de quien su nieta Marina afirmó que “todo lo que aquel decía era palabra sagrada, humillaciones, insultos y desprecios incluidos”.
Y es que “hablar ad efesios”, a base de extravagancias, y obrar despropósitos sin impedimento alguno, parece ser que se convirtió en un lema de familia.
Semejantes disparates─ el pan nuestro de cada día…─ me recuerdan aquel otro que versificó D. Ramón López Montenegro, y que memorizábamos de niños: un examen de Historia, anticipo surrealista de “La Casa de los Líos”:

─ “Viriato prestó al califa / tan señalado servicio
dándole un trono fenicio/ que le tocó en una rifa,
y obsequió a Boabdil / en los campos de Montiel,
con una casa─ cuartel / para la Guardia Civil…

Extraño duermevela de quien confunde el culo con las témporas, y que puesto a pulir lápidas "por razones políticas" bien podría haberse fijado en gente de su propia cuerda, para así predicar con el ejemplo; tal el caso del chileno Pablo Neruda, extraordinario poeta, pero malísima persona, según su currículum refleja; o el gaditano Rafael Alberti, de quien pocos refieren los débitos poéticos contraídos; el juglar que no se prestaba a hacer uso de la pluma para defender a sus amigos contra el “Padrecito” Stalin; el camarada que prometió no volver a Granada, pero sí a Moscú: como cuando invitado al Congreso de Escritores Soviéticos, los Malreaux, y gente de su calaña, elogiaron la construcción del canal del Mar Blanco, olvidándose de mencionar a los represaliados políticos, obligados a trabajar hasta morir.
Neruda, y Alberti, Alberti y Neruda, dos amigos de esos que huyen hasta de su sombra ─ no lo digo yo que lo dice el embajador chileno Carlos Morla Lynch, que en sus Memorias los califica de cobardes─ , que salieron corriendo de la quema, junto a sus respectivas esposas, en un coche propiedad de la embajada, y dejando al personal más tirados que colillas.
A Miguel Hernández, por ejemplo, que les reprochó las celebraciones pantagruélicas de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, mientras el pueblo se desangraba, y moría de hambre.
¡Fíate tú de las apariencias, enamorado que estabas de la magia de sus versos! ¡Si hasta llegaste a creer que ser profesor de Historia consistía en no cortar cabezas virtuales, ni en borrar historias de un plumazo!
En “Historia de una amistad” subraya Vicente Marrero los lazos que, en el s. XIX, unían a personas de tendencias tan opuestas como los Pereda, Rubén Darío, “Clarín”, Valera, Menéndez y Pelayo, Pérez Galdós, etc…, expresando su particular opinión al final del libro:

─ “Y, digámoslo ya, aquellas épocas literarias donde la amistad entre sus hombres de letras resulta más entrañable son, de una u otra forma, épocas religiosas, al menos más religiosas que aquellas otras donde las actitudes de desprecio han desplazado a las amistosas”.

A mí, personalmente, el Sr. “Kichi” ni me cae bien, ni mal; pero al menos es una persona coherente con sus ideas, algo que en otros políticos es un valor que “se supone”, pero que no sale a escena; pero comprenderán que quienes tenemos una edad, y presumimos de ser abuelos, no estamos para guerrillas que resultan de todo punto infantiles; máxime cuando quedan tantas cosas por hacer, y es tanto lo que se juega.
El tema de España, el del trabajo, el de las pensiones, el de la sanidad, o el de la educación, por ejemplo, que tan importante fue para los krausistas, para los “regeneracionistas”, y para los que querían una “España con honra”.
Como D. Santiago Ramón y Cajal me manifiesto contrario a conseguir una plaza de por vida en la Administración por el simple hecho de superar un examen; una prueba que a muchos sirvió para saber que, en la práctica, nada sabían, y que todo se había limitado a un simple espejismo: el de empollar como gallinas hasta hacer salir el huevo por las orejas.
Sería conveniente, al menos, que profesores tan poco serios como D. José María, pasaran cada cierto tiempo unas pruebas que confirmen que no se durmieron en los laureles; que siguen estando al día; implicados en el desarrollo de un temario consensuado, y no en el que se les antoje; poleas de transmisión de los avances sociales; permeables a todo aquello que beneficie a sus alumnos, pero implacables en lo tocante a comulgar con el odio, el fraude, la manipulación, y la mentira.
 
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