5 de febrero de 2018 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Ronda de ciegos
─ “No tengas sólo piedad de los ciegos y de los tullidos; tenla también de los malvados, que tienen la desdicha de ser inválidos de espíritu”
Ronda de ciegos
La obra de arte, además de una fuerte carga estética que estimula la atención del receptor, atiende a la libre circulación de ideas, y nos pone en contacto con distintas realidades, particularmente con aquellas más cercanas a nuestra mentalidad, y al tiempo en el que vivimos.
Con “Humor a ciegas”, conjunto de relatos anecdóticos publicados por la ONCE, se llega a la conclusión de que no hace falta ser “vidente” para apreciar que a menudo los ciegos delegan la función de lazarillos en quienes resultan ser tan ciegos como ellos, como se deduce de aquel “sucedido” en el que una señora de edad toma del brazo a una persona invidente al tiempo de cruzar la calle; y en la confianza de que “su benefactora” es un dechado de sensibilidad, no deja de sorprenderse cuando escucha:
─ Le estoy muy agradecida. Es que sabe usted… soy casi ciega.
En “Corazones intrépidos” ─relato que lleva la firma del alicantino Jesús Montoro Martínez─, la triste realidad que confirma la existencia de un teatrillo de chivatos, filibusteros, y malandrines, será la misma que nos muestre el rostro cordial de la fe, de la bondad, y de aquellas otras virtudes que dotan al individuo más débil de un valor insospechado.
Refiere esta historia el generoso heroísmo de aquellos sesenta alumnos del Colegio Nacional de Ciegos, evacuados durante la Guerra Civil al Balneario de Onteniente. Como la profesora y encargada de velar por el grupo fuese denunciada por rezar el rosario, y por la insidiosa sospecha de que protegía a una monja, una unidad de milicianos se desplazó hasta el Colegio con la orden de arrestarla. Enterados de la injusticia los colegiales no dudaron en personarse ante el jefe de la milicia, y dirigidos por los celadores, los bolsillos llenos de piedras y percutiendo rítmicamente sus bastones contra el suelo, se hicieron firmes en su decisión al grito de: “¡Queremos a la señorita!”, y “¡Dejadla en paz!”, consiguiendo influir positivamente en el ánimo del Comandante:
─ ¡Os felicito muchachos! ¡Bravo! Ella puede estar orgullosa de tener tan magníficos soldados!
En el que lleva el título “Sucedidos”, se nos muestra lo que tienen de verdad aquellas palabras de Paul Gauguin acerca de que “no sabemos realmente qué es la estupidez hasta que la hemos experimentado en nosotros mismos”.
Este pequeño relato va referido a un imbécil que, dirigiéndose a un ciego, maneja el argumento de que “los ciegos no podrán casarse… porque todos los hijos que ustedes tengan nacerán ciegos”.
La respuesta que recibe es de una lógica brutal:
─ Tampoco usted podría casarse, porque todos los hijos que tenga serían imbéciles.
De las dolorosas enseñanzas que su amo imparte a Lázaro, y de los trucos de que los ciegos se sirven para poder sobrevivir ya se habla en nuestra picaresca del “Siglo de Oro”; y de los truculentos romances “de ciego”, y de la literatura de cordel con la que aquellos juglares sembraron la geografía española a todo lo largo, y ancho.
Luego en el siglo XIX fue D. Benito Pérez Galdós quien nos dio a conocer el extraño lenguaje de Almudena, el ciego de orígenes árabes a quien protegía la bondadosa Benina, protagonista estelar de la novela “Misericordia”.
Y ya en “los felices veinte” será el gallego Valle Inclán quien nos hable de la belleza clásica y de la extraordinaria personalidad de Máximo Estrella, el poeta ciego que dio detalladas muestras de su espíritu bohemio, mientras pateaba Madrid en la compañía poco recomendable de su amigo y lazarillo D. Latino de Híspalis.
