19 de mayo de 2017 | Joaquín Rayego Gutiérrez
¡Buenos días, belleza!
Nunca acertaré a entender qué idílica forma de arte, donaire, o extraño misterio, encerraba esta ciudad para ti
¡Buenos días, belleza!
Nunca acertaré a entender qué idílica forma de arte, donaire, o extraño misterio, encerraba esta ciudad para ti.
“Por primera vez en su vida adivinó la hermosura de todo aquello que sus ojos contemplaban”, escribió el sevillano Luis Cernuda, como si pensara en ti…
“La ciudad de la gracia”, retrató a su ciudad “Jacinto Ilusión”, en esos momentos de “recogimiento silencioso, escuchando la música o en sus atardeceres junto al río”.
“Sevilla del buen recuerdo”, la llamó Rafael Laffón…
Palabras primorosas, y acertadas expresiones que, desde el instante mismo en que llegaste aquí, resonaron en tus oídos cual arpegios de guitarra:
─ ¡Qué beyeza!
Y así, con esa forma de hablar, que tan propia es de tu pueblo, resumías tu emoción en un hermoso poema: en una “y” fricativa que mostraba tu gratitud por el regalo que la vida te hacía, y que fluía de tu boca en efusivo alarde.
Y con esa forma de ser, que era una simple expresión de tu pasión por la vida, reclamabas la atención de todo aquello que te poblaba:
─ “Era la vida misma lo que yo quería apresar contra mi pecho: la ambición, los sueños, el amor de mi juventud”.
Un legado de tu tierra, un tesoro familiar, o un soplo de Espíritu Santo, que ni siquiera los espíritus religiosos, ni los sabios y entendidos, acertarían a comprender:
─ “Respecto a Andalucía, yo creo que si esta tierra tuviera más cultura, constituiría uno de los pueblos más comprensivos y entusiastas. Los demás españoles regatean siempre su aprecio o admiración (…) los andaluces no. Están dispuestos a admirarse por cualquier cosa”.
Cuando el periodista Alfonso Comín preguntó a su paisano Eduardo Zamacois que cómo le habría gustado llegar a la vejez, éste le dijo que “fugándose” con la institutriz de sus nietas.
Estoy segurísimo que a ti, tan fiel siempre a tus principios, te habría apetecido asistir al gran espectáculo de la vida desde las cristaleras de un autobús, del brazo de tus amores; como quien toma un sorbete de helado, o paladea una rica porción de pastel.
Hace tan solo unos días, cuando cogí el autobús de “Tussam” en el que solías desplazarte hasta las mismas puertas de casa, oí la simpática cháchara de un anciano trianero, y me hizo la ilusión de que tú estabas por allí, observando atentamente a través de un agujero:
─ ¿Ha visto usted, señora, qué bonita está Sevilla? Es una ciudad chiquitita, pero en días de primavera está más alegre que un sol…
Pues yo vivo en La Macarena, pero nací en Triana en un corral de vecinos. ¡Ahí es na!
¿Y cómo no recordar los sitios por los que anduve cuando era chavalillo?
Así que esta mañana, cuando salté de la cama, no perdí el tiempo en tomar café: cogí el autobús, y me vine para el barrio…
(Y luego, señalando a las alturas con su dedo pulgar):
Pues mi mujer no viene conmigo porque está allí arriba… Se fue hace ahora siete años ¿sabe usted?…
Y como no es bueno dejarse llevar por esa clase de recuerdos, prefiero salir a la calle, y darle a la soledad tres o cuatro pases de pecho,…
Querida luz que llenas nuestra vida de dulces sueños, tú habrías sabido entender la reciedumbre que esconde esa otra forma de sabiduría.
Sin espíritu taurino, pero con similar filosofía, recuerdo que gustabas de aprender de esa clase de personas: de la “gracia” de lidiar al negro zahino que cierra plaza; de la decidida apostura que da en no cambiar de chaqueta; de las zapatillas atornilladas en mitad del fino albero; de los ojos mirando al tendido; de un pasodoble de calle, y de esa pasión juvenil que nos clava su emoción…
─ “Capote de grana y oro, / alegre como una rosa,
que te abrías ante el toro / igual que una mariposa…”
***
En “la ciudad de la gracia” la primavera se viste de un adorable estampado; el de estos días de mayo es el de una delicada paleta de colores de la gama fría de los azules ─ el azul marino, el turquesa, el púrpura azulado, el lila…─ que cuelga en racimos de flores de ese árbol “jacarandoso” procedente de Brasil.
