28 de junio de 2018 | Joaquín Rayego Gutiérrez
La pajarera virtual
La pajarera virtual
Hoy es una fecha importante para anotar en el calendario. Por fin los seguidores de D. Félix Rodríguez de la Fuente podrán volver a escuchar “uno de los sonidos más impresionantes que ha producido criatura viviente alguna”, el aullido del lobo; y hasta podrán saludar la llegada a su territorio de los cinco de “La Manada”, con música de Antón García Abril.
Que de todo tiene que haber en la viña del Señor, como diría Max Aub en sus “Crímenes y epitafios mexicanos”:
─ Yo no tengo voluntad. Ninguna. Me dejo influir por lo primero que veo. A mí me convencen en seguida. Basta que lo haga otro. Él mató a su mujer, yo a la mía. La culpa, del periódico, que lo contó con tantos detalles.
El impulso hacia la belleza, la necesidad de acariciar entre las manos un trocito de verdad, la gratitud hacia el amigo y maestro, y el amor al prójimo, son sentimientos que anidan incluso en el pecho de un lobo, y que nos mueven a participar en la aventura de vivir.
Y más aún si la voluntad de hacer camino se nos muestra con naturalidad, como en sociedades poco complejas, donde familiares y vecinos conforman una misma gavilla de sentimientos positivos.
En ese sentido las costumbres constituyen desde muy antiguo nuestra manera de ser, y por ende nuestra moral de pueblo, que ni es mejor ni peor de la que es ─ lo de “reaccionaria” o “liberal”, son palabras que vendrán a visitarnos “a toro pasado” cual si de proyecciones mentales se trataran─ sólo una suma de hábitos adquiridos que gracias al tiempo, que es el mejor escultor de las almas, se irán ubicando en nuestro interior a base de mano y cincel, dejando a un lado la escoria, y lo que ha dado en parecer inservible.
Ya lo dice en una entrevista el neurólogo lisboeta António C. Rosas Damásio, que “cuando se crea la gobernanza o los sistemas morales, se inventan porque nos damos cuenta de la cantidad de dolor que causan el asesinato, el robo o la tortura”.
Hace tiempo (tan pasado que casi se me figura un siglo…) me topaba por la calle “Amor de Dios” con un amigo de infancia. Tras afectuoso saludo, el extraordinario motivo que concitó su interés no era ni el tan socorrido tema de la salud, ni las repetidas historias del pueblo; tan sólo se resumía en preguntar por “la calle de las niñas”, en la conocida Alameda de Hércules, y esas que llaman bienaventuranzas, que consisten en dar agua a quien tiene sed, y posada al peregrino.
Ahora, echando un vistazo al periódico, me sorprendo con noticias de similar contenido que no escandalizan a nadie, tales como que en las jornadas celebradas en el Hospital Virgen del Rocío sobre enfermedades de transmisión sexual ocupa un primerísimo plano la preocupante progresión de estas enfermedades emergentes que han disparado su número, atacando a una población masculina comprendida entre los 25 y los 35 años.
Las conclusiones extraídas por el D. Fernando Lozano, director del Plan Andaluz de VIH/ sida e ITS, nos lleva a preguntarnos si no habremos retrocedido unas décadas en temas tan importantes como la salud social; y si volveremos a tener que referir las “anécdotas de la puta mili”: la de aquel otro afectado por “el síndrome de la Alameda” que, perdido en el bullicio de cien paradas de autobuses, resultó que no sabía volver a la casa de su hermana; y que tan sólo el concurso de un humanitario taxista, el recuerdo de una plaza de palmeras, y un largo periplo a lo largo y ancho del taxímetro, consiguieron, como a Ulises, regresarlo hasta su hogar.
Educamos y nos educan; la mayor parte de las veces arropados en la cotidianidad y el anonimato, y sin ni siquiera saberlo.
Nos educa nuestro cuerpo, pregonero de los sentidos; nos educa la naturaleza, en su afán último de ahondar hasta la última de sus raíces; nos educan los astros, el silencio, nuestros hijos, los amigos…
Hace pocas fechas lo entendí con claridad. Repasaba unos papeles guardados en un cajón cuando, por casualidad, como suceden la mayor parte de las cosas, di con una nota escrita a mano. Eran los trazos de despedida de una extraordinaria persona que regresaba a su país, un compañero de “cuerda” con quien tuve la suerte de compartir una misma sensibilidad musical, a quien desde entonces no he vuelto a ver.
En uno de aquellos párrafos decía: “El acogida de Joaquín en el coro, y también entre los tenores, será siempre en mi memoria. Me ayudas mucho para aprender los cantos, y me has comunicado tu amor de cantar”.
Terminaba tan amable nota con el regalo de un CD de Gabriel Fauré que lleva por título “Cantique de Jean Racine”, una canción de temática religiosa que desde que la oí ya no he podido escuchar sin emocionarme:
─ Jour éternel de la terre et de cieux!
Nous rompons le silence, Divin sauveur!
Jette sur nous les yeux, Divin Sauveur!
Luego es cierto, o al menos para mí lo es, que una de las grandes aportaciones de la música a nuestra cultura es su carga moral, y su enorme repercusión pedagógica, que aflora en germen toda la historia sentimental del individuo.
Los sentimientos, pues, juegan un importante cometido en el aprendizaje, y motivan a la participación de los sujetos de la comunicación en ese acto de reciprocidad.
Por ello al padre de Ángela, la mejor de mis alumnas, le resultaría de todo punto fastidioso el poco arte de usar y tirar que alguien utilizó con su niña, en la actualidad ATS en un centro de Salud: que la participación del político en aquella conferencia se redujera a un desatino acerca de la sexualidad y que luego para arreglarlo se regalaran preservativos a los jóvenes, le debió parecer cuando menos una animalada de aquél de la cara de pájaro, a quien le habría encantado regalar con una sonora cencerrada. Que las cosas bien hechas, bien parecen.
Y es que a cualquiera que se llame padre le resultará tan incoherente la idea de aconsejar a un joven de dieciséis años “que experimente de todo, y con todo”, que no vería con malos ojos que el juez Calatayud pusiera por castigo a tales celestinos la obligación de pasar por las diversas analíticas “de las de todo y un poco más”, que a los propios galenos pone el susto en la cara, y el sarpullido en la piel.
Para mi amigo “Pájaro”, animoso vecino de la barriada sevillana de Los Pajaritos, el trabajo es el mayor regalo que la vida le puede hacer. De joven hacía carrera con los viejos del barrio, que eran sus mejores amigos. Luego fue aquello de su animadversión al colegio, de los tirones de pelo de un profesor atravesado, o de años de estancia en un reformatorio, los que le alejaron de sus amigos los libros.
Por último, marcharía a Afganistán para labrarse un porvenir, y lo único que vio fueron cadáveres y más cadáveres, desperdigados por los rincones; y oyó la terrible orden de disparar a matar si algún bulto se movía:
─ El primer muerto lo aguantas; pero luego ves tantos, que ya sólo te entran ganas de correr. La guerra, ya sabes, es porque ese país es la puerta de entrada de las drogas.
Desde aquella mala experiencia “Pájaro” ya no el mismo que fue; se despierta cada noche sobresaltado sin más deseos que trabajar, y disfrutar de las caricias del sol, lejos del enrarecido ambiente de los bares.
Si a “Pájaro” alguien le hubiera hablado del peligro que representaba la CIA, el Club de los mafiosos, y el pistolerismo actual, se lo habría pensado mejor. Con lo listo que es…
Ya hace años que escritores de la talla de Antonio Muñoz Molina repiten, por activa y por pasiva, que “la enseñanza pública se deteriora irreparablemente en España gracias a una conspiración de ignorancia tramada desde hace años por la chusma política y la secta pedagógica y las autoridades ya tienen un culpable: el franquismo. Quién si no, Como mi tierra natal está incluso a la cola del desastre leo que la consejera de Educación de la Junta de Andalucía ha descubierto una causa todavía más lejana: nuestro atraso histórico. A ellos, los socialistas que llevan gobernando en Andalucía un cuarto de siglo, que los registren”.
A los del PP, a los de CIU, a los de ¡HUY, VAYA POR DIOS!, hombres siglas que simulan hacer y no hacen, que simulan saber y no saben, habría que darles un cariñoso empujón al arroyo de la Hontanilla; que, como solía decir Pío Baroja de uno de los mayores grupos de presión de su tiempo: “Los masones, al menos en España, saben tan poco de la historia de su sociedad estando dentro de ella como los que estamos fuera”.
Pues eso… un empujoncito suave, y ¡cataclás, que se le mojó el calcetín!
De Educación, algunos andan peor que el maestro del chiste, que cuando el Sr. Inspector interrogaba a un alumno acerca de quién traicionó a Jesús, el hombre muy comedido se lanzaba a responder:
─ Sr. Inspector si Juanito dice que no ha sido, yo le aseguro que no ha sido… que este niño es muy formal.
