7 de abril de 2017 | Joaquín Rayego Gutiérrez

La guasa de Fray Zeferino

─ La civilización/ es el café con leche/ y decir: / ¿usted gusta?/ y escuchar/ “¡que aproveche!” (E. Jardiel Poncela)

Fray Zeferino
Fray Zeferino
Gracias a mi paisano Manuel Montes Mira no hay día en que me falte el trato amable y cordial de una fotografía, de un interesante dato, o de una documentada noticia referida a la historia de mi pueblo que, como siempre, yo me apresuro a servir con café y pastas a mis amigos.
En el correo que hace poco acabo de abrir pueden verse una serie de instantáneas que hablan de las distintas etapas en la construcción de la iglesia parroquial de “Santa Bárbara”, desde sus orígenes:

─ La primitiva Capilla, de muy reducidas dimensiones, (15 x 8 x 4) origen de la actual Parroquia de Santa Bárbara, fue inaugurada a finales del año 1.874, siendo todavía Pueblo Nuevo aldea perteneciente al Municipio de Belmez, por el Obispo de Córdoba Fray Ceferino González .
No tardaría en ser sustituida años más tarde, al estar la primera amenazada de ruina.
La construcción actual, se inició el 28 de Agosto de 1912, sobre un solar no comunal, perteneciente a un particular (D. José Pedrajas) que lo vendía por 13.000 pesetas.
Para esta operación, el Gobierno del Rey Alfonso XIII hizo una primera donación de 10.000 pesetas; pero como el presupuesto total era de 85.000 pesetas, las obras se paralizaron por falta de dinero.
En el año de 1.913 se crea una “Junta de Damas” para la recaudación de fondos, pues aún se debían 5.000 pesetas.
En Marzo de 1.913, la Junta de Damas iniciaba en la prensa nacional, una campaña con el fin de recaudar donativos, y se indicaba que estos podían enviarse al Párroco de Pueblo Nuevo del Terrible, D. Salvador Roldán, o a Dª Carmen Santos, en la calle de Jesús y María nº 7 de Córdoba.
En ese mismo mes, el Gobierno, por medio del ministro de Gracia y Justicia, el cordobés D. Antonio Barroso y Castillo, hizo otra donación de 10.000 pesetas, después de la intervención del senador y escritor D. Manuel Polo y Peyrolón, y tras y dos encendidos artículos en la prensa de Madrid, del distinguido publicista D. Domingo Cirici Ventalló.
En una amplísima “carta abierta” dirigida al Excmo. Sr. Presidente del Consejo de Ministros, Conde de Romanones, y publicada en la Revista “El Siglo Futuro”, el jueves 17 de Abril de 1913, el periodista cordobés D. Jacinto Werne solicitaba que se ampliara la cantidad.
En el escrito se apelaba a la relación que ya tenía por aquel entonces, el Conde de Romanones con la Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya, y se señalaba que Pueblo Nuevo del Terrible, tenía una población que asistir de más de quince mil almas.
El 9 de Diciembre de 1913, se publica en la prensa nacional, la siguiente nota: “Hacen falta limosnas, católicos ricos, para terminar edificación templo Pueblo Nuevo del Terrible. Actualmente practicase culto habitación alquilada, exigua, obscura, incomoda, húmeda. Se admiten también limosnas, católicos pobres. Informará Párroco”.
El 8 de Julio de 1914, sale a concurso continuación de obras por 4.695 pesetas, exigiéndose una fianza de 234´75 pesetas. Posteriormente en 1915, el 24 de Febrero salen a subasta obras por 9.341´76 pesetas, con una fianza de 467´10.
El templo vio su fin en 1926, con la terminación del campanario, siendo alcalde de la localidad D. Eladio León Castro, y cura párroco D. Miguel Vigara.

De entre las figuras que conforman el paisaje humano de estas fotografías hay dos que acaparan mi atención: la una es la de D. Eladio León, persona de gran carácter, e íntimo amigo de mi abuelo, según le oí comentar a mi primo Pablo; la otra ─ incluida en la colección del fotógrafo peñarriblense D. Miguel García Gutiérrez─ pertenece al asturiano D. Ceferino González y Díaz de Tuñón (1831─ 1894), Obispo de Córdoba entre los años 1875 a 1883; cuyo peculiar comportamiento llegó hasta mí gracias a la lectura de un sabroso “cuentecillo”.
Este fraile dominico fue un destacado intelectual de su tiempo, de cuya vida y milagros se pueden allegar noticias gracias al análisis que de su obra hizo el estudioso sevillano Mario Méndez Bejarano; y más recientemente Gustavo Bueno Sánchez, como parte de una tesis doctoral que está colgada en Internet.
D. Ceferino también aparece citado en la obra de José Laguillo: "Veintisiete años en la dirección de El Liberal de Sevilla (1909- 1936): memorias", publicada en 1979 por la Universidad de Sevilla.

