5 de julio de 2017 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Dentro, fuera
Dentro, fuera
Según los planteamientos de la Fenomenología toda comunicación se ajusta a dos principios: la propia experiencia del emisor y del receptor, y la intención comunicativa; por ello, tras una primera lectura aconsejan los psicólogos que volvamos a leer el texto que hayamos escogido para así penetrar en el meollo de aquello que dice.
Un buen consejo para quien pretenda entender el significado de la obra de arte.
Para Marcel Duchamp, por ejemplo, el arte es una mirada que le lleva a valorar el mundo en una dimensión diferente a la que normalmente nos muestra.
En tal criterio se asienta una de las principales obras del pasado siglo: “La Fuente”, un urinario que el artista compró en la Quinta Avenida de New York, y al que dio un nuevo uso con sólo pintarlo de negro, girarlo 90 grados, y situar su abertura de cara a la pared.
Nos preguntamos si un objeto industrial en cuya elaboración la mano del escultor ni siquiera interviene, puede tener la calificación de obra de arte. Máxime cuando, según el crítico Santiago Amón, ni siquiera los más afines al artista le otorgarían semejante puntuación:
─ Ocurría que la vanguardia consagrada, propicia, en principio, al aplauso de la vanguardia nueva, terminó por volverle la espalda, celosos sus prohombres (Picasso a la cabeza) del prestigio (¿académico?) de sus obras, frente a las propuestas innovadoras y antiacadémicas de los recién llegados.
¿Pues qué habría entonces que decir de aquella “Mierda de artista”, que el italiano Manzoni asegura que envasó en latas de conserva, y cuyo valor de mercado oscila alrededor de los 275.000. euros?
Será, como dijo D. Jacinto Benavente, que “el mundo está ya viejo y chochea; el Arte no se resigna a envejecer, y por parecer niño finge balbuceos”.
O tal vez, como escribió el novelista William Wilkie Collins en “El público ese desconocido”:
─ Pero cuando la crítica opta por ocupar completamente alejado de todo, cuando propugna opiniones que no hayan respuesta del otro en el corazón del vulgo, cuando mide la grandeza de un trabajo intelectual por un rasero que no es por su capacidad de apelar a todas las facultades de admiración y disfrute, desde las más encumbradas hasta las más humildes, entonces tengo la impresión de que la crítica se torna la expresión de una presunción individual, y pienso que prescinde de todo su derecho a gozar de consideración y respeto.
Viene esto a cuento con lo que nos sucedió a unos amigos y a mí hace tan solo unos días.
Paseábamos tranquilamente por la Avenida de la Constitución cuando fuimos a topar con un viejo conocido, experto “oficial” de arte y, al parecer, gran mecenas de un mundo para muchos desconocido.
Tras los saludos oportunos nuestro amigo nos comentó que se dirigía hacia la antigua Fábrica de Tabacos para recabar firmas de apoyo entre los alumnos de Arte.
Tras mostrarnos su carpeta, de una bien repleta documentación, solicitó nuestra firma.
Se trataba de arropar el proyecto de una escultura moderna que, según él, había sido rechazada por “los catetos” de tan sevillana población, que no habían sabido ver en tan singular obra de arte la imagen de un guitarrista.
Lógicamente, tanto Antonio, como Joaquín, y como un servidor, nos negamos a reivindicar con nuestras firmas aquella especie de portal de Belén, tan contrario a nuestros gustos; amén de no encontrar explicación de cómo un proyecto de tal calibre no se había expuesto al tamiz de un concurso público.
Obtenida tan impropia repuesta siguió el sabio su camino, posiblemente pensando que lo nuestro era un boicot contra un tema que sólo unos pocos controlan; pues “¿qué merecieron los bueyes, animal sin fraude ni engaños, / inocuo, simple, nacido para tolerar labores?”
“He aquí el tinglado de la antigua farsa”, pensé para mis adentros viendo marchar hacia las barricadas a quien fuera baluarte de la Justicia, convertido ahora en un dios que, por mor de salir a escena sería capaz de tragarse a sus hijos.
Que, en última instancia, vale más parecer que ser, más la desvergüenza que la rectitud, y más la palabrería que la mesura y la honradez, como sugería Crispín a su protegido Leandro, amables protagonistas de “Los intereses creados”:
─ Aquí no hay sino valerse del ingenio y de la desvergüenza, que sin ella nada vale el ingenio. Lo que he pensado es que tú has de hablar poco y desabrido, para darte aires de persona de calidad; de vez en cuando te permito que descargues algún golpe sobre mis costillas; a cuantos te pregunten, responde misterioso; y cuanto hables por tu cuenta, sea con gravedad; como si sentenciaras.
***
En el "Diario de Sevilla" del miércoles 28 de junio, figura un artículo a doble página con el título de "La investigación de la Universidad de Sevilla convence".
En la página 10, y en un amplio recuadro central, se subrayaban unas palabras del investigador sevillano D. José López ─ Barneo, quien se manifiesta contrario al "café para todos”, y defiende que el dinero destinado a la investigación “debe ser para aquellos que se lo merecen".
Mi más sincero aplauso para quien habla en alta voz con criterios tan medidos.
