2 de febrero de 2017 | Joaquín Rayego Gutiérrez

… Como de aguas que pasaron

─ En el fondo, la religión es una forma rudimentaria del sentimiento de la belleza (F. Pessoa)

… Como de aguas que pasaron
… Como de aguas que pasaron
Llega hasta mis manos un libro, al cuidado del crítico y traductor manchego Ángel Crespo, que recoge todo el material disperso de un volumen que en vida proyectara el portugués Fernando de Pessoa (1888─ 1935).
“El regreso de los dioses”, libro editado en 2006 por la Editorial Acantilado, es una reunión de ensayos en los que Pessoa vierte sus creativas ideas sobre “el fado y el alma portuguesa”, la heteronimia, la relación entre el arte moderno y la vida moderna, el sebastianismo, la estética del paganismo, el sentimiento religioso, el “sensacionismo”, etc…
Como un solo artículo sería insuficiente a todas luces para expresar la más ligera de las opiniones, y menos aún para recoger semejante profusión de ideas, traigo a colación algunas citas que suscitaron mi interés, para que ustedes las valoren.
Así, sobre “Religión y civilización” el poeta y ensayista portugués escribe:

─ El fenómeno social que distingue a las civilizaciones es el fenómeno religioso. Es el único que no puede ser impuesto por una “élite”; es el único que representa directamente a las emociones humanas, que es donde la acción nace; es el único que reúne sólidamente las cualidades del ser, al mismo tiempo que íntimamente individual, enteramente colectivo, abarcando así completamente todo cuanto constituye la forma espiritual de una civilización determinada.

─ (… ¿No será la religión la base indiferenciada del arte y de la moral?) Es tan absurdo querer que el pueblo deje de tener religión, como el que deje de amar los espectáculos teatrales, que son las formas indiferenciadas del arte.

Acerca de la psicología del “sensacionismo”, sirva de muestra este otro texto que vio la luz en 1915:

─ Sentir es crear.
Sentir es pensar sin ideas, y por eso sentir es comprender, visto que el Universo no tiene ideas.
(…) El sentimiento abre las puertas de la prisión en que el pensamiento encierra el alma.
(…) Ver, oír, oler, tocar son los únicos mandamientos de la ley de Dios. Los sentidos son divinos porque son nