18 de octubre de 2017 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Mar de fondo
─ “La codicia les impulsaba a no dejar a los negros en su barco más que un espacio parecido al que ocupa un muerto en su ataúd”.
Mar de fondo
Acabo de leer en el “Diario de Sevilla” una entrevista en la que Martín Rodrigo, profesor de la Universidad catalana Pompéu Fabra, habla del turbio origen de las grandes familias europeas.
Nada nuevo para quien guste de la lectura del escritor Pío Baroja quien, basándose en un documento real ─ el Diario del capitán Abaroa ─ nos hizo vivir las extraordinarias aventuras de Ignacio Embil, y del capitán Chemista, negreros de circunstancia:
─ “Muchos negros estaban obligados a viajar siempre sobre un lado, replegados sobre sí mismos, sin poder extender los pies. Entre los españoles, los peores marinos para los viajes negreros eran los catalanes y los vascos. Los catalanes reclamaban siempre y creían que los engañaban, todas eran quejas”.
Para quienes quieran conocer historias de piratas no es necesario leer a Baroja, basta con acudir a un diario de provincias, donde tendrá a mano un sinfín de noticias de actualidad: redadas policiales, listas “Forbes”, corruptelas, conspiraciones, ladrones de guante blanco, etc… que en no pocas ocasiones, le harán pensar a usted que aún siguen vigentes los más viejos oficios de la humanidad: los de chulo, mamporrero, esclavista,… e incluso el de mono, que, sentado en su rama, o ante la pantalla del televisor, prefiere “no ver, no oír, y callar”.
Sobre “la hoja de ruta” del proceso catalán se han vertido recientemente montañas de elucubraciones, de palabras bien dichas, y de ríos de tinta cuya mayor o menor trascendencia sería difícil de precisar.
Lo que sí es cierto es que tantísima marejada, y tan obstinada descortesía de años por parte de los capitanes negreros, ha provocado en el españolito de a pie un auténtico mar de fondo, un avinagrado desencanto que todo el mundo conoce como “principio de acción y de reacción”.
Algún flamenco hubo que, a las tantas de la noche, y harto de caceroladas, dio riendas sueltas a su vena artística para cantar por Manolo Escobar el popular pasodoble “¡Que viva España!”.
Y otro que, atrincherado tras su balcón, lucía malla de camuflaje, una bandera de España, una bandera del Betis, y una ametralladora de plástico para disuadir al enemigo.
Y es que si “somos lo que comemos”, no es nada fácil para quienes constituimos el pueblo llano saber qué plato en común alimenta la codicia de tamaño mejunje de siglas, que ni conoce Arguiñano, ni el cocinero de a bordo, ni figura en los apéndices de “la hoja secreta de ruta”.
Probablemente el pedagógico discurso de Inés Arrimada, y la claridad de su dicción, nos ayudará a descifrar tan sofisticado mapa; o tal vez el discurso de Tony Cantó ─ “Érase una vez una escuela”─ que enumeraba con voz teatral la manipulación de la escuela pública, y el comportamiento de la fiel marinería de Puigdemont; amén de la pasividad de nuestros insípidos mareantes que, durante décadas sólo izaron los pins, los carnés, y las banderitas de su interés personal.
¡Que aquí no se salva ni el lucero del alba, por mucho golpe de pecho que se den!
Algunos curas tampoco; que no está bien eso de contar los votos mientras perece la grey en medio de un valle de lágrimas, al tiempo que suena el “requiescat in pace” de una piadosa coral.
¡Vaya tropa! ¡Si D. Francisco Giner de los Ríos levantara la cabeza!
Si el padre de la Pedagogía levantara la cabeza vería “lo bien” que funciona la Educación en España; y a la “tropilla” de figurantes que se dejó atrás, sin intención alguna de reformarse: allí el vendedor de bulas, farsante y refinado, con un ojo implorante mirando al cielo; el oportunista y “buscón D. Pablo”, repetido y taimado hasta aburrir; el bandido bueno, disfrazado de Corregidor, y arropado por su partida de bandoleros del tres por ciento…
Y en medio de la formación el Robin Hood de los frailes, haciendo gala de su retórica:
─ “Si vas segando la rama de un árbol al final cae la rama (…), caerán todas y habrá sido responsabilidad de todos los que han practicado este tipo de política”.
Pues a mí que me registren, Sr. Pujol. Y si delata a sus compinches la Tómbola le beneficiará con el Ferrari del niño, un velo para su esposa, “la hoja de ruta”, el oro de Andorra, el oro de Méjico, y hasta el oro de Moscú…
¡Que vaya murga con arte la murga de “Los Bucaneros”!
***
Hace pocas fechas llegaba hasta mis manos un libro del dibujante palmero Joaquín de Alba ─“Caricaturas políticas en la prensa de Washington (1960─ 1970)” ─, bellamente editado por la Diputación Provincial de Córdoba.
Y en libro tres dibujos que llamaban mi atención por la actualidad de sus mensajes.
En el primero de ellos el gobernador Wallace arrojaba al suelo, indignado, un ejemplar de la Constitución de los Estados Unidos, sacándolo de la biblioteca al grito de: “¿Quién ha metido este libro aquí”.
El segundo reflejaba a un “progre” bastante mayor, con un libro de Lenin bajo el brazo, solicitando un pasaporte para viajar a Rusia en “viaje de estudios”.
Y el tercero esbozaba una reserva india de los Estados Unidos, en condiciones de vida bastante deplorables, en el que una pareja de indigentes, sentados en el suelo, y apoyadas sus espaldas sobre la pared, se preguntaban: “¿Qué pasó con el poder rojo?”.
Y viendo esos trazos tan amables se me vino a la imaginación la poca seriedad de los esclavistas catalanes ─ me refiero a los de los ocho apellidos que delatan un origen negrero─ a la hora de aplicarse a sí mismos las leyes; la desvergüenza de los nuevos/ viejos políticos, que pretenden vivir del cuento; y la situación de las restantes quince autonomías que, cuando nos vengamos a dar cuenta, nos tendrán metidos en una reserva para esclavos e indigentes, con derecho a una caja de pino, y a unas últimas palabritas.
Y no vamos a consentir que “los perros de siempre” nos pongan esparadrapos en los labios para hacernos callar; ni cadenas al cuello, como hacían los negreros; ni nos dejaremos encerrar en una reserva, como el tío Sam hizo con los indios.
Somos la sangre caudal de mil reyes destronados, de mil filósofos como Séneca, de bravos marinos como el onubense Martín Pinzón, de conquistadores extremeños, de inventores y matemáticos, de grandes místicos castellanos cuyas glorias cantaron Quevedo, Cervantes, Rubén Darío, Antonio Machado, Miguel Hernández, y tantos poetas del pueblo.
Y ustedes sois de una raza de negreros, la peor escoria de este noble pueblo.
¡Arreglad vosotros vuestras cuentas de empresarios; vuestros engorrosos inventarios de camelistas, y vuestros bajos hábitos de negreros, pero no “mareéis la perdiz”, que somos lebreles de buen olfato, y sobradamente os conocemos!
Pese a quien pese estaremos aquí, como el toro, de espaldas a los chiqueros y defendiendo la dignidad de la prole, y el futuro de este país.
¡No nos vais a torear, por muy Otegis que seáis!
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