16 de septiembre de 2017 | Joaquín Rayego Gutiérrez
El rucio de los rebuznos
─ “En política lo primero que hay que tener es formalidad”. (Melquiades Álvarez)
El rucio de los rebuznos
Entre la apariencia y la realidad, entre el vicio y la virtud, entre los cantos de sirena y la adversidad, se extiende una raya indeleble por la que caminan individuos y pueblos como equilibristas sobre la cuerda floja.
Cómo se podría explicar si no el cambio de papeles de los judíos sefardíes, discriminados y perseguidos por la intransigencia de cristianos y musulmanes, y convertidos de la noche a la mañana en traficantes de esclavos, y en castradores de eunucos.
Cómo el mal trato y la servidumbre soportados por el payés “de remensa”, con ese personaje barbudo que, con el nombre de “katalan”, altera los dulces sueños de los niños griegos y albaneses.
Cómo que un hombre de tierra firme sea capaz de aventurarse por el encrespado laberinto de la mar Océana; y conquistar un Imperio; y remontar el caudaloso Amazonas, al mando de un grupo de desharrapados.
Cómo que asesinos, y tiranos, abanderen el destino de los pueblos.
Pues la realidad tiene una gran dosis de teatro, según el dramaturgo Valle Inclán vino a explicarnos en ese famoso esperpento en el que la caída del tirano no iba precedida de un noble acto de heroísmo, sino de una salida “de pata de banco”, de una consecuencia directa del miedo.
Es el mismo planteamiento que hacen el abogado y político Javier Nart ─“Nos roba y nos mal administra la administración catalana”─, el periodista Javier Cárdenas, el novelista Arturo Pérez─ Reverte, y el ministro Josep Borrell, entre otros comentaristas, en sendos análisis sobre la actualidad catalana, en la que todos coinciden en que “la pudredumbre moral” de su clase dirigente, y la dejación del Estado español, han propiciado un "disparate" del que es difícil salir.
En opinión de Pérez─ Reverte habría que repartir las culpas entre un amplio espectro de “oportunistas, cobardes y sinvergüenzas”, como apunta en su artículo “España es culpable” (“El País Semanal”, 10 de septiembre, 2017), del que no escapan nadie: ni el ministro de Educación, ni los políticos de izquierdas y de derechas, ni los ciudadanos, ni los periodistas y tertulianos, ni siquiera los representantes de la Real Academia Española de la Lengua.
Nada nuevo que apuntar que no haya sido formulado a pie de calle, o planteado en los buenos tiempos de la República, que para muchos es el “no va más” como forma de gobierno.
Imposible de explicar que vascos y catalanes gocen en plena democracia de unos privilegios medievales, o que se silencien los abominables crímenes de ETA, mientras se pone de patitas en la calle a los damnificados “de guerra” que pasaban por allí; y mientras hacen agua las debilitadas economías de otras regiones, cansadas ya de ejercer el papel de “Dª Prudencia”.
Disparatado sería explicar a un castellano parlante que le está vedado opositar a la cosa pública en las llamadas "nacionalidades históricas", mientras que no sucede al contrario, convertida media España en un coto donde se les hace la ola, y donde se les pinta como “analistas” de figurín que ejercen en los "laboratorios" del cambio su muy “progresista” docencia.
En “Otra vez el Estatuto” ─artículo publicado en el diario malagueño “El Popular”, con fecha de 27 de febrero de 1936─, el periodista Juan Rejano ya escribía sobre la cuestión del restablecimiento del Estatuto catalán, criticando la estrechez de miras de los patriotas y “unionistas” ante un pueblo culto, trabajador, honrado, y defensor de sus derechos:
─ “A esto respondían los catalanes proclamando en cuantas ocasiones se les deparaban su adhesión fervorosa a España”.
Qué poca visión de futuro mostraba en aquel artículo el periodista cordobés.
Si levantase la cabeza, y viese cómo esos mismos prendían fuego a la bandera española, y la llenaban de insultos, seguramente habría dicho: "¡Joder con la gente culta!"
Me imagino que en aquellos tiempos no habría ediles de la talla intelectual de los de Sabadell, que denigraran por “españolistas” a personajes como Quevedo, Bécquer, Machado… proponiendo su exclusión del callejero, como quien retira un techo de amianto de un colegio público.
Que no deja de ser paradójico que la palabra griega “a- míantos” encierre el significado de “sin mancha”, “incorruptible”…
Como incorruptible fue el bueno de D. Antonio Machado, a pesar de lo que digan esos trescientos tres “Mochilones” catalanes imputados por corrupción.
Como otros tantos republicanos de su época el periodista pontanés militó en las filas de la masonería, y perteneció a la logia malagueña “Fraternidad”, adoptando como héroe de cabecera a Torrijos, y como nombre simbólico: “Uno”.