Del aspecto físico de D. Cefeferino también tenemos cumplidas noticias gracias a periódicos como “La Ilustración Española y Americana”, de Madrid, que en su nº. XLIV, perteneciente al día 30 de noviembre de 1884, ofrece en portada el “Retrato del Excmo. y Emmo. Sr. D. Fray Ceferino González. Arzobispo de Sevilla, creado cardenal el 10 del corriente y presentado por el Gobierno de S.M. para la Silla Primada. (De fotografía directa por el presbítero sevillano Sr. Navajas)”.
Años más tarde, con fecha del 30-IV-1890, nº XVI, la misma revista quincenal volverá a traer como noticia de portada la fotografía del obispo dimisionario de Sevilla.

Del talante humano del fraile, tan sólo apuntar que gustaba del estudio más que de todo tipo de cargas, y boatos; y que su forma de actuar causaba “prevención en elementos del clero más profesionalizados”.
Se decía de él que “leía tantos libros y era tan despistado que un día al ir al comedor
leyendo tomó una sardina para marcar la página en la que abandonaba la lectura, cerrando el libro con ella dentro”.
Con tan singulares modos no es difícil que se granjeara el aprecio de intelectuales de la talla del santanderino Menéndez y Pelayo.
Otra de las anécdotas que circuló por Sevilla en su tiempo fue aquella de que, como en la capital hispalense hace tanto calor en los meses de verano, “gustaba Fray Zeferino desplazarse, a la hora de la siesta canicular y por el palacio arzobispal, en ropa interior, pero precedido de unos monaguillos que hacían sonar sus campanillas; unas monjas que no conocían la costumbre, creyendo que se acercaba el Altísimo (…) se arrodillaron humildes ante el Cardenal que cruzaba los pasillos en calzones”.
La última anécdota que conozco, gracias a la simpática pluma de D. Francisco Rodríguez Marín, hace alusión a la capacidad de “persuasión” del dominico, y está referida al problema del concubinato del clero; un tema que sigue rodando aún desde aquellos sínodos que solían incluir entre sus apartados el que lleva por título “De vita et honestate clericorum”.
El “informante” del relato probablemente sería D. Emilio Serrano Sellés (Sevilla, 1861- 1898), médico que ejerció la profesión en el Seminario Pontificio, y en el Hospital de la Caridad de Sevilla; y asiduo de la tertulia sevillana del duque de T´Serclaes.

***

SIN PALO NI PIEDRA.
De las felices ocurrencias de fray Ceferino, cardenal González, arzobispo de Sevilla, se podría escribir un libro tan abultado como la mayor de sus obras filosóficas. No le pidieran que entendiese con cuidadosa atención en cosas de dinero, porque el tratar de ochavos le repugnaba, y así, dejaba hacer a los demás, encargándoles las conciencias en cuanto a la buena administración; pero en lo tocante a la justicia, siempre estaba ojo avizor sobre ella, y aun tal cual vez, particularmente en el ramo de "honestate clericorum", administrábala por sí, a la chita callando, sin forma de procedimiento, con lo cual dos ventajas solían lograrse: que fuesen radicales las curas y que nadie se percatase de ellas, ni aun de los males que las habían hecho necesarias.
Voy a referir ligeramente una de aquellas justicias.
Una tarde de invierno preguntó fray Ceferino a su joven médico y mi buen amigo
Serrano Sellés , malogrado pocos años después que su insigne cliente:

─ Emilito, ¿tienes tú sombrero de ala ancha, de esos que usa la gente del bronce?

Serrano Sellés le respondió afirmativamente, extrañándose para sus adentros de tan rara pregunta, aunque no tanto como de estas palabras que la siguieron:

─Pues ven por aquí esta noche con tu capa y tu sombrero aliancho, a la hora en que dejamos el tresillo, y me acompañarás a una diligencia muy reservada. Te espero, y callar y andar.

Serrano Sellés cumplió el encargo, y, acabado el juego e idos los que jugaban con el Cardenal (que, por señas, era fullerillo), éste dejó solo al médico un breve rato y reapareció, pero ¡cómo. . .! Parecía un terne de San Bernardo o de la Macarena, y, a la verdad, Emilito se vio y se deseó para contener la risa ante espectáculo tan insólito como el de un Cardenal de la Santa Romana Iglesia disfrazado con capa torera y sombrero cordobés.

─ Emilito, ¿qué te parezco? ─preguntó festivamente fray Ceferino. Y añadió agriando el gesto: ─ Pues cosas como ésta suceden en el mundo: como ésta y como la que vamos a ver de aquí a media hora. Callar y andemos.

