14 de mayo de 2018 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Asegurada de incendios
Asegurada de incendios
Un año más la florida primavera nos sale a recibir con una flor en la mano, y un pequeño libro en la otra, como para hablarnos de la importancia de saber vivir en armonía con el entorno, y con nosotros mismos; de la necesidad de aprender de los demás; y de la obligación de compartir la pasión y el conocimiento con el vecino, en permanente diálogo de camaradería, y comprensión.
La flor es la esplendente rosa blanca que cultivó para sus amigos el poeta José Martí; y el libro es un encantador cuentecillo del que es autor el escritor carmonense José María Requena Barrera, que lleva por título “La cuesta”.
Trata el relato de los tiempos aquéllos en que hombres y niños, agolpados en el rellano de la cuesta, veían subir por la empinada pendiente a una reata de mulos que, desafiando el peso de la galera, y el difícil equilibrio de los costales, se hallaban a un solo paso de claudicar, y de echar a rodar por los suelos su preciada mercancía, cuando he aquí que , entre encendidos aplausos, aparece en escena Tomiro, “El Mudo”, y sus cuatro burrillos areneros que unidos a aquella recua de mulos por renegridos y viejos ataharres, conseguirán sacar tan preciadas “cargas de oro” del difícil atolladero, en acompasado y tesonero compás.
De la misma manera que “El Mudo” lo debió entender Florence Green, protagonista de “La Librería”, quien no dudará en exponer su tiempo y su dinero en un negocio de libros, aún a riesgo de socavar su mermada economía, de desafiar los intereses espurios de la Señora Gamart, y de no calibrar la actitud de quienes prefieren la vida “muelle”, dejándose llevar por la opinión de los demás:
─ Cuando arrancó (el tren) para salir de la estación, ella bajó la cabeza en señal de vergüenza, porque el pueblo en el que había vivido durante casi diez años no había querido tener una librería.
En ese mismo sentido es de reseñar la labor llevada a cabo por determinados filántropos e intelectuales en favor de la cultura, tales como Mr. Archer Milton Huntington, fundador de la Hispanic Society of America, y creador de una biblioteca que no tiene parangón con ninguna otra en lo referente al tesoro bibliográfico y documental español; y cuyo inestimable fondo de libros “raros” fue producto de un doloroso descalabro para la cultura española, mayor aún que la pérdida de Cuba: la adquisición de la biblioteca sevillana de D. Juan Pérez de Guzmán y Boza, Duque de T´Serclaes, operación de la que se quejaría amargamente el polígrafo D. Marcelino Menéndez y Pelayo, y en la que intervino como intermediario el renombrado cervantista D. Francisco Rodríguez Marín.
Allí en su sede de neoyorquina aún es posible encontrar, ubicados en espaciosos estantes, impagables mapamundis medievales; libros de coro, bellamente iluminados por monjes amanuenses; ediciones originales de la primera parte del Quijote; copias autobiográficas que Fernando Colón, hijo del descubridor de las Américas, tuvo a bien legar a la catedral de Sevilla; etc…
Que desde que la Historia es historia todo se basa en aprender de nuestros progenitores, y en dejar nuestro legado a la altura de aquellos que nos preceden, para que pueda serles de utilidad.
En este sentido todos empezamos de cero, y nos vamos nutriendo del amor y de la generosidad de los demás. Tan es así que el famoso doctor Marañón suspendió las pruebas de Ingreso en el Instituto, por su incontrolable timidez, siendo necesario el apoyo moral de los más íntimos de su padre; que el Premio Nobel de Medicina, D. Santiago Ramón y Cajal, para no olvidar que seguía siendo un niño acostumbraba a frecuentar un café madrileño tan sólo para leer “tebeos” , y para reír a sus anchas sin ninguna clase de tapujos; y que el santanderino Menéndez y Pelayo, tan distraído que estaba en la complejidad de sus estudios, se olvidaba de vivir para cultivar su pasión, a menos que alguien le echara cuenta y se preocupara por él; lo refieren sus biógrafos en innumerables historias; y lo refiere también su amigo D. Gregorio Marañón: asistía el polígrafo santanderino a una obra de teatro cuando se hizo presente en un palco la radiante figura de la Sra Parladé, acompañada de su marido: “¡Dios mío, de qué felicidad me he librado!”, es la frase que musitó a tan preclaro personaje.