Mi apoyo para quienes lo ven así de claro, y conocen el camino a seguir.
Que no todo el mundo se expresa con el suficiente criterio; ni se presta a ser calificado por los demás; ni atenta contra sus propios intereses, ni contra sus cruces de laureado.
Pero de prosperar lo que el Dr. Barneo dice cuántos de estos "politiquillos" de tres al cuarto, y cuánto académico galardonado no tendría que tomar el camino de los de a pie, y habituarse a un café "de recuelo"...
Entiendo que “el café para todos” es una forma soterrada de injusticia; y que como diría Aristóteles hay algunos que “su nobleza no les hace más hábiles para tocar la flauta; sino que se deberá entregar el instrumento más perfecto al artista que más perfectamente sepa servirse de él”.
Pero me resulta difícil entender que en esta España de mis entretelas sólo sepamos dos adverbios─ “dentro”, y “fuera”─, y que la validez de un individuo se mida tan sólo en razón de que pertenezca a una “casta”, a una “hermandad”, o a un determinado grupo político.
Que no hay razón que justifique que al villano, o al que llega de fuera, se le pongan anteojeras, y se pretenda que hable al dictado del apuntador: ajeno a sus propias verdades, y a su lógico interés.
Durante décadas hemos luchado con todas las fuerzas posibles por apoyar la enseñanza, dejándonos en ello la piel, sin otro interés que servir a los nuestros. Y hemos visto, y apreciado, cómo los más ineptos se concedían a ellos mismos los cargos, y los más preciados galardones.
Incluso hemos llegado a oír la desproporción de merecimientos por boca del propio interesado, que “nunca pudo imaginar un traje más hecho a su medida”.
Que, como en el mundo del arte, sería interesante saber quién valora a los expertos, quién vigila al vigilante, y qué rasgos se deberían valorar en el individuo opositor:
─ “Si el razonamiento no es aún bastante claro, se le puede extremar aún más. Supóngase que un hombre muy distinguido en el arte de tocar la flauta lo es mucho menos por el nacimiento y la belleza, ventajas que, tomada cada una aparte, son, si se quiere, muy preferibles al talento de artista; y que en estos dos conceptos, en nobleza y belleza, le superen sus rivales mucho más que los supera él como profesor; pues sostengo que en este caso a él es a quien pertenece el instrumento superior. De otra manera sería preciso que la ejecución musical sacase gran provecho de la superioridad en nacimiento y en fortuna; y, sin embargo, estas circunstancias no pueden proporcionar en este orden el más ligero adelanto.
Ateniéndonos a este falso razonamiento, resultaría que una ventaja cualquiera podría ser comparada con otra; y porque la talla de tal hombre excediese la de otro, se seguiría como regla general que la talla podría ser puesta en parangón con la fortuna y con la libertad. Si porque uno se distinga más por su talla que otro se distingue por su virtud, se coloca en general la talla muy por cima de la virtud, las cosas más diferentes y extrañas aparecerán entonces al mismo nivel; porque si la talla hasta cierto grado puede sobrepujar a otra cualidad en otro cierto grado, es claro que bastará fijar la proporción entre estos grados para obtener la igualdad absoluta”.
Y llegado a este punto me gustaría a mí también hacer una valoración personal con tintes fenomenológicos; es decir, ateniéndome a mi propia experiencia, y a una cierta intención comunicativa.
Mi aplauso incondicional para D. Laureano López Rivas, presidente de “Alcohólicos Anónimos”, por declinar el Premio Solidario concedido por Bankinter; y por atenerse al sabio precepto de no depender de nadie, para no tener que servir; y mi admiración por financiarse ellos mismos desde 1955, fecha en que el alcoholismo pasó a ser considerada una enfermedad.
Qué contraste el de esta Asociación con esa plaga de “expertos”, de sanguijuelas voraces, y de sillones corruptos, totalmente innecesarios en nuestras vidas.
Regocijados, alegres, a las puertas del Paraíso, impregnados de esa fragancia que les penetra en sus huesos a los adictos al poder.
Devotos del buen vivir “dentro”, y sin sentimiento de culpa, que les lleva a imaginar que “vivirán una larga vida, tal y como la que sus antepasados vivieron”; y que “en sus días no los tocará ningún sufrimiento, ni plaga, ni tormento, ni calamidad…”
“Fuera” la calle exige respuestas serias, y políticos honrados…
“Dentro” la rabia busca su centro en el estómago, y la buena conciencia ciudadana no admite innecesarias esperas.
¿Dentro, fuera? Confieso que a estas alturas algunos no hemos llegado ni a las primeras letras del alfabeto.
Urge pues elaborar una nueva cartilla que subraye en tinta verde los valores del individuo; y en un rojo fosforescente toda esa falsa retórica que incita al odio, al resentimiento, a la injusticia, a la insolidaridad… como una pintura negra de Goya.
Quiera Dios que lleguemos a ver algún día una cartilla con arte.
N. B: Las imágenes son propiedad de Joaquín Rayego; aparecen incluidas en el "Alfabeto del Nene. Libro de Oro", Ilustrado con veintiséis láminas en cromo, y editado en 1882.
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