Y, pasados unos corredores, bajada una escalera de caracol, cruzado un patio con árboles y abierto y vuelto a cerrar por el médico, con la llave que le dio su eminentísimo acompañado, el postigo de un portón, se encontraron en la calle.
Estaba la noche serena y fría. La clarísima luna de enero, celebrada en refranes como aquel que dice:"Luna, la de enero, y amor, el primero ", iba tan baja, que sólo inundaba en su blanca luz el tercio más alto de las torres y los tejados de tal cual edificio, bañando, como de recudida, en suave claridad las estrechas y tortuosas calles por donde nuestros improvisados rondadores caminaban a buen paso y sin hablar palabra. En llegando a cierto sitio, el Cardenal preguntó a su médico si era aquella la plazuela de..., y como fuese afirmativa la respuesta, anduvieron algunos pasos más y paráronse a la entrada de una calleja inmediata, al pie de una tapia y junto a la puerta de un jardinillo.
No habrían pasado tres credos, cuando se escuchó en él un leve rumor, abrióse la puerta y asomó por ella un embozado: a la cuenta, otro macareno fingido; y acercándosele súbitamente fray Ceferino, díjole a media voz, sin darle tiempo para reponerse de la sorpresa:

─Soy el Cardenal, y le espero a comer mañana. No falte usted, que a los dos nos importa.

Y dejándole hecho una estatua, volvió la espalda con su acompañante y se encaminó hacia el palacio.
Serrano Sellés iba haciéndose cruces de admirado y tenía unas muy gentiles ganas de saber quién fuese el embozado tercero de aquella comedia de capa sin espada; pero no se atrevió a preguntarlo a fray Ceferino, el cual no articuló palabra en todo el retorno. Pero al llegar a palacio, luego que el médico abrió el postigo y se despidió del Cardenal, devolviéndole la llave, éste le dijo afectuosamente, mientras le daba a besar la mano:

─Adiós, Emilito. ¡Mira por dónde hemos echado una cana al aire, como dos jaques trianeros! Vente a comer mañana, y... lo dicho: callar y andar.

Fray Ceferino comía a las tres en punto. Sota, caballo y rey, cuando no tenía convidados, y algunas cosillas más cuando los tenía. Mesa de hombre frugal, que come para vivir, y no vive para comer.
Nuestro médico llegó a palacio diez minutos antes de las tres; pisándole los talones, como dicen, el Deán de la Catedral, y momentos después, otros amigos del insigne filósofo y prelado. Sonaron las tres, y, pasados cinco minutos, el Cardenal, que departía afablemente con todos, dijo:

─ Un convidado nos falta: un beneficiadito que fío en Dios que ha de dar gran lustre con sus sermones a la Santa Iglesia de Sevilla.

No había acabado de decir estas palabras, cuando entró en la sala el esperado comensal. Su turbación era bien visible: saludó a tropezones, medio artículó una disculpa por su tardanza y pasaron todos el amplio comedor.
Hablóse de cien cosas diversas, y de una en otra, ya mediada la comida, vino a recaer la conversación sobre el arte de predicar. ¡Aquí la quería fray Ceferino! Porque luego al punto hízose caluroso apologista de fray Ejemplo, el mejor de los predicadores habidos y por haber, y, al enderezar su reposada plática, como por fineza, al que, por no saber su nombre, llamaremos el Beneficiado, no sólo le dijo, disimuladamente y generalizando, cuanto venia a cuento, sino que, además, le fue constriñendo a suscribir expresamente a cuanto manifestaba. Así, para el disfrazado tenorio de la noche anterior cada bocado era un nudo de maroma, y, yéndosele un color y viniéndosele otro, pasó en un brete toda la comida, renegando para su sotana de cuantas mujeres ligeras de casco trajo el demonio al mundo y de la perra hora en la que él entró por uvas, y haciendo, a la par, firmes propósitos de no volver a las andadas, ni con la malcasadita de la calleja, ni con ninguna otra hija de madre, así fuera la diosa Venus en persona.
Se acabó, al fin, aquella perdurable comida, y poco después al Beneficiado, aún no muy dueño de sí, despidióse del Cardenal. Éste le dijo con tono afectuoso:

─Al mal comer llamaban comúnmente nuestro abuelos "hacer penitencia". ¡Buena penitencia ha hecho usted hoy comiendo en mi casa! Que le sirva de provecho para el alma, ya que no para el cuerpo, y no se habrá perdido todo.

¿Que iría pensando el Beneficiadito al bajar por la ancha escalera del palacio?
Probablemente lo mismo que pensaba Serrano Sellés: "¡El padre Ceferino, como Dios, sabe castigar sin palo ni piedra!".
 
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