Son los mismos personajes, ya insertos en la modernidad, que pintara por ese tiempo el caricaturista Alfonso Rodríguez Castelao, el gallego nacido en Rianxo.
De esa otra ceguera que afecta a la condición humana es de la que trata el dramaturgo Antonio Buero Vallejo en una obra que escribió en el transcurso de una semana, en agosto de 1947, que lleva por título “En la ardiente oscuridad”.
Aquí es Ignacio, un estudiante recién incorporado a la disciplina de un colegio de ciegos, quien con obcecado pesimismo consigue poner en solfa la moral de hierro que el director de la escuela ha conseguido transmitir entre sus discípulos.
Esa lucha interior de Lázaro, que termina con su muerte a manos de un condiscípulo, es un símbolo de esa otra realidad que no admite el disimulo.
Y una década más tarde, trayendo a colación los comportamientos de la sociedad vasca de postguerra, será el bilbaíno Ramiro Pinilla quien nos regale con ese interesante documento sociológico que a mi parecer representa “Las ciegas hormigas”, obra publicada en 1961.
El hundimiento de un carguero frente a la costa de Getxo constituye para Cosme y su familia la posibilidad de hacerse de una carga de carbón, tan necesaria para afrontar la dureza del crudo invierno en una sociedad en que el trabajo, y la fuerza de voluntad, son virtudes que equiparan el papel del individuo con el de la hormiga:
─ Es necesario resistirlo todo. Es necesario luchar contra la misma muerte, no sólo con actos sino también con pensamientos.
Su voluntad los domina sin que él mismo se lo proponga: le basta con que le vean inmerso en aquella ciega furia obcecada, seguro, sin titubeos, inaccesible a los contratiempos: le basta eso para que los demás se vean arrastrados, como un barco al hundirse se lleva consigo todo lo que flota a su alrededor hacia la maldición.
Una sociedad cuyos más recios pilares son el catolicismo y la tradición, según se deduce de las palabras del joven Ismael:
─ Pues esas campanas (…) les recordaban lo que no hacía falta que nadie les recordase: la herencia de oraciones, persignaciones y bendiciones dejada por las madres trabajadoras y beatas, las mujeres de la anterior generación que presentían que sus hijos no serían como ellas, (…) a los que hacían no jurar, sino prometer delante de ellas, delante de “la madre”, que jamás faltarían a misa los domingos y fiestas de guardar, que comulgarían los primeros viernes de mes y que del hijo mayor que tuvieran harían un sacerdote.
Experiencias tristes y amargas vividas en años de oscuridad por quienes se vieron privados del más alegre de los sentidos: el de la vista; que como dirían aquellos versos grabados en la Puerta de la Justicia de la capital nazarí: “…que no hay en la vida nada/ como la pena de ser/ ciego en Granada”.
Experiencias que conforman el alma de un país del que todo el mundo refiere una enorme carga de nobles sentimientos y de extraordinarias virtudes, pero que es también el país de los “duelo a garrotazos” que inmortalizara el genio de Goya en sus “Pinturas Negras”; el de los “profesionales de la nómina”─ convertidos “en una casta para sí misma”, que diría el socialista Pablo Castellanos─; y el de curas trabucaires ─ “que sin el menor complejo, se echaban al monte con boina roja, animaban a fusilar liberales…”─, que retratara en sus libros el guipuzcoano Pío Baroja.
La misma tribu de “apaches” que a principios del s. XX aterrorizara con sus modales de chulos a los habitantes de París, y que lucía un tatuaje bajo el ojo para expresar su pertenencia a una determinada banda.
La que se muestra ante los ojos atónitos de un inocente, o de un indefenso, con la ceguera mental de un sanguinario, sea cual fuese su “religión”, y ya titule de manada, de etarra, de yihadista, o de “El Gran Cabrón”.
