20 de marzo de 2019 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Tu amantísimo hijo

─ “Un borbollón de agua clara, / debajo de un pino verde, / eras tú, ¡qué bien sonabas!”.

Tu amantísimo hijo
Tu amantísimo hijo
A servidor la casualidad le llevó a disfrutar de la lectura de D. Antonio Machado mucho tiempo antes de que lo pusieran de moda Alberto Cortés, o Juan Manuel Serrat.
Quiso el azar que un buen día dejara olvidado uno de sus libros sobre la mesa del comedor, y que de vuelta a casa mi madre, que tan sólo tuvo la posibilidad de cursar los estudios más elementales, me viniera a hablar de un poema que en su opinión derrochaba sensibilidad, y que había tenido a bien aprendérselo de memoria para paladear cada verso, cada inflexión de la voz del poeta, y cada palabra suya, para así no olvidar sus silencios, su particularísima ética, y su peculiar melodía.

─ (…) Palacio, buen amigo, / ¿tienen ya ruiseñores las riberas?

En estos días, y coincidiendo con el ochenta aniversario de la muerte de D. Antonio Machado, la Fundación Unicaja presenta en su sede de la Avenida de Las Palmeras un extenso fondo documental de la vida y obra de Antonio y Manuel Machado, recogidos bajo el título de “Los Machado vuelven a Sevilla”.
Allí, cual galería de retratos en el salón familiar, los celebrados poetas, sus abuelos, sus padres, sus hermanos y sobrinas, y aquellos amores con los que compartieron sus sueños: Leonor, Eulalia, y “Guiomar”.
Allí la historia de unos delfines que, para dar armonía y color a sus vidas, se aventuraron un buen día a llegar Guadalquivir arriba hasta el puente de Triana, donde un entusiasta Antonio Machado Álvarez, “Demófilo”, se prendó de Ana Ruiz, una trianera nacida a orillas del Betis.
Allí, fielmente documentadas, las aportaciones de esta saga familiar a nuestra lengua y cultura, al estudio del folclore, y a la revalorización del flamenco; pero, por encima de toda clase de detalles y anécdotas, lo que más llama la atención del espectador es la fidelidad de esta familia a la causa republicana, y el cariño que entre ellos se profesaron.
Fidelidad que en todo caso va más allá de su círculo de íntimos y amigos, y que se hizo extensible al mundo de las ideas.
A lo largo de una epístola que Antonio Machado Ruiz comienza con palabras muy sentidas ─ “Queridísimo papá; supongo que habrás hecho un viaje muy cómodo (…) y creo también que el mar estaría en calma y que no habrás sufrido mareo alguno”─ se evidencian muchas cosas: el alejamiento del padre de familia por razones económicas; la buena disposición filial a la hora de afrontar los obstáculos de la vida; y el amor y el respeto al padre:

─ “Y sin más por hoy y esperando noticias tuyas para escribirte más largo y enviarte algún trabajillo que escribiré solamente para ti se despide tu amantísimo hijo”.

Años atrás, en el domicilio familiar de los Machado de la calle O'Donnell nº 22, y bajo el empuje de “Demófilo”, había quedado constituida la “Sociedad del Folk-lore Andaluz"; y ese mismo mes de marzo de 1882 saldría a la luz una revista mensual─ “El Folk-Lore Andaluz” ─ que, al decir de los expertos, daría forma a "la obra más seria que se ha pensado en España para promover la autonomía regional".
En unos cuadernos de paginación continuada la revista iría apareciendo con regularidad hasta febrero de 1883; y sería ese mismo año, en el que Machado Álvarez marcha a Madrid para fundar la “Biblioteca de las tradiciones populares españolas”, cuando fracase tan interesante proyecto, echando por tierra los esfuerzos de un destacado grupo de intelectuales, y dejando en la ruina a su principal promotor.
Luego vendrá el viaje de “Demófilo” a Puerto Rico, en la idea de restaurar su maltrecha economía en el ejercicio de su profesión de abogado; y más tarde la enfermedad; y el triste regreso a casa de quien, por amor a los suyos, se autodenominaba a sí mismo “Hijo del Pueblo”.
El domicilio de sus suegros, en la trianera calle Pureza, le vería regresar de su exilio, severamente afectado de una “esclerosis medular”.
Y asistido por su cuñado, y rodeado de sus amigos, fallecía D. Antonio Machado Álvarez un 4 de febrero de 1893 a la edad de cuarenta y siete años
Si como apunta el llamado “efecto mariposa” una pequeña perturbación puede producir a largo plazo un efecto considerable, qué se habría de esperar de la muerte de un padre de semejante talla humana:

─ Esta luz de Sevilla… Es el palacio/ donde nací, con su rumor de fuente.
Mi padre en su despacho, ─ la alta frente, / la breve mosca, y el bigote lacio─
Mi padre, aun joven. Lee, escribe, hojea/ sus libros y medita. Se levanta;
va hacia la puerta del jardín. Pasea. / A veces habla solo, a veces canta.
Sus grandes ojos de mirar inquieto/ ahora vagar parecen, sin objeto
donde puedan posar, en el vacío.
Ya escapan de su ayer a su mañana;/ ya miran en el tiempo, ¡padre mío!,
piadosamente mi cabeza cana.

