28 de enero de 2021 | Joaquín Rayego Gutiérrez

El hombre deshabitado

"Pues para gloria del barro, / fue Dios el primer alfarero / y el hombre el primer cacharro"

El hombre deshabitado
El hombre deshabitado
Me escribe un amigo sobre la educación de los hijos. Se pregunta cómo es posible que jóvenes que hasta hace poco no frecuentaban la montaña, una vez habituados se den tanta maña en subir; y siendo así, cómo es posible, con los éxitos deportivos que les avalan, que no haya tan buenos resultados en el terreno educativo.
El hombre, como se dijo, es una pella de barro sobre la que queda grabado todo aquello que ama, y que considera importante para su armonía y bienestar.
El deporte está en auge desde que los americanos lo pusieron de moda allá por "los locos años 20"; pero nunca estuvo tan promocionado como ahora.
El gimnasio, el chándal, la mancuerna, "la vida sana", y " la ruta del colesterol", son expresiones habituales que forman parte ya de nuestra forma de vida.
En el barrio sevillano de Heliópolis, y gracias a la iniciativa de un sacerdote, de la noche a la mañana los escolares del Claret competían en la primera división de hockey sobre patines.
Y casos similares se han dado, y se dan, en otros pueblos, en otros colegios, y en otros lugares de nuestra geografía.
Y si esto es capaz de hacerlo un solo individuo, qué no es posible si se empeña en la labor una entidad, una sociedad, o un gobierno, con toda una propaganda orquestada por delante.
Ni insensibles, ni salvajes; somos hijos de una educación que tiene en la familia, y en la sociedad, sus dos grandes pilares.
Criar, alimentar, cuidar, hacer crecer, enseñar, son sinónimos de "educar", que no rigen para un " golem", o para un robot insensible.
Hace pocos días, en Olivares, unos chicos le propinaban una paliza a su profesor, que esperaba en el coche la salida de sus compañeros.
La política rastrera es lo que tiene, que en lugar de fina loza, nos toman por un mal barro al que moldear, clasificar, y formatear, a imagen y semejanza de un mercado de ocasión.
Hasta no hace muchos años la educación colegial estuvo en manos de eclesiásticos de uno, y otro costado.
Ya en el siglo pasado competían en poder una "aristocracia de la izquierda" - la Institución Libre de Enseñanza- , y los jesuitas.
Ambas ramas adolecían de un " pequeño" defecto", al decir del escritor Arturo Barea, "que sus puertas estaban cerradas para la clase trabajadora"; algo que no sucedió "en tiempos de Franco" con la Universidad Laboral, institución que primó el trabajo, y la valía de los alumnos, por encima de otra clase de "aristocracia".
Hasta mediado el siglo XX, amén de los curas el panorama educativo en España dejó mucho que desear.
En su libro de memorias cuenta Ramón y Cajal cómo en una de las discusiones del Ateneo madrileño, en la que se hablaba de las retribuciones del maestro de escuela, alzó la voz el periodista José Zahonero - de estética" naturalista", e ideario republicano y anticlerical- para decir:

- "Si no cobran, suya es la culpa, porque en treinta años de labor no han sabido educar a una generación que les pague".

Extraño pensamiento de alguien que fuera un decidido defensor de la mujer, y de su papel en la sociedad de aquel tiempo.
¿ Acaso desconocía la influencia de las " fuerzas vivas" de aquellos pueblos dejados de la mano de Dios?
Siempre faltó el pan, la escuela, y una buena política " antiparasitaria" en nuestro país.
Entonces las escuelas eran cuadras, en el mejor de los casos.
D. Francisco Rodríguez Marín nos habla en uno de sus relatos de un maestro del que se reían hasta los niños, por la extraña pretensión de encalar, e higienizar, las paredes de la escuela, donde a la noche se refugiaban los cochinos.
Y qué otra cosa podía hacer el pobre hombre que no fuese enseñar a leer a aquellos chiquitines de 5 ó 6 años de edad, cuya única salida era trabajar en el campo, y "coger espigas de las que se caen al suelo", o " arrancar cebollas en las matas".
Por suerte todo cambió.

Sólo hay que leer a Alexander Solzhenistsyn, o a Reinaldo Arenas, para ver cómo tratan algunos regímenes a los intelectuales que se niegan a seguirles la onda; y lo bien que tratan a sus incondicionales, aunque sus méritos, y su dignidad, se hayan quedado a la altura del betún.

Qué pocos docentes y filósofos de la ética y estética de D. Fernando Savater, levantaron la voz para opinar sobre temas tan prioritarios como la educación de nuestros hijos.
Todo lo más algún filósofo oficial, defensor sistemático de la Lode, la Logse, la Lomce, la Celáa, y todo lo que se menea; y que mañana, por variar, cambiará de fascículo, y tomará de modelo a finlandeses, y suecos; como si la historia, los caracteres, las necesidades, el hábitat, y los medios de cada nación, fuesen los mismos.
Con razón las malas lenguas les tildan de " vendedores de libros"- es de suponer que de sus libros de texto-, al tiempo que critican sus monótonas e interminables charlas, donde la "creme" del profesorado viene a beber, y a reciclarse.
Que "reciclaje" llaman ellos a ese torpe barniz ideológico, ese oscuro brevaje con el que bautizan a los neófitos en un santiamén; y, sin tener que abandonar sus despachos, reparten "aptos" a tutiplén en lo que bien podría llamarse una reunión de comunidad, por lo tocante a la desafección de los vecinos en ponerse al día de los "temas a tratar".


Nada se habla de quienes trabajan, y cumplen; ni de los libros de texto; ni de adecuar los niveles de lectura a la comprensión del alumno; ni del acosador, y sus malas artes; ni de los que amenazan al docente por defender sus derechos; ni del que, cuando suspende, grita con sorna y acompañamiento obsceno: "¡Ñaca, ñaca...!"
El problema, pienso yo es que, tras quinientos ensayos de " ¡No era nada lo del ojo, y lo tenía en la mano!", nuestros benditos gestores se dedicaron a mover el hopo, a medrar del presupuesto, y a poner de moda toda aquella incorrección de "lo políticamente correcto"; que su única preocupación, según parece, es la de hacerse de partidarios mediante falsas promesas, subida de rango, etc...
La implantación de la informática en clase, tan vendida y " bien pagá", no siempre ha supuesto un avance en los métodos, ni en la calidad de la enseñanza.
Que lo primero es saber qué buscar, y cómo hacerlo.
¡ Cuánto mejor sería, a veces, aprender a escribir, y a leer con sentido!
A muchos la informática les ha servido para escaquearse, y para disimular lo que no saben, y deberían saber.
El joven no es un chip destinado a contener una tendenciosa, e interesada programación.
Es un material sensible; y no un cacharro a quien programar, "deshabilitar", y formatear, como si fuese un robot.
Los Soro y su troupe de amigos ya nos vendieron la moto, el país en cómodos plazos, y hasta el alma al diablo; sólo falta que nos vendan un bozal para discretos...
 
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