16 de enero de 2018 | Joaquín Rayego Gutiérrez
El Bosque del Pensionista
¿Malas prácticas bancarias, falta de sensibilidad con el cliente, o posible “corralito” en ciernes?
El Bosque del Pensionista
En estos días en que los gaditanos son convocados a participar en Erizadas, Pestiñadas y Ostionadas, como anticipo del Carnaval, el españolito de a pie asiste perplejo al teatro del absurdo en que algunos directores de escena han convertido el país.
Y asomado al “Gallinero” de tan triste espectáculo no hay noche en que el español se acueste sin elevar sus ruegos “A Quien Corresponda”, ni madrugada en que deje el calor de las sábanas sin un nuevo sobresalto en que pensar, o sin “dar una puñada en el cielo”.
Que tal como pintan las cosas ganas le dan muchas veces de expulsar a esa tribu de comediantes del ámbito escénico, como Cristo hizo con aquéllos que por la viciosa manía de robar hasta a Dios le querían cobrar tributos.
De entre las buenas noticias con las que esta hermosa mañana nos despertó de un mal sueño escogeré aquéllas que bien merecerían una calificación de Sobresaliente: la de que somos uno de los países más solidarios con quienes nos llegan de fuera, y la de que cada día que pasa crece más la donación de órganos destinados a mejorar la calidad de vida de algunos enfermos críticos.
Y de entre las demás noticias escogeremos las menos malas. La primera referida a un mordaz y carnavalesco poema ─ “¡Déjame dormir, mamá!” ─falsamente atribuido a fray Junípero Serra.
En la citada letrilla se alude a los requerimientos de una madre que, preocupada por el comportamiento de su hijo, insiste para que abandone los placeres de la cama, y se disponga a acudir al trabajo. Un asunto nada novedoso, pues en su recopilación de cuentos y chascarrillos populares andaluces la gaditana “Fernán Caballero” ya incluía uno de esos chispeantes diálogos entre la madre diligente, y el hijo holgazán:
─ Alevanta, hijo, que a quien madruga Dios le ayuda.
─ Madre, más ayudó Dios al que no se levantó (…).
La respuesta del joven del poema apócrifo se limita a tranquilizar a su “santa”, que para algo le había de servir una carga tan “muelle” como la de ser diputado, ─oficio muy criticado por Hitler, y a la vez por Pablo Iglesias─, y que para él consiste en solazarse en la gratuidad, y en encontrar acomodo entre las ubres de un escaño:
─ “Déjame, mamá, que soy / diputado en el Congreso,
y si falto a las Sesiones/ ni se advierte, ni se nota;
sólamente necesito/ acudir cuando se vota,
que los diputados somos/ ovejitas de un rebaño
para votar lo que digan/ y dormir en el escaño.
En serio, mamita mía, / que no sé por qué te inquietas,
si por ser culi ─parlante/ cobro mis sueldos y mis dietas.
Lo único que preciso, / de verdad, mamá, no insistas,
es conseguir otra vez/ que me pongan en las listas (…)”
Como cualquiera podría suponer por poco que haya “remado”, quien con acierto rimó estos atinados versos es seguro que no estaría en su momento como para hacer muchos chistes, pues como refiere el dicho: “El que canta su mal espanta”.
Con esa misma poca “guasa” de aquellas ranas que pedían rey, a las que Júpiter concedió el beneficio de una enorme viga de madera para que las administrara en silencio, se muestran en público los españoles a poco que se les escarbe: contentos de haberse librado del mal del vecino, abonado en ocasiones a la sopa de Cáritas, y temerosos de que les sobrevengan las diez plagas de Egipto que algún extraño brujo ha de llevar encerradas en el interior de su lámpara de los truenos.
Que entre mágico tumulto la estrella enana que para algunos es la que más luce es aquélla del “Corralito”, de cuyas suculentas preseas se benefician el monarca del cuento, sus ministros, asesores, prohombres de confianza, políticos, y banqueros, en la clase de los hombres de lustre; y el común de los mortales, y los apurados inversores, en la clase de los villanos.
¿O es que no es un delito doloso el hecho de que los Fondos de Reserva de Pensiones hayan sido esquilmados por sus propios guardianes, lo mismo que en su día saquearon el oro del Banco de España sin pasar por forajidos y rateros?
Algunos de estos robos y fraudes ─difícilmente perceptibles en un estado de corruptela en el que a unos se les amenaza con el dedo en la boca, a otros se les paga por callar, y a un tercero se le hace el encargo de quemar documentos comprometedores en días de niebla─, están llegando al extremo de parecerse a una de esos “Caprichos” de Goya, en que una bruja “exprime” a un niño, y usa como fuelle su trasero para soplar una vela.
Recientemente lo pude comprobar en un banco de postín: desde la misma ventanilla se invitaba a un anciano casi ciego a usar el cajero, y a consultar su saldo vía Internet, en una clara estrategia de sustituir el dinero contante y sonante por una tarjeta de plástico.
¿Malas prácticas bancarias, falta de sensibilidad con el cliente, o posible “corralito” en ciernes?
“Digilosofía” le llaman algunos que hasta hace poco nos aburrían con el juego del “un, dos, tres”, mientras se repartían entre ellos los dineros mal logrados de nuestro Fondo de Pensiones
Tan desagradable antropofagia ya fue anotada por un famoso escritor de la primera mitad del siglo XVIII en un extraño libro que lleva por título “Los viajes de Gulliver”:
─ Unas veces, la ambición de príncipes que nunca creen tener bastantes tierras y gentes sobre que mandar; otras, la corrupción de ministros que comprometen a su señor en una guerra para ahogar o desviar el clamor de los súbditos contra su mala administración.