En 1907 Antonio Machado Ruiz, el segundo de los hijos de “Demófilo”, obtendría plaza de profesor de Francés en un instituto de Soria; y como gustaba de aprender, y no era persona de casino, se contentaba en pasear con el abad de la Colegiata, reputado arqueólogo e historiador.
Dos años después de su llegada al frío páramo castellano, un 30 de julio 1909, nuestro hombre se casa con Leonor Izquierdo, una de las hijas de los dueños de la pensión, a quien doblaba en edad:

─ Tus ojos me recuerdan/ las noches de verano
Negras noches sin luna / orilla al mar salado.

Los beneficios de una beca de estudios llevarán a los esposos a disfrutar de una larga estancia en París; pero tan solo un año después Leonor contraerá una hemoptisis que les obligaría a regresar a Soria, donde Leonor fallece en los primeros días de agosto de 1912, a los dieciocho años de edad.
Una vez más el destino repetía su jugada, instalando la tristeza en los corazones, y la consideración becqueriana de la soledad de los muertos.
La metamorfosis que experimentó el bueno de D. Antonio la reflejaría el onubense Juan Ramón Jiménez en “Españoles de tres mundos”:

─ Un corpachón naturalmente terroso, algo de grueso tocón acabado de sacar (…) vestía su tamaño con unos ropones negros, ocres y pardos, que se correspondían a su manera extravagante de muerto vivo.

Y, de nuevo en el camino el poeta guiará sus pasos hacia la sin par Baeza; y durante cuatro largos años se dedicará a dejar un vivo recuerdo en sus alumnos, a la rutina de los paseos─ por la carretera a Úbeda, por las Murallas, o camino de la estación ─, y a sus reuniones de amigos en la farmacia de D. Adolfo Almazán.
Y más tarde vendría Segovia, y el callejón de los Desamparados, testigo de sus encuentros con una mujer casada: Pilar Valderrama, la “Guiomar” de sus versos:

─ ¡Solo tu figura, / como una centella blanca, / en mi noche oscura!

Y en una nueva jugada del destino será la guerra quien marque la separación de los bandos, con esa raya tan injusta que le destierra de su casa, de su hermano Manuel, a la sazón en Burgos, y de su amor platónico, a la que la guerra coge por tierras de Portugal o Galicia.
Un “hijo del pueblo”, y un hombre bueno, como se consideraba a sí mismo D. Antonio, que nunca dejó a un lado sus ideas filantrópicas, mal que les pesara a algunos, empeñados siempre en la zancadilla; y más aún cuando el camino le venía marcado por unos hitos familiares, que no por el fanatismo, que le inclinaban a defender una educación esmerada para la gente del pueblo, y a mostrarse contrario a toda clase de abusos, al caciquismo, y a los intereses espurios de una parte de la Iglesia, que no toda:

─ Uno lee, por ejemplo, que un jefe político dice; “Si la política gira hacia la derecha es lo mismo que si girase hacia la izquierda, porque yo soy el eje.” Y entonces a uno todo lo que se le ocurre pensar es: “Feliz el ciudadano que puede estudiar para eje de la política.”

En noviembre de 1936 el gobierno republicano ordenará la evacuación de Madrid, y los Machado ─ Antonio, Pepe, Matea, y Ana Ruiz─ comienzan su particular destierro, en el que los principales escenarios serían el pueblo valenciano de Rocafort , la ciudad de Barcelona, los campos de Gerona, la masía de “Mas Faixà”, y las localidades francesas de Cerbère, y de Collioure, donde hoy reposan sus huesos.
Las vivencias de estas jornadas aparecerán recogidas en numerosos escritos, como el de Waldo Frank ─ “La muerte del poeta de España: Antonio Machado”─, Vicente Gaos ─ “Recuerdo de Antonio Machado”─ o aquel otro de Andrés García de la Barga y Gómez de la Serna, “Corpus Barga”, que lleva por título “Los últimos días de D. Antonio Machado”, y que invitan a conocer los avatares de una vida, pero sin dejar de lado la lectura de la obra de D. Antonio que, como él mismo decía refiriéndose a Valle Inclán, “ya es hora de que se estudie su obra y nos demos cuenta de la importancia que tiene”, en lugar de pasar de puntillas por ella, o de sacudirla para justificar intereses bastardos, tan alejados de su credo:

─ ¡Oh Guadalquivir! / Te vi en Cazorla nacer: / hoy en Sanlúcar morir.
Un borbollón de agua clara, / debajo de un pino verde, / eras tú, ¡qué bien sonabas!
(…) Como yo, cerca del mar, / río de barro salobre, / ¿sueñas con tu manantial?
 
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