28 de febrero de 2020 | José Bernal Roldán

¿Quién le pone el cascabel al gato?

¿Quién puede discernir cuándo una “buena muerte” resulta preferible a una “vida mala”? ¿Qué ser humano o qué colectivo se puede autoproclamar en poder de la razón o de decisión de poner fin a una vida para evitar el dolor o el sufrimiento? Cuando el individuo no se encuentre en situación des-personalizada, el problema de la eutanasia puede plantearse formalmente en términos éticos.
Desde nuestros supuestos, el deseo de morir, reiteradamente expresado por una persona que sufre depresión, o alguna enfermedad o lesión grave, no constituirá motivo ético suficiente para administrarle la eutanasia, pues nuestra generosidad tendría que dirigirse a restaurar su firmeza “según el dictamen de la razón”. Es el mismo motivo por el cual, en situación de despersonalización irreversible, la administración de la eutanasia no puede atribuirse a la generosidad sino, a lo sumo, como hemos dicho, a la propia firmeza de quien la administra.
¿Cuál es el momento en que el fiel de la balanza entre estas dos posibilidades atraviesa el punto de equilibrio en la consideración de quien puede decidir sobre la vida, la propia o la ajena? Tanto más difícil es decidir cuanto que no se trata de elementos equiparables o semejantes. En la muerte, buena o mala, no hay futuro; en la vida, mala o buena, sí. La decisión por la primera acaba con cualquier posibilidad de medida; la decisión por la segunda, permite la repetición de la pesada en ulteriores reconsideraciones y en nuevos contextos.
El problema de la relación entre el pensar y el ser, entre el espíritu y la naturaleza, problema supremo de toda la filosofía, tiene pues, sus raíces, al igual que toda religión, en las ideas limitadas e ignorantes del estado de salvajismo. Pero no pudo plantearse con toda nitidez, ni pudo adquirir su plena significación hasta que la humanidad europea despertó del prolongado letargo de la Edad Media cristiana. El problema de la relación entre el pensar y el ser, problema que, por lo demás, tuvo también gran importancia en la escolástica de la Edad Media; el problema de saber qué es lo primario, si el espíritu o la naturaleza, este problema revestía, frente a la Iglesia, la forma agudizada siguiente: ¿el mundo fue creado por Dios, o existe desde toda una eternidad?.
Decía Feuerbach (para mí el último filósofo clásico alemán): “Es más cómodo sufrir que actuar; es más cómodo dejarse redimir y liberar por otro, que liberarse a sí mismo; es más cómodo hacer depender su salvación de otra persona, que de la propia fuerza”.
Ahuecando la metáfora, se llega al refrán, y también hay uno para los escrupulosos del tema: “¿Quién le pone el cascabel al gato?-
 
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