21 de junio de 2017 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Alma de cristal
─ “La hora se hizo añicos, / y en las virutas de cristal el tiempo/ devolvió mil imágenes por una...”
Alma de cristal
Un libro es un ser viviente, solía decir la filósofa malagueña María Zambrano.
Y haciéndose eco de estas palabras el sevillano Luis Cernuda le lanza mensaje al aire:
─ Un libro debe ser cosa viva, y su lectura revelación maravillada tras de la cual quien leyó ya no es el mismo, o lo es más de como antes lo era. De no ser así el libro, para poco sirve su conocimiento, pues el saber ocupa lugar, tanto que puede desplazar a la inteligencia, como esta biblioteca al campo que antes aquí había.
Como diría el mejicano Enrique González Martínez, escuchando la “voz” del otro muy a menudo sucede que “en “las virutas de cristal el tiempo nos devolvió mil imágenes por una”.
Lo sabe bien el poeta y estudioso sevillano Carmelo Guillén Acosta quien en una cuidada edición se ha esmerado en reunir la obra completa de Ramón Charlo bajo el sugerente título de “Los mundos del corazón”.
En “Nota a la Edición” nos explica Guillén cómo conoció al poeta, natural de Constantina: fue en el año 1990, y con motivo de un programa semanal de entrevistas, que él mismo presentaba en la televisión local de Brenes (Sevilla).
Más tarde frecuentó su compañía, junto a Felipe Gutiérrez, Ángel Vela, el Perlo de Triana, Javier Sánchez Menéndez, y otros.
Y refiere Carmelo que la edición de este libro aportó a los últimos años de la vida de Charlo la satisfacción de ser reconocido como poeta, y de encontrar en tan buenos amigos una felicidad que no hallaba entre los de su misma sangre.
En una posterior “Introducción”, el profesor Guillén Acosta analiza convenientemente la figura del escritor, y su obra, “prácticamente desconocidas no ya en el panorama de la literatura española del siglo XX, sino en la Sevilla de la que, salvo en contadas ocasiones, nunca salió”.
En tan solo treinta páginas puede informarse al detalle quien esté interesado.
Cuánto “trabajo gustoso”, y cuánto se puede aprender trabajando con Carmelo.
Generoso como nadie, y entusiasta del flamenco, como lo fue Ramón Charlo.
Junto a él colaboré en la revista “El aire que va”, para ofrecer nuestro particular homenaje a la sin par Juanita Reina.
Cuán agradecido estoy a aquellos buenos momentos, en los que siempre estuvieron presentes nuestros alumnos:
─ “Yo quiero ser siempre niño/ y ver lo que quiero ver”.
Imborrable la imagen de la barriada de Coca de la Piñera, dedicando la más céntrica de sus plazas ─“Plaza Carmelo Guillén Acosta”─ al más preclaro de sus hijos.
Inolvidable también la del Instituto de Constantina, donde alumnos y profesor solíamos cobrar ventaja saltando por las ventanas de la clase, para sentarnos a oír, en medio de la amable espesura del bosque, la voz amable de Garcilaso o los ríos rumorosos de su poesía.
En Triana, los escolares interrumpían la explicación para sugerir con apagada vocecilla que desde hacía unos minutos nos esperaba la siempre cumplida promesa de un libro: aquel banco circular que a todos nos cobijaba, bajo la sombra florecida de una elegante mimosa.
Y tras sumergirnos en la lectura como en las aguas de un río, se veía emerger a algún náufrago solitario con un dibujo en las manos:
─ “Aquí tiene usted mi resumen, tal y como entendí la lectura”.
Con qué finura, e inocente parsimonia se expresa el alma de un niño: ora en destellos de luz, ora en alas de mariposas.
La pintura y la escritura, según dicen, son fiel reflejo de la personalidad de cada uno.
Y pintura, y escritura, son los medios que mejor supo usar el poeta Ramón Charlo, para abrirle, a quien le quisiera leer, las puertas del corazón:
─ Solo en los ojos no entra la mentira,
El alma en ellos los disfraces tira
Entre una luz arrebatada y loca;
Por eso temo, si te estoy mirando
Que mis ojos quizás estén gritando
Lo que jamás pronunciará mi boca.