Recientemente a un alumno de Selectividad le preguntaba el periodista por una pregunta de examen que trataba, al parecer, de la Segunda Guerra Mundial. A las puertas de la Tercera, el contrariado alumno se decía que qué se le daba esa “vaina”…
Educamos, y nos educan. Nos educan en valores, en destrezas, en actitudes, y en disciplina…; pero también nos mal educan con medidas coercitivas; con decretos hechos públicos en los meses de vacaciones, sin luz, ni papel, ni taquígrafo; sin consenso de ningún tipo, y con la autoridad que a algunos les confiere la rigidez del dedo índice...
Ya lo dice Alfonso de Castro, Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla, refiriéndose a “la pérdida enorme de efectivos que han sufrido las universidades españolas en los últimos años y la carrera de obstáculos, muchos de ellos absurdos, en los que se ha convertido la promoción universitaria”.
Una universidad que aspira a ser “una factoría de títulos”, y un auténtico coladero de malos alumnos, no es un sitio de recibo:
─ Con esta bonificación (se refiere a las matrículas que se concede a los alumnos que aprueban) un alumno que tiene un cinco en septiembre tiene una asignatura gratis al año siguiente. Hasta ahora sólo ocurría con un diez y mención de matrícula de honor, normalmente en junio. Lo que estamos percibiendo es que los docentes están siendo sometidos a grandes presiones (…) Un alumno con un cuatro quiere un cinco como sea.
Y entonces, a qué jugamos, si la función de la Universidad tampoco es la de mentir, ni la de hacer de ella una fábrica de parados.
Pero cómo corregir tales “desvíos”, si es esa misma institución la que convierte los papeles mojados en títulos, en una vergonzosa dádiva a los “gerifaltes” de siempre.
Como dice el Sr. Decano se hace necesario un pacto por la Educación; una mejor financiación que arregle las desigualdades entre Comunidades Autónomas; una proporcionada regla de tres a la hora de medir el desfase existente entre los estudios académicos y los profesionales…
Pero también haría falta mejores especialistas, mayores medios, y una mejor planificación.
Ni los cursos del CEP sirvieron de mucho a los profesores de mi tiempo, ni los Máster servirán a los jóvenes de ahora, si no es para distraer el tiempo “de mili”. La experiencia nos enseñó que, en la mayoría de las ocasiones, aquellos “cursos de reciclaje” se quedaron en agua de borrajas.
Mucho ruido y pocas nueces… en eso consistió “reciclar”, y formar parte de los tribunales, y cobrar por cobrar, sin ningún criterio práctico.
El polaco Ryszard Kapuscinki decía que “cada vez más historias virtuales ocupan el lugar del mundo real en nuestro imaginario”. Pues ése sería el primer punto por el que habría que empezar, el de la vuelta al trabajo de quienes reniegan de la tiza, y esconden su incapacidad en un despacho.
A estudiar, y a reciclarse como es debido. A deshojar buenas razones, y a dejar el VAR para los partidos de fútbol.
El principal objetivo sería el de reconstruir un país hecho papillas; el de evitar que esa infra cultura de masas nos convierta en marionetas manejables; el de impartir la ley de la honradez y del esfuerzo, para que nuestros jóvenes no quieran parecerse a esos que marcan músculos, y que acostumbran a aullar desde una pantalla de plasma.
Como dice el investigador ruso Daniel Estulin vivimos en una democracia donde las grandes Agencias del Crimen nos atosigan con un exceso de información que nos llevan todos los días a la cama con dolor de cabeza, sin saber discernir la estrecha relación que hay entre el mundo real y el virtual, entre la rutina de cada día y la que nos pinta la pantalla del televisor, diseñando un Nuevo Orden que nos llevará hasta el redil.
La industria del espectáculo, los lavados de cerebro, la creación de una opinión pública “desinformada”, el Instituto Tavistock, el Club de Roma, el Bilderberg y sus lacayos, la fragmentación social, y la cultura del “sexo, drogas y rock and roll” tienen mucho que ver con el invento de “Un mundo feliz”, en el que la familia pierde cada vez más peso a la hora de educar a sus hijos, y en el que vivimos de prestados por obra y gracia del Gran Mandilón, sin atrevernos a rechistar.
Hora es ya de que protestemos cuando nos pisen, y de reivindicar un futuro mejor para nuestros hijos; que no ha de pasar por privar de su verdadero sentido a las palabras, ni por dejarnos manipular, ni por dejarnos confundir con cuidadas estrategias, ni por dejarnos llevar por la barba cual chivos expiatorios de los pecados que no cometimos nosotros, sino esta bandada de pajarillos de alpiste.
Que no hay que llegar primero, pero que hay que saber llegar...
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