6 de abril de 2017 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Un marciano en Morón

─ Y hubiera querido obsequiarte al cinema donde vimos las películas que nos dieron la idea de vivir en marte. (Pavel Hrádak)

Un marciano en Morón
Un marciano en Morón
Días tan luminosos como estos días primaverales merecerían ser cantados por un músico, o celebrado en sus versos por poetas de la talla de los Machado, o de la madrileña Ana María Romero Yebra:

─ Pintar es como abrir una ventana
por donde entra la luz con su latido
hecha montaña gris, campo encendido,
mar de turquesas y oro de besana.

Pintar es escuchar una campana
que convoca en metálico sonido
a la magia de todo el colorido
que puede regalarnos la mañana.

Pintar es acoger en nuestra mente
lo bello, lo soñado, lo imposible.
Fundirse con el lienzo en un encuentro.

Dejar en él la luz eternamente
y sentir en la hondura la invisible
luz infinita que nos pone dentro.

Sales a la calle, y hasta los naranjos te saludan con perfumes de azahar.

Con respetuoso y cordial ademán de cabeza, ese señor mayor a quien apenas si conoces, va y te regala un adiós que recuerda el de otros tiempos, cuando la palabra compartida valía su peso en oro.

─ "¡Abril! ¿A quién no has dejado / el recuerdo de un amor
y las hojas de una flor/ en el libro más preciado?"

Y te acercas a la biblioteca, y el chico del mostrador te saluda por tu nombre, y hasta se apresura a decirte cuál es el día de tu santo, el que actualmente compartes con “Señá Santa Ana”:

─ ¿Lo sabía usted, don Joaquín?

─ ¡Pues no, que no lo sabía! ¡Y qué memoria la de usted, joven! ¿Y cómo se llama? ¿Alberto? Pues espero no olvidar su nombre, para así podernos saludar como viejos conocidos.

Y sales a pasear, y la gente te distrae con sus comentarios y "sucedidos".
Y hasta te alegra que alguien tache de ingenuo lo que tan sólo consiste en prestarle oídos al aire; como si el mundo no supiera que la ingenuidad es "condición de hombre libre".

Y como te acercases hasta Utrera, para festejar en uno de esos bares que ponen música en directo, a tu buen amigo se le ocurrió que el aforo ya estaría completo para gente de vuestra edad, y que mejor sería, en este día tan hermoso, ver un pueblo de los alrededores.
De modo y manera que desde las mismas escalinatas del bar, repleta hasta la barandilla de un público joven, os dirigisteis hacia Morón de la Frontera, sin ni siquiera solicitar el beneplácito de las mujeres, ensimismadas en su conversación:

─ Que mira, que si no quieres también nos podemos ir para Écija, que es un pueblo con mucho encanto...

─ Vamos para donde el copiloto diga; y así compartimos las culpas a medias…

Como en aquel pueblo serrano "ponía despacho" mi acompañante en los días de feria, el paseo en coche hasta Morón se convertía, como por arte de birlibirloque, en un gracioso anecdotario:

─ Mira "el gallo de Morón, sin plumas y cacareando en la mejor ocasión”.

En mitad de un cruce de caminos, y en brillante acero inoxidable, se manifestaba ante los ojos del viajero una figura que, por lo disparatado del diseño, bien pudiera simular un alienígena, o tal vez un ave de corral proveniente del planeta Marte.

─Y a partir de aquí da comienzo "La Alameda", que es el paseo donde ponían la feria en mis tiempos.

Por la calle, y en fértil conversación, los dos compadres se emperraban en echarle el lazo a los pocos "antiguos" con los por el camino que se cruzaban, preguntando por una "chica", que vivía en la Plaza de "No sé Bien", y que "compartía" miradas con un tipo como el que se muestra ante ustedes; "a pesar de que yo no valía nada; y de que ella era un auténtico bombón. ¡Que no sé bien qué vería aquella monada en mí..!"

─ Pues supongo que cuando te dejó, querido amigo, tampoco es que viese demasiado en ti, como diría en sus versos Enrique Jardiel Poncela:

“La noche que te fuiste de mi lado
me dejaste hecho un churro de verbena;
llegué a casa, no estabas, y la pena
me hizo comerme un almohadón bordado.
Te busqué por la casa contristado;
te busqué bajo el lecho y en la antena
de la Radio. ¡No estabas! ¡Ay, mi nena,
sufrí la «Noche Triste» de Alvarado!
La carta que dejaste y que decía
“¡que te aguante tu tío el general!”
me sentó como un litro de agua fría.
¿Adónde has ido, di mujer fatal?
¿Es cierto lo que dicen, alma mía?
¿Es cierto que te has ido al Escorial?"

No recuerdo si dije a los lectores que mi camarada es uno de esos "artistas" cansinos, que no descansan hasta ver los monumentales sitios teja por teja, y desconchón por desconchón…; pues bien, en un plis plas nos plantamos en el Paseo del Gallo, para echar un vistazo a la ciudad; y, de paso, a la iglesia de San Miguel Arcángel, “la catedral de la Sierra Sur”, que por fortuna de "paganos" se encontraba "cerrada por reformas".
A mitad de la subida, la calle se ensancha en una plazuela que allí llaman "del Polvorón"; y en ella, sobre desproporcionado pedestal, la figura ecuestre del sevillano Fernando Villalón, poeta, aficionado al esoterismo, y un marciano en su tierra ─ según relato que de su persona hace su primo Manuel Halcón─; y que según refiere la leyenda se propuso hacer una ganadería de toros con los ojos verdes.
Al parecer un día de aquellos en los que mi dicharachero acompañante y uno de sus más preciados adláteres rendían la acostumbrada visita al pueblo, como se les hubiera echado la noche encima, se les apareció como en sueños el caballo y el garrochista que daban vida a la estatua, y que estaban extrañamente parados, en mitad de aquella calle que lleva el nombre de Ramón Auñón.
Uno de los moronenses que por allí pasaba, atónito por el dislate que escuchaban sus oídos, se apresuró a sacar a los confusos parroquianos de su tremendo error:

─ ¿Y que no hayan caído ustedes en que eso de ahí es un "muñeco..?

Con tan peculiar modo de gesticular, y con ese gracejo utrerano que se gastan los hermanos Álvarez Quintero, mi contertulio amenizaba la escena como uno de esos teatrillos ambulantes, que cuando más arte tienen es a partir de la hora bruja en que los relojes marcan “las doce en punto y sereno”.
Y como su natural es generoso, y merece que otros extraterrestres menos marchosos que él le sigan su ritmo, últimamente dice, refiriéndose con sal fina a mi persona:

─ ¡Pero si éste es todavía peor que yo ..!
 
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