Dentro de las diversas conferencias, y presentaciones que tuvieron lugar en la pasada Feria del Libro de Sevilla, la del sábado pasado, a la que tuve ocasión de asistir, trataba de una interesante propuesta del colectivo “Plena Inclusión”: planteaba la necesidad de una “lectura más fácil”, que haga “posible que personas con discapacidad intelectual o con dificultades de comprensión lectora puedan acceder a la información”.
En el transcurso del acto, en el que se procedió a la lectura del Manifiesto de Plena Inclusión “¿Por qué tú puedes leer y yo no?”, un grupo de jóvenes desarrolló el tema de la “accesibilidad” a los libros de lectura, y de la dificultad de los “discapacitados cognitivos” de acceder a la información; así como la difícil problemática que habían de afrontar los citados individuos en su paso por las aulas, desde el calificativo de “tontito”, a otras formas de xenofobia e intransigencia por parte de sus compañeros de pupitre.
Y es que todos, chicos y grandes, necesitamos de un ambiente propicio y acogedor, de una sociedad que nos arrope y nos mime, y de una cultura que nos humanice y nos permita progresar, ora individualmente, ora a nivel colectivo; una sociedad que nos facilite a todos allegar a nuestra despensa el pan nuestro de cada día, el aceite, los garbanzos, y los nutrientes necesarios para confortar el espíritu; alimentos que nos aporten la necesaria comprensión para considerarnos parte y “arte” de un magnífico grupo de congéneres, y no feroces “lobos” de una manada.
Necesitamos buenos planes de estudios, docentes capaces de transmitir los avances de las ciencias, y las verdades del corazón; y no pedagogos sin arte, ni manipuladores de ocasión, de los que en sólo una hora pretenden mostrarnos los grandes misterios de la política, o los secretos de la sexualidad, resumidos para espíritus enclenques a modo de gazpacho andaluz, en eslóganes imprecisos, y en preservativos de mil colores:
─ “Hemos hecho un acuerdo para estimular, para favorecer, para follar…para apoyar ese turismo”.
Que como se preguntaría “El Roto” en uno de sus afilados chistes: “¿Quién mueve el mundo?”, para responderse a continuación con el dibujo de un escarabajo pelotero que hace rodar a ras de suelo una bola de mierda.
¿A quiénes interesa compartir lo poco o lo mucho que saben, sin aspavientos ficticios, y en beneficio del prójimo? Desde luego que no convendrá esa tarea a los engañabobos de siempre, ni a los “sacamantecas” de las ondas, o a aquel engendro de la radio que se deshace en insultos contra personajes como Ángel Garó, conocido humorista a quien este tumor de individuo llama de todo menos bonito.
Esta clase de terrorista sí que sobra y está de más, que tan estomagante función ya la realizan a diario las empresas de basura.
¿Y no sería mucho más útil, para beneficio de todos, y más aún de esos niños con dificultades conceptuales, que nuestros más destacados pedagogos estudiaran el léxico más adecuado para cada edad y situación, y el contexto apropiado para desarrollar esta clase de lectura?
En el IES “Tartesso” de Camas tuve la oportunidad, durante mi etapa docente, de plantear esta “capciosa” pregunta a un joven Inspector de Enseñanza Media, a quien tuve el gusto de recibir en mis clases: ¿Por qué se deja un tema tan importante como el manual de clase en manos de las editoriales? ¿No vieron la interpretación que han hecho de la historia de Cataluña? ¿Por qué no se hace nada al respecto desde los meritorios sillones de las distintas Comunidades? ¿Todo se va a quedar en reprochar las carencias y defectos de quienes trabajan a pie de obra, sin tiempo de respirar? ¿Los alumnos primerizos no deberían afrontar textos de menor dificultad léxica que aquél de Fernando Quiñones, en que las palabras de uso son algaida, talamete, egido, y otras de los referidos campos semánticos, que no entiende ni Briján..?
Espero con los brazos abiertos que aquellos jóvenes de entonces, que sirvieron de testigos a un arranque de sinceridad, se hayan hecho ya con las riendas del carro, y persistan en la ilusión de enseñar al que no sabe; que, como todos desconocemos un sinfín de cosas, sería tanto como enseñar unas veces lo poco o lo mucho, y otras, aprender de los demás.
Que una célula es más sabia si forma piña con las restantes; que como diría uno de mis paisanos en muy cumplida expresión, que viene como anillo al dedo: “JUNTOS SOMOS MEJORES”.
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