Hay terapeutas que afirman que unos trazos de color son suficientes para sacar a flote todo un mundo de vivencias; y otros, que modificando la letra modificamos los defectos de carácter, y los malos hábitos adquiridos.
Pues si eso es así, ahora que me llegó la vejez sería inteligente por mi parte volverme a hacer de una pluma, de una caja de lápices de colores “Alpino”, y de unos cuadernillos de Edelvives, para dibujar sombreros de cow─ boys, y alegres cerditos; o bien, para ensayar trazos de Caligrafía sobre un fondo de papel rayado.
Sería una buena forma de expresión, sin telégrafo y sin hilos :
─ SONÁMBULO de rosas, voy soñando
Que de rosales se llenó mi huerto,
Y cuando al grito de la luz despierto,
Para soñar, rosales voy sembrando,
Durante unos imprecisos momentos de nuestras vidas no sabemos “remar”, ni apreciar la granazón de la fruta, ni el hueso que va por dentro. Ramón lo dice por soleares:
─ BARQUITO que yo tenía.
Te dio miedo de los mares
Y te hundiste en la bahía!
─ ¿Qué tú sola tienes penas?
Todos somos eslabones
Que forman esa cadena!
Nos dejamos llevar de la mano del silencio cobarde, cuando nada hay que ocultar, sin más razones que mutilar las raíces, y deshacer preciosos vínculos que crearon las palabras:
─ A tu puerta yo llamé
Y tú misma contestaste:
“Hermano, perdone usté”.
Limosna no te pedía.
Yo tan sólo en ti buscaba
Un poco de alegría
Que tu cara derramaba.
Nos olvidamos de hablar, y hasta de conocer nuestras vivencias, las que nos atan a los demás, que diría Ramón Charlo:
─ No quiero hablar, que una palabra sola
Puede ser como loca caracola
Que me llene de mares infinitos.
Callado siempre, sin decir palabra,
Que, mientras enmudezco, el sueño labra
Un mundo de palabras y de gritos.
Nos perdemos en el despiste de no saber quiénes fuimos; nos abandonamos al miedo de los fuegos enemigos, a la sombra estéril de las prisas, al espíritu comercial que da en “cobrar el barato” a toda forma de “rebeldía”:
─ Los besos que me das también son míos;
Yo los hice brotar, no es bien robado.
¡Ahuyentemos los pájaros sombríos
Con sus gritos de miedo y de pecado!
Al juntarse las aguas de dos ríos
¿qué importa el sitio por donde han pasado,
Ni en qué vertientes adquirieron bríos,
Ni qué valles fecundos han regado?
Decía mi gestor “literario” del Banco de Santander que una reclamación escrita a mano se debe hacer con bolígrafo azul, para así distinguir la copia del original.
“¡Cosas veredes, amigo Sancho!”
Que el Banco del “un, dos, tres” no eche mano de mi bolsillo me parecería mucho más interesante que escuchar una bobada, que cuanto más clara la letra menos necesario se hace justificar el color de la tinta.
Que en la España cainista, y con tinta de su sangre, el poeta Ramón Charlo dejó escritas unas palabras de amor por Rafael de Lama, el amigo fiel que le acompañara hasta su último soplo de vida:
─ Pasaron los años
ya soy un anciano,
a más que a un hermano,
tengo a Rafael,
de noche y de día,
ángel de mi guarda,
dulce compañía.
P.D: Las fotos que ilustran el presente artículo son propiedad de mi amigo Carmelo Guillén Acosta:
─ “La primera está tomada en el salón donde Charlo solía recibir a sus escasas visitas. Aparecemos Charlo, Ángel Vela, Javier Sánchez Menéndez y un servidor. La segunda foto es de Charlo de pequeñito. La foto la hizo el abuelo de Emilio Beauchy, compañero del Tartessos. Como bien sabes, Julio Beauchy fue un fotógrafo muy famoso de la Sevilla de antaño”.
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