23 de noviembre de 2018 | Joaquín Rayego Gutiérrez
A verlas venir
A verlas venir
Hace pocas fechas el Sr. Verstrynge ─ antiguo Secretario General de “Alianza Popular”, que milita en las filas de “Podemos”─ se descolgó con unas declaraciones en las que mostraba sus discrepancias con el sistema educativo de la Junta de Andalucía ─“una inversión a todas luces insuficiente en la educación pública durante treinta años de gobiernos presuntamente socialistas”─, y con la indolencia de los andaluces:
─ “Mucho rebujito, mucha cervecita, muchas gambitas, mucha playita, mucho ordenador o móvil…”
Y tras hacer uso de toda una serie acumulativa de expresiones que giraban en torno a la idea de la poca capacidad de trabajo de nuestros hijos, plantados en la vagancia y “a verlas venir”, tan sensible espíritu crítico se mostraba desconcertado por la falta de sentido del humor que tenían los andaluces:
─ “Los que manchan nuestro nombre y desprecian al pueblo andaluz no son bienvenidos en nuestra tierra”, le espetaba una compañera de partido en un arranque de bravura solamente comparable al impulso que mueve a los padres a defender a sus hijos.
Mi desconcierto al oír a tan chaquetero político supongo que no sería el mismo que el de Dª Teresa Rodríguez, o el de Dª Susana Díaz, que a la postre no hay voto ni bocado que defender y siempre he pensado que la mejor defensa son unas buenas razones; ni radicaba tampoco en un rechazo visceral hacia la Sra Tejerina, o hacia al Sr. Verstrynge, que como todo el mundo tienen derecho a expresar libremente sus opiniones; lo desconcertante para mí fue ver cómo “azarreaba” el Sr. Verstrynge con ese sonido sordo que antecede al rebuzno; y cómo se empleaba en unos modos que más parecían propios de un patán que de un universitario que, con su bagaje pedagógico está llamado a ofrecer planteamientos razonados, y respuestas más acordes con su condición de profesor de Ciencias Políticas; que con tantos arquitectos se nos casa encima y no sabemos a quién recurrir; y como alguien dijo: “La democracia son dos lobos y una oveja pensando qué se va a comer”.
Pero visto lo visto, habrá que entender que la patadita en el culo del Sr. Jorge Verstrynge más bien respondería a criterios de Partido, y que ni una sola nota de la partitura se prestaba a una interpretación gratuita o personal; que eso tiene el pertenecer a un coro donde se canta al unísono, que se echa en falta en los individuos una cierta dosis de imaginación y creatividad:
─ “El señorito Jorge / como es tan formal / se pone muy contento/ para ir a pasear.
Su padre toca el bombo/ su madre los palillos, /
el señorito Jorge/ que baile el fandanguillo”.
Con distinta música, pero en el mismo estilo de canción, se acaba de pronunciar el Gobierno de Navarra, que en su Programa Skolae, “para aprender a vivir en igualdad”, pretende divulgar entre los escolares el “aprendizaje de la sexualidad y buen trato”, y someter a revisión el contenido “sexista” de determinadas canciones, como “Sin ti no soy nada” de Amaral, o “Tenía tanto que darte” de Nena Daconte.
Contra esta normativa se han levantado voces como la de “El Sevilla”, cantante de “Mojinos Escocíos” quien con gran rapidez de reflejos, y con su habitual sentido del humor, se asomaba a la pantalla de la Televisión de Mijas para descubrirnos esa forma de artificio que consiste en censurar contenidos y en persuadir al personal; en proclamar como cierta una descalificable mentira, o en cambiar la actitud del otro desde la punta del pelo hasta la misma raíz.
Añorantes de una disciplina cuartelaría estos educadores al uso proponen amputar a la partitura las notas que resulten disonantes, según escrutinio del censor. Y bueno estaría si la “dama, dama” de Cecilia tuviera que hacer lo que les venga en ganas a estos mandarines del Poder.
