13 de julio de 2017 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Un legado de aromas

Un legado de aromas
Un legado de aromas
Sus razones tendría Carlos Saura cuando dijo que “los políticos piensan que la cultura es una cosa de vagos”.
Seguro que antes de manifestar su opinión el cineasta habría topado con una de esas mentes baldías, habituadas a desayunarse con eslóganes, con frases hechas, y con estúpidos axiomas acordes con su devoción; que ni siquiera sabría que la palabra “cultura” significa: “espacio ganado a un terreno inculto”.
¡Vaya usted a saber quién dijo “vago”..!
¿O habrá todavía quien piense que la sapiencia cae de un guindo, y que la vagancia y la indolencia fue lo que llevó a Newton a formular la teoría de la gravedad?
En ese sentido de “cultivar” resulta loable el ansia por aprender del protagonista principal de la novela “El perfume”, de Patrick Süskind.
Jean─ Baptiste Grenouille es un ser que tiene la desgracia de llegar a un mundo en el que nadie lo recibe con los brazos abiertos; ni siquiera su madre, dispuesta a deshacerse de él desde el instante mismo de su nacimiento; ni sus despiadados amos, ni sus compañeros de guardería, ni siquiera la nodriza encargada de darle el pecho que, más que afecto, mostraba hacia él una extraña repulsión:

─ “Yo sólo sé una cosa: que este niño me horroriza porque no huele como deben oler los lactantes”.

Y en ese estado de cosas la criatura se agarró a la vida como uno de esos árboles secos que hunden sus raíces en la arena del desierto.
Y es ese don con el que el niño nace el que le pone en contacto con la realidad, incluso antes de alcanzar un cierto dominio de las palabras:

─ “Todas estas grotescas desproporciones entre la riqueza del mundo percibido por el olfato y la pobreza del lenguaje hacían dudar al joven Grenouille del sentido de la lengua y solo se adaptaba a su uso cuando el contacto con otras personas lo hacía imprescindible”.

Y como raíz que encuentra un atajo hacia el venero, así va creciendo la desdichada criatura con la fuerza imparable de un espino.
Y muchos siglos antes de que salieran a luz los estudios del científico John McGann, referidos a los miles de olores que el ser humano es capaz de percibir, ya Grenouille se desvivía por conocer los olores, uno por uno:

─ “Pronto no olió solamente a madera, sino a clases de madera, arce, roble, pino, olmo, peral, a madera vieja, joven podrida, mohosa, musgosa e incluso a troncos y astillas individuales y a distintas clases de serrín y los distinguía entre sí como objetos claramente diferenciados”.

Para paliar la falta de afecto con la que el mundo le trataba, Grenouille consigue hacer un perfume capaz de dotar a su portador de un deslumbrante atractivo.
Que vean nuestros políticos si no les convendría tener una “cultura olfativa” similar a la de Grenouille.
Les evitaría algún que otro disgusto; y hasta haría más tratable a algunos jueces, en los casos de corruptela en que ellos se vieran envueltos; e incluso les harían la ola.
Pues a uno de esos alquimistas conozco que, aunque él guste siempre de ir “de incógnito” por la vida, podría tener un mayor ascendiente si echara mano de sus conocimientos. Se trata de mi vecino D. José Chacón Moreno, “Pepín” para los amigos.
Químico, industrial, ceutí de nacimiento, padre de una encantadora hija, abuelo muy querido, Socio de Honor de la caseta de feria “Wifredo er Velloso”, animoso catador del vino de aquellas historias que vivió en Peñarroya, y un sinfín de cosas más…
Que si no un segundo Grenouille, sí que me recuerda a Baldini, aquél que solía llevar bajo su levita un cuaderno ─ “seiscientas fórmulas figuraban en él, más de las que varias generaciones de perfumistas podrían realizar jamás”─ que le aseguraba una plaza de honor entre las mejores “narices”.
“La libreta de los perfumes” de Pepín, por desgracia o por suerte la tengo yo.
Forma parte de un legado que cuando llegue el momento habrá de pasar a manos de Ramón, el “alter ego” de tan distinguido galán.
A Pepín, que acaba ahora de estrenar sus noventa y tres abriles, los médicos se han apresurado a citarle en el Centro de Salud para conocer el secreto de su inagotable juventud.
Y el hombre qué va a decir, que nada del otro mundo: que todo se resume en hacer gimnasia cada día, en ser abierto con todos y amistoso con los amigos, en no tomarse la vida tan a pecho, y en una buena y frugal alimentación.
Lo que no confiesa el paciente es la química de su perfume, ni la fórmula magistral de que su alegre espíritu está hecho, ni sus innumerables efectos: potenciador de la memoria, protector del mal de ojos, conquistador de voluntades, seductor de corazones,etc.
Y ahora que tanto sabemos de los misterios que oculta Pepín resulta que, por un casual, "La libreta de los perfumes" ha llegado hasta mis manos.
Y estoy pensando si no será mejor devolverla a su dueño, o si publicarla a trocitos en el periódico de mi pueblo, arriesgándome así a que me tachen de ladrón y aprovechado.
Amén de que quienes la lean corren el riesgo de convertirse en Fausto, aquel personaje maléfico que hizo tratos con Mefistófeles para conservar su juventud.
¡Ea, que no me atrevo yo a tanto..!
¡Tocar madera ..!
 
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