28 de octubre de 2020 | Manuel Villegas Ruiz

El derecho a vivir

No es la primera vez ni posiblemente sea la última de las que escriba sobre el primero y principal de los derechos humanos: EL DERECHO A LA VIDA.
En la relación de los Derechos Humanos se enumeran treinta que son propios del ser humano por el mero hecho de serlo. El de la vida figura en tercer lugar, después del de “Que todos los seres humanos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos”, y a continuación del de que “Toda persona dispone de los derechos contemplados en el documento, sin distinción de edad, raza, color, sexo, idioma, religión o cualquier otro condicionante”.
Craso error a mi entender ya que si no se vive no se puede reclamar ni ejercer derecho alguno, pues mientras no existas no puedes optar a nada. “Qui nihil est nihil potest cupire” (Quien no es nada, nada puede desear)
Pero bien, dejémoslo así ya que de esta forma ha sido sancionado por todos los países que los han suscrito y aceptado, y procuran que imperen en sus naciones para bien de sus gobernados.
Hoy día se está difundiendo, aceptando y consolidando la antítesis del mencionado derecho a vivir, con la falacia del derecho a una muerte digna, es decir la eutanasia. Ni por asomo se me ocurrirá enjuiciar está desde el punto de vita teológico diciendo que, el único señor de vida y muerte es el Supremo Ser que nos ha creado, es decir, Dios. Hablo desde la perspectiva humana.
¿Qué persona como no sea que ha perdido totalmente la razón y no sea capaz de distinguir el mal del bien quiere morir. Aunque padezca una cruel enfermedad?
Creo que si se sondeasen, sin trampas saduceas ni subterfugios, a los humanos ninguno respondería que desearía que lo matasen.
Todos los médicos, al menos que yo sepa, de nuestra cultura occidental, se han comprometido con el Juramento de Hipócrates efectuando el mismo, uno de cuyos compromisos es: “Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco administraré abortivo a mujer alguna. Por el contrario, viviré y practicaré mi arte de forma santa y pura”.
La misión principal y primordial de todo médico es salvar vidas humanas. No hay que retroceder en el tiempo y buscar ejemplos heroicos de ello. Bastantes nos han dado esos legionarios de la sanidad, carne de cañón, y combatientes de primera fila que han muerto a millares por salvar las vidas de los demás.
Según Amnistía Internacional (AI) más de 7.000 sanitarios han muerto por el SARS-CoV-2 en todo el mundo desde que empezó la pandemia, 63 de ellos, en España.
Posiblemente, si no hubiesen antepuesto su vida a la de los enfermos, y se hubiesen despreocupado de ellos, aún estarían vivos.
Pero hoy día va ganando cada vez más terreno el “derecho a una muerte digna” ¿Qué derecho, ni qué garambainas? Se tiene derecho a vivir, no a morir, aunque haya partidos políticos que en España estén predicando, apoyando e intentando conseguir que se promulgue una ley que permita esta ignominia.
Los griegos, y también los romanos creían en las Parcas. Sin entrar en muchas explicaciones estas eran tres diosas cuyo oficio era administrar la vida no solo de los humano sin también de los dioses.
Sus nombres eran: Cloto, la más joven de las tres; era la encargada de llevar los hilos y telas que coserían los destinos de cada persona.
Su hermana Laquesis era la encargada de mover la rueca en la que se preparaban los hilos de Cloto.
Por último Átropos, (ατροπος) en español “inexorable' o 'inevitable', era la encargada de cortar en cualquier momento y sin avisar con unas largas tijeras, el hilo que unía a la persona a la vida.
Esta decidía el instante exacto en que cada humano tenía que dejar de existir. Ni los demás dioses podían ponerse a ella.
Ciertamente esto es mitología, pero encierra una enseñanza que hemos de tener en cuenta. Nadie, nadie, en ningún momento u ocasión es dueño de su vida. Los griegos y romanos decían que la regía el Fatum que estaba por encima de las parcas.
Ese Fatum lo hemos equiparado al Destino, así que cuando alguien muere, decimos: “le ha llegado su hora”, “estaba de Dios”, o “era su sino”.
Hay una tiempo para nacer y otro para morir. Nadie tiene facultad, privilegio o derecho de adelantar este, al igual que no puede atrasarlo.
Por ello, a pesar de los muchos sufrimientos que padezca una persona, y aunque ella pida que acabemos con ellos, no tiene que ser cortando el hilo de su vida.
La Medicina, desde Hipócrates y Galeno ha avanzado inconmensurablemente. Hoy se procura mitigar los padecimientos de quien sufre con una rama médica que se denomina Cuidados paliativos (paliar dice la Rae que es “mitigar, suavizar, atenuar una pena, disgusto”), o lo que es lo mismo, hacer más llevadero un dolor. Si hay, y existen, remedios para hacer que este sea soportable, no se debe recurrir, por ninguna razón, por muy “caritativa” que sea a privar de la vida a nadie
Se puede llegar al aberrante caso, como ocurre en Holanda, de que las peticiones de eutanasia las pueden hacer menores de edad, en algunos casos con el consentimiento de los padres (entre los 12 y 16 años inclusive) y sin su consentimiento, aunque participando en la decisión final (entre los 16 y 17 años).
Existe un término jurídico que es cui prodest, o sea quién saca beneficio, quien se aprovecha. Indiscutiblemente no es el que fallece, pero puede haber muchos intereses inconfesables que, ante la posibilidad de una herencia o un posible beneficio, lleguen a la connivencia, siempre habrá algún médico sin conciencia dispuesto a participar, para eliminar a alguien que estorbe.


 
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