Que siguiendo sus criterios habría que cortar por lo sano con las desgarradas coplas de amor y pecado de Dª Concha Piquer, con la “Muñequita linda” que María Grever escribió en memoria de su hija, con las canciones populares de toda una vida, con los tangos, los boleros, el “Ave María” de Schubert, o aquella preciosa romanza que escribió Pablo de Luna ─ “De España vengo, de España soy…”─ ; y más aún con películas “de culto” como “El graduado”, “Cabaret”, “¿Qué me pasa, doctor?”, o “Gilda”… que, como diría en sus versos el cordobés Luis de Góngora, el pecado entra por la boca y por los ojos, y en ese sentido nada es más bello que pecar; y mucho menos leer a los clásicos, como “La Regenta”, o “Madame Bovary”, que son historias de engaños y de maridos “cornudos”; o “El Libro del Buen Amor”; o el cuento aquel de “Las dos ventas”, de Alphonse Daudet, en el que la dueña de la hostería comenta con un cliente las graves dificultades por las que atraviesa el negocio, cuando repentinamente se estremece oyendo cantar a su marido, que sin echar cuenta de su esposa se divierte con la competencia:
─ “¿Lo oye? Es mi marido… ¿Verdad que canta bien?
Yo la miré estupefacto:
─ ¿Cómo? ¡Su marido!.. ¿También él va por allí?
Entonces ella con aire afligido, pero con gran dulzura me respondió:
─ ¿Qué quiere usted, señor? Los hombres son así, no les gusta ver llorar; y yo siempre estoy llorando desde la muerte de mis pequeños”.
Gracias a Dios que el sentido de la ironía, como la que con tan buen pulso maneja “El Sevilla” aún no es pecado mortal en esta tierra, ni merece los terribles castigos de que hablaba Solzhenitsyn en su “Archipiélago Gulag”, donde a los presos se les alimentaba “con raciones de castigo”; que de no ser así todo el mundo a galeras, a reparar los delitos de una mala educación:
─ “Yo te daré, te daré niña hermosa/ te daré una cosa/ una cosa que yo solo sé.
Yo represento la playa/ y tú eres, mi vida, las olas del mar
Vienes a mí, me acaricias/ con besos me mimas y luego te vas”.
Pero cómo habríamos podido disfrutar del encanto de una panda de amigos, o del dulce movimiento de pies del “Vals de la Suite Nº 2”, de Schostakowitsch, si al músico de Leningrado no le hubiese venido a ver la jubilosa melodía de esta canción española.
Quienes más y quienes menos somos hijos de una cultura ancestral heredada de nuestros padres, que sin privilegios de casta y sin tener sangre azul llevaban escrita en las venas su condición de reyes, como dice el “Porompompón”; que sin ser educadores, ni conocer nuevos usos y extrañas pedagogías, bien que nos enseñaron a respetar al prójimo “como a nosotros mismos”.
Nosotros también somos gente de hoy y del mañana; gente que ha aprendido a crecer de la mano de sus hijos, al calor del fuego fatuo de una hermosa comunidad; conscientes de la bondad de la gente, de los peligros que acechan en la calle, del machismo y la violencia que soportan nuestras hijas hasta en sus propios trabajos, de la lucha que llevan cuando tienen hijos, de los piropos malsonantes, de los chistes de mal tono, y de las grandes horteradas que divulgan “al dictado” algunos medios de comunicación…
Pero de ahí a poner veto a una canción de amor ─ “Cachito, cachito, cachito mío, / pedazo de cielo que Dios me dio…” ─, o hacer una lista de los “fachas” del barrio, o de “canciones degeneradas” como hacían los comunistas y los nazis, mientras en determinados centros escolares se ventila una conferencia de sexo y aborto en el pequeño espacio de tres cuartos de hora, con el posterior regalo de un preservativo...
¡Valiente dislate! ¡Qué cinismo se gasta la tropa!
A la Presidenta del Congreso los prendas del barrio la llaman “La Institutriz”. Y así educan a sus hijos...
O el personal está desequilibrado, o pretende hacerse con la batuta, con la “palmeta” de castigo, o con un botón de la chaqueta, como hacía Napoleón Bonaparte, e imponer la partitura a golpe de “decretazos” sin tener en consideración la creatividad e imaginación de los que tienen por norte responder a la amabilidad, y respirar el aire libre sin ningún tipo de coacción.
“Sibi tibi terra levis”, que dirían los romanos; que la tierra nos sea leve antes que soportar deshonrosas dictaduras, que ya hay bastante violencia con la batidora de carne de la tele, o las que podemos ver en las pantallas de nuestros cines, como “Cold War”, un precioso relato de amor que tiene como protagonistas a un músico y una cantante; un canto a la libertad que firma el cineasta Pavel Pawlikowski, y que tiene como telón de fondo la Polonia estalinista.
Todo un clásico que invita a apreciar la vida en toda su magnitud; a rechazar todo aquello que signifique opresión, manipulación, censura, mentira…
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