Gran aficionado a la música y al teatro, el escritor de Puente Genil fue muy crítico con aquellos autores no afines a sus ideas, tirando de argumentos poco sólidos para denigrarlos; así arremeterá contra los hermanos Quintero, contra Wenceslao Fernández Flores, o contra el autor de “Cuando las Cortes de Cádiz”, que ni apreciaba a los políticos, ni tuvo vínculo alguno con la masonería:
─ “Por lo visto al señor Pemán le ha seducido ese lugar común de que los líderes se sirven para sus intereses y egoísmos de las masas, y nos ha ofrecido una anécdota en que varios diputados y masones─ entre ellos, nada menos que el divino Argüelles─ se valen de una popular mujer gaditana para sacrificarla, bajo la metralla francesa, en aras de los intereses de secta”.
En determinados momentos Rejano demuestra ser un espíritu tendencioso, un hombre de partido, que también incurre en contradicciones, según le favorezca o no el viento de las urnas:
─ “¿De qué ha servido que en España nos demos tanta prisa y otorguemos el voto a la mujer? Aquí éramos felices con que la mujer se limitara a convencer a su marido de que debía de votar por quien le indicaba su confesor espiritual, o con que se limitara a no intervenir en nada”.
Palabras incompatibles las de ese artículo, que lleva por título “Un viejo problema”, con el que dedica a “La heroína electoral”, en que saluda “la incorporación de la mujer, como masa, a la contienda política”.
Pero amén de esos pequeños fallos de un poco convencido “feminista” el escritor cordobés fue uno de esos individuos íntegros que dejaría mal parados a los soporíferos oradores que se expresan al dictado de su jefe; que de todo tiene que haber en la viña del Señor:
─ “¿Pero es que hemos de luchar siempre a impulsos del estómago? ¿No es más noble, y más airoso, luchar por el estómago de los demás?
Porque si las izquierdas tienen una misión revolucionaria que cumplir, es la de limpiar el cuerpo de la política española de sucias y torpes tareas, ya que no sería justo que culpásemos a las derechas de todos los egoísmos y todos los apetitos, cuando nosotros, logrado el éxito, no sabemos cerrar a tiempo los grifos de la ambición (…)
Los gerifaltes de la política─ y sobre todo, de la política de izquierda, que es la llamada a transmutar las cosas esenciales del país─ debieran pensar que una victoria no se consolida colocando amigos, protegiendo allegados o pagando a las camarillas los servicios prestados, sino elevando a los puestos directivos a los preparados, a los que resulten vencedores de una selección de valores”. (“Las recompensas”, “El Popular”, 5 de marzo de 1936)
Las más de las veces Rejano es un escritor consecuente que nos formula “preguntas” muy difíciles de responder:
─ “¿Dónde se meten los terribles y desmelenados revolucionarios de la hora del triunfo en las épocas de adversidad política, cuando hay que sufrir persecuciones, encarcelamientos, destierros, ataques de toda suerte? (…) Lo verdaderamente fácil es acusar. Lo difícil, tener el valor moral de acusarse a sí mismo”. (“El Popular”, 25 de abril, 1936)
Y que, a tan solo unos días del inicio de la guerra “incivil”, no se permite la vulgaridad de justificar “La Violencia”, y menos la de los suyos:
─“La violencia anda, desde hace tiempo, dando tumbos por las calzadas de España (…) despojémonos de los arreos bélicos, que, para andar por casa, con el más humilde e inofensivo de los atuendos basta”. (“El Popular”, 12 de julio de 1936)
En una línea de conducta similar a la de Rejano se expresaba por aquel entonces el socialista Manuel Domínguez Benavides, tan sobrado en cuanto a libertad pensamiento, y de conciencia, como para arremeter contra el mandil masónico de D. Diego Martínez Barrios ─ “Diego el Discreto”, “el cauto Diego”, como le llamaba─, y contra su jefe de filas D. Alejandro Lerroux, un político “comprado” a peso de oro por el estraperlista D. Juan March, al igual que haría con el liberal D. Santiago Alba; que no en vano el vocablo “apreciar” no significaba para el usurero mallorquín un “reconocer los méritos” ajenos, sino una forma de “determinar el precio” (ad- pretiare) de sus correligionarios:
─ “Cada seis meses recibía 100.000 francos de March. Los españoles ignoraban el origen de los ingresos de Alba, y el ministro dejó correr la especie de que los millonarios hispanoamericanos eran clientes de su bufete y que numerosas compañías belgas solicitaban sus consultas jurídicas. La verdad es que mientras duró el destierro, no defendió un pleito ni ningún belga acudió a su consulta”.
Lástima que en nuestros días no abunden esas personalidades tan íntegras que no les importe decir las verdades del barquero; que sientan las vicisitudes y las alegrías de su prójimo a flor de piel; que su principal patrimonio sea la hombría de bien; y su mayor esperanza, la de ir creciendo “en amor y compañía” junto a los suyos.
Que mirando hacia aquel escaño, donde despotrican algunos, probablemente diría:
─ “¡Un poco de formalidad, señora Martínez, que ya está usted muy mayor como para exhibir sus redaños, a la manera de Fraga! ¡Siéntase, y no se canse, que no es usted el Rucio de los rebuznos como para emprenderla a coces con un pacífico trapo!
Me refería, señora Martínez, al burro de Sancho Panza, del que D, Quijote decía: Asno eres, asno has de ser, y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida…”
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