Devotos de un dios del mal, fanáticos hasta aquellos extremos que en su día denunciara Voltaire: el de negar la vida del prójimo, o el de coartar la libertad de pensamiento de los demás; que abundando en confusa retórica, la palabra latina “fanaticus” pertenece a la misma familia léxica de aquellas otras que indican, “feria” o mercado, “festín”, “templo de un dios”…
Ejemplario de errores, y de contradicciones, o diario de a bordo de un mal día que el humorista describe como un teatrillo de marionetas, y que a menudo revela el ojo de cíclope de un objetivo indiscreto.
Así la joven del vídeo que asiste como paciente a una consulta médica, y que termina incurriendo en el mismo comportamiento erróneo de sus vecinos, que se levantan todos a la vez, y con férrea disciplina, cada vez que por los altavoces suena el nombre de uno de ellos.
“Enciclopedia Universal del Fraude”, o “Diario de un desengaño”, que titularía no sé quien.
“El sueño de la razón produce monstruos”, decía aquel “visionario” aragonés capaz de esbozar en unos trazos pictóricos el vuelo de un aquelarre de brujas, “Los desastres de la guerra”, la “Farándula de charlatanes”, el desprecio que algunos sienten por la vida de un bebé (“¡Ni por esas!”), el mundo de máscaras que esconde una realidad no asumida, o la extraña complejidad del inconsciente colectivo.
¿Qué cuerpo le quedará al caníbal para pagar sus culpas en el Infierno, tras haberse alimentado toda una vida de carne humana?, se pregunta el bueno de Santo Tomás.
¿Y qué sería entonces de los vegetarianos, nos preguntamos los partidarios de alimentarnos de carne?
Y así, en confundir al personal con “verdades” insostenibles; en inventar pacíficas revoluciones; en inventariar las jerarquías angélicas, malamente formuladas por el seudo Dionisio; en persuadir al auditorio con nuevos y viejos axiomas que le distraigan del hábito de pensar; en plantear si hay que erradicar la caza, y ya de paso a los cazadores; en pleitear sobre si habría que acabar de una vez con toda con la propiedad y la herencia, para así igualar a todos,… se nos van yendo “de rositas” los usureros, los malos profetas, los bandidos, y los ladrones “de guante blanco”:
─ Fíjate en aquel facha, con su pulserita tricolor. Si será hortera. Seguro que también lleva un San Cristóbal en el coche, para hacer el completo.
─ Pues mira tú esos balcones que llevan meses luciendo la dichosa banderita. Los chinos se habrán forrado vendiendo tela. Si es verdad lo que sugieres no me extrañaría que en ese trocito de calle hubiese más fachas que larvas de mosquitos en una charca estancada.
─ ¡Es cosas de la propaganda! ¿Viste ayer al incendiario Rajoy diciendo que no metió fuego al monte, y que los que fueran o fuesen no militan ya en su partido? Yo me meo de la risa.
─ ¡Vaya que sí! Haces bien en troncharte de la risa, que “Si es bosque se quema, algo suyo se quema, señor conde”.
Y hablando de montes los hay que ya se han montado una comparsa de Carnaval con aquellos de la tele: los Curro Jiménez, “Los Siete Niños de Écija”, José María “El Tempranillo”, el Distribuidor de la Coca, el “Hermanísimo”, y “tal y tal”,…
¡Menudo estribillo se traen!
─ ¡No compares, por favor! ¡No es lo mismo, por mucho que algunos se empeñen!...
(En ese preciso momento interrumpe la cháchara una muy festiva procesión de monjes, que viste de un llamativo azafrán. Una pequeña señal que ilumina sus frentes, derrama sobre el personal un rocío de bendiciones destinadas a dejar limpias las tullidas conciencias de los inválidos y menesterosos, y a barrer hasta las raíces todo es poso de suciedad perpetuado por los siglos, y que se olvidó de recoger Emasesa, la empresa municipal de residuos.
Al otro extremo de la plaza, reunidos en manifestación ante las puertas del Ayuntamiento, al pecho un simbólico lazo marrón, un pequeño grupo de pensionistas clama a voz en grito el más escatológico de los eslóganes: “¡PSOE, PP, la misma m. es!”).
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