Con toda la lógica del mundo el satírico irlandés no deja de aleccionarnos sobre el hecho de que para urdir sus añagazas el poderoso se sirve a menudo del intelectual, y de esos “espíritus buenos” capaces de encadenar razones contra el individuo más lúcido, y de defender con toda clase de estilo la idea de que el agua de lluvia emborracha, y de que nos saldría más cuenta adquirirla en botella, y con marca registrada:
─ Díjele que entre nosotros existía una sociedad de hombres educados desde su juventud en el arte de probar con palabras multiplicadas al efecto que lo blanco es negro y lo negro es blanco, según para lo que se les paga.
Ya por aquel entonces los filósofos y los críticos de la talla de Jonathan Swift anticipaban ese gran fenómeno de la publicidad consistente en persuadir al gobernado, y en tergiversar las razones que dicta el sentido común, inventando palabras nuevas como “Digilosofía”, o jugando con las distintas acepciones de semejantes “palabros”, o reduciendo la letra pequeña al mínimo para que ni el más largo de vista acierte nunca a leerla:
─ Asimismo debe consignarse que esta sociedad tiene una jerigonza y jerga particular para su uso, que ninguno de los demás mortales puede entender, y en la cual están escritas todas las leyes, que los abogados se cuidan muy especialmente de multiplicar. Con lo que han conseguido confundir totalmente la esencia misma de la verdad y la mentira, la razón y la sinrazón.
La segunda “noticia” del día a la que desde hace un buen rato hacíamos referencia me llegó de la mano de una de esas plumas anónimas que arrebatada por la pasión se lanzaba a exponer un curioso pensamiento.
Proponía esta persona que se convirtiera el lazo marrón en distintivo de los jubilados─ “ahora que está de moda poner lazos de distintos colores para protestar o reivindicar una causa”─, llevada de un poderoso argumento: que “el color más parecido a la mierda creo que es el marrón”.
Y no es que mi informante quisiera decir con ello que ancianos y pensionistas somos seres escatológicos, o vulgares “yahoo” con “una extraña inclinación a la porquería y a la basura”.
Ni los mayores de edad llevamos prendida en la ropa un aroma de alcanfor, o un desagradable olor a pipí de gato; ni nos regodeamos en soltar eructos; ni siquiera practicamos el arte de la pedorreta, como solía hacer en muy sonada tertulia un Premio Nobel gallego.
Por el contrario ese aditamento marrón ha de ser símbolo de quien un día ya lejano se sintiera tentado a dejar que el mundo se hundiera hasta el fondo con toda su porquería, y de buenas a primeras comprendió que su presencia aquí era indispensable para los suyos, tan necesitados de su paga, como afirma Josefina Cruz, catedrática de Geografía Humana, cuando dice que nuestras pensiones son las que mantienen la actividad económica en las zonas rurales.
Ese lazo marrón pretende ser “la caca de la vaca” que sirva de sustancia nutricia a una sociedad de futuro, formada de gente sana, capacitada y emprendedora; una puñada en el cielo, capaz de conjurar la desvergüenza del Club de los Vividores; un grito de rebeldía contra la injusticia del 0´25 % ; una llamada de atención contra ese Gran Hermano que “por no dar, ni de cuerpo”, que regala prebendas con dinero que no es suyo, y que condena a malvivir a quienes con sangre, sudor, y lágrimas, obtuvieron sus galones en el campo de batalla.
P.D: Hoy lunes, día 15 de enero, se han concentrado los pensionistas españoles a las puertas de sus respectivos Ayuntamientos.
En la Plaza Nueva de Sevilla no fueron muchos los asistentes, pero no estuvo nada mal, que todo en la vida tiene sus comienzos.
Que lo primero es cacarear para revolucionar el gallinero, pues como diría el refrán: “La mierda más huele cuanto más se mueve”, y “Cuanto más te agachas más se te ve el culo”.
Entre los pros y los contras del acto: el hecho tan singular de que no hubiese banderas, ni partidos, ni sindicatos, ni altavoces, ni pancartas, ni pitos, y menos las poéticas cítaras colgadas de los sauces, que sirvieran de consuelo, y que acudieran espontáneas a apoyar nuestras reivindicaciones.
Todo el ambiente a favor para que la palabra surgiera como animadora de un fuego, de una acampada de antiguos colegas que conocedores de la fuerza de nueve millones de almas se prestaban a dar un do de pecho por los demás con frases salidas de dentro, en la firme convicción de que si no hay quien defienda el futuro de los hijos la vida no tiene sentido.
En la Plaza Nueva de Sevilla las esbeltas figuras de los plátanos se mece en un cielo azul, diluidas en las alegres pinceladas de los verdes, los blancos, los marrones y los amarillos, que dan colorido al invierno.
En las ramas de un naranjo el petirrojo (“Robin” en inglés) desgrana una alegre melodía evocadora de antiguas historias, como la de aquel forajido inglés, defensor de los oprimidos; y la del legendario Bosque de Sherwood, convertido por solo unas horas en el escenario ideal de las más justas de las reivindicaciones, como aquélla que trajo hasta aquí a un animoso grupo de jubilados y pensionistas.
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