18 de septiembre de 2018 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Palabra de hombre
En la Arcadia de mi infancia la valía de una persona se medía por la formalidad y por el peso específico que encerraban sus palabras:
Palabra de hombre
─ “¡Palabra de hombre!”
Extendidos al aire el pulgar y el índice de la mano derecha, conformando la señal de un tortuoso cruce de caminos, el semblante firme del niño inmortalizaba el instante con un beso volandero a la cruz, poniendo al cielo por testigo en una frasecilla mágica:
─ “¡Palabra de hombre!”
(“La cruz, y vamos andando…, que los hombres no lloran, Manuel!”).
Y educado en tan profundas raíces aquel proyecto en ciernes que era el niño acabaría postulándose de sufrido pedernal, de individuo reflexivo y serio, en comunión consigo mismo, como quien asume el papel que le había de reserva el futuro: el papel de “hombre”; de hombre merecedor de la mayor confianza, incapaz de defraudar el compromiso contraído; que “hombre”, según la etimología latina, es el individuo varón, llano, humano, humanitario, humilde, enemigo de humillar, y que anda por la vida con su verdad por delante...
En la palabra dada de aquel aspirante a Quijote se encerraba todo un mundo; y la mirada franca, y el recio apretón de manos, se trocaban en el eslabón de una cadena de hierro imposible de romper...
Qué tiempos aquellos en que a los niños se les hacía partícipe de la palabra empeñada; y en el que era una deshonra el ser motejado con el despectivo mote de “Juanillo Enrea”, “Soplagaitas”, o “Cantamañanas”, términos que retrataban al informal, y al embustero.
“No dirás falsos testimonios ni mentirás”, nos aleccionaba el octavo Mandamiento de la Ley de Dios, animándonos a realizar detalladas confesiones; los libros de Historia destacaban la gesta de Cayo Mucio Escévola, el romano que dejara arder su mano derecha en las brasas, para confirmarle al general Porsena su firme intención de matarlo.
Aunque siempre hubo de todo como en botica, que en la palabra “hombre” también anidan en germen los significados de deshumanizado, homicida, prepotente, y humillar, antónimos que escenifican la actitud que tuvieron a lo largo de una vida destacados personajes, como el chileno Neruda, el mejicano Diego Rivera, o el malagueño Picasso, personalidades egocéntricas, hombres de partido, bien amados por sus admiradores, que amén de sus coloridas metáforas acabarían siendo unos campeones en el arte del disimulo y de la mentira. Que no es hombre de bien quien traiciona a sus propios hijos.
Al decir de los lingüistas el español es una lengua que sufre un evidente deterioro a causa del mal uso que de ella hacemos, y del acoso que sufre a manos de los vendedores de salsa rosa, de los políticos de tres al cuarto, y de los propagandistas de la mentira.
Y hasta tal punto es un peligro fiarse de las abluciones de esa clase de “mete mierdas”, de esas almas caritativas que le pasan sus facturas al prójimo, o de aquellos defraudadores que presumen de un “gaudeamus” de corta y pega, que Quino ya puso en boca de Mafalda un muy razonable consejo dirigido a sus lectores:
─ “Vivir sin leer es peligroso, te obligan a creer en lo que te digan”.
Y llevaba razón el humorista argentino, que lo fácil es mentir a una sociedad desinformada donde ondea la bandera del relativismo, que es tanto como dejar que unas sanguijuelas te chupen la sangre.
─ “¡Rosario, Antonio, Manuel… echadle a esta gente un cubo de mierda!”
Que antes de que nos callen la boca con sus leyes mordazas, habrá que poner pies en pared y salir a la calle a cantar las verdades del barquero; a rescatar esas frases ─ qué forma tan fina de escrache aquella de los andaluces de llamar a cada Juanillo por su nombre ─ que retratan una realidad, y que encierran toda una filosofía de la vida muelle: “La Bien Pagá”, y la banda de “El Tempranillo”, que dice robar a los ricos para beneficio de los pobres:
─ “Y pues quien le trae al lado / Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero/ Es don Dinero”.
Defensores de la palabra han sido, entre otros, el escritor inglés Eric Arthur Blair quien bajo el seudónimo de “George Orwell” se mostró lo suficientemente crítico como para no echar cuenta de ningún tipo de feligresía:
─ “De sentimientos soy definitivamente de izquierdas, pero creo que un escritor únicamente puede permanecer íntegro si se mantiene al margen de etiquetas políticas”.
Si lo leyó hace tiempo recordará su dolorosa biografía, y que participó como voluntario en la Guerra Civil Española al lado de la República, un conflicto del que habría de sacar unas experiencias únicas:
─ “Uno de los efectos más deprimentes de esta guerra ha sido mostrarme que la prensa de izquierdas es tan falsa y deshonesta como la de derecha”.
─ “En realidad, vi cómo la historia se escribía, no en función de lo que había ocurrido, sino de lo que debiera haber ocurrido de acuerdo con varias líneas de partido”.
Entre otros escritos Orwell fue autor de “Rebelión en la granja”, y de “1984”, novelas publicadas en 1945, y 1948 respectivamente; historias de ficción que tienen su más fiel interpretación en nuestros días, de donde salieron a la luz expresiones tan actuales como “neolengua”, “El Gran Hermano te vigila”, etc…
De la “neolengua” dice este escritor indio que es un idioma en franca regresión, “cuyo vocabulario disminuye cada día”, y cuya finalidad es “limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente”; o lo que es lo mismo, que el poder prefiere el trato de mentes simples, al gente que piense, y que le contradiga.
¿No le suena a lo que ve y oye usted cada día a través de la “caja tonta”, y de otros medios de desinformación?
Encargado de animar la Semana del Odio, y de fomentar la animadversión contra un imaginario Emmanuel Goldstein, el Enemigo del Pueblo, el MINISTERIO DE LA VERDAD tiene entre sus funciones la de ejercer un control absoluto sobre la Educación, los espectáculos, las Bellas Artes, las noticias, etc…
En sus oscuras dependencias, sagaces inquisidores como Winston Smith trabajan en colaboración con los llamados “Agujeros de la Memoria”, unos tubos neumáticos por donde reciben periódicos, libros, carteles, folletos, y toda clase de documentación susceptible de ser borrada, corregida, o destruida, según los más eficientes criterios:
─ “Toda la historia se convertía así en un palimpsesto, raspado y vuelto a escribir con toda la urgencia necesaria. En ningún caso habría sido posible desmontar la existencia de una falsificación”.
Leyendo esta ficción se explican los “apaños” de algunos títulos; los dimes y diretes de la jueza Alaya; la Policía del Pensamiento, que vigila nuestra intimidad desde el interior mismo de nuestras casas; los cabezas de turco del capital; las falsas identidades de los ERES, y demás chanchullos de amigos poco aconsejables; los intereses nacionalistas de la Iglesia, tan alejada de Cristo por la cúspide de la pirámide; los “digos” y los posteriores “diegos” del Ministro Sr. Borrell, que en esto de los “nacionalismos de izquierda─ izquierda─ derecha…” ya es notorio que debe de estar todo el pescado vendido, y que urge nadar y guardar la ropa hasta llegar a buen puerto, y formar así en el bando de los que nadan en río revuelto, y se pasan la bicoca de padres a hijos. Que “de aquellos polvos vienen estos lodos”.
Y termino con una pregunta que no es mía, pero que un poeta gaditano dejó colgada en el aire:
─ “¿Pero dónde los hombres?”
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