Y qué juvenil hermosura la que ilumina sus calles y plazas, en el almidonado blancor de sus paredes, y en las fragantes esencias que la Naturaleza regala “a manos llenas”.
En apasionado y sanguíneo contraste, las vidrieras del Santander se presentan a los ojos del paseante como una distorsión publicitaria; la peligrosa mentira del “un, dos, tres”, en que el color actúa como mero intermediario de oscuros intereses; como sofisticado pegamento “atrapa moscas” de la redundancia, y de la mentira:
─ “Analizado el tema que nos ha expuesto, informarle que el importe reclamado es correcto, y obedece a la aplicación de los Precios Estándar de nuestro Banco. No obstante nos complace comunicarle que se va a proceder excepcionalmente en esta ocasión a la retrocesión del importe por usted solicitado, que la oficina le entregará en efectivo, previa firma del recibí correspondiente”.
Como el personaje del cuento de Rodríguez Marín, ellos siempre dicen “¡Restituir! ¡Restituir!”; y los afectados decimos: “¡No robar! ¡No robar”, y así no tendréis que restituir...
Como el gaditano D. Emilio Castelar, la gente decente piensa que esos colores sensacionalistas de las medias verdades engendran en las personas un hondo sentido de “culpa”─ versus: mi “lírico”, y sufrido gestor, que sólo piensa en justificarse "como un simple intermediario"─ contrario a los ideales más nobles, y a la noción de “belleza”:
─ Quien miente ha de pensar más que quien dice la verdad, pues debe por fuerza afianzar la coherencia de sus argumentos.
En cualquier caso nada tendría que ver el “cantar la palinodia”, el “andarse con floreos”, o el “salirse por peteneras”, con “la chispa de la vida” que publicita Coca─ Cola.
La Naturaleza puede ser inhóspita y terrible; y dispensar a los seres vivos toda clase de incomodidades y alergias, pero ni es el teatrillo en el que se representa la “ley del embudo”, ni hay una intención delictiva en ella, como sí sucede a diario con tanto crimen, discordias, y catástrofes producidas por lobos hambrientos: ERES, Hucha de Pensiones, Mafias, Robos, Bancos, Plusvalías, Paro, Secesionismo…
“¡Cave canem!”, que diría un clásico.
O mejor aún aquella frase que dice el travieso “Guille” con su habitual media lengua:
─ Cuando un paiz ze gazta ¿adónde lo tidan?
***
En los jardines de Cristina, un grupo de jóvenes baila a ritmo de bachata, ajeno a extraños cambalaches, y a a preocupaciones “baratas”, que invitan al más templado a “estallar” en mil pedazos, cual traca de feria.
El aire lleva un rumor de voces viejas, y una suave fragancia de jazmines…
─ “¡Qué belleza! ¡Qué luminoso estilo de vida!”
Aquí son los hombres los que marcan el movimiento, en secuencias encadenadas; y sus manos, y sus brazos sugieren a su pareja los movimientos que ha de hacer.
De tanto en cuanto, una patadita al aire, un contoneo de caderas, o un gesto desenfadado, servirán para marcar el acento de la música.
Frente a ellos el busto en bronce de D. Emilio Castelar, levantado sobre blanco basamento de mármol, se pregunta con mirada atónita sobre la sexualidad de esos chicos:
─ “¿Y las madres, qué opinan?”
Más detenidamente, con tiempo ya para peinar su engolado bigote, el afamado orador se preocupará de analizar el contraste cultural entre esta reunión de chic@s, y aquella otra que manifiesta su ya legendaria sensibilidad al ritmo de unas alegrías, animadas de un compás de palmas, y taconeos:
─ “Yo pegué un tiro al aire, / cayó en la arena.
Confianza en el hombre/ nunca / nunca la tengas”.
Una fuente de frío mármol recuerda a los poetas de la llamada “Generación del 27”.
El agua, en su murmullo, evoca al caminante el susurro de “un río, un amor” que le arrastra a sus orígenes:
─ “De joven no sabía
Ver la hermosura, codiciarla, poseerla;
De viejo la he aprendido
Y veo a la hermosura, mas la codicio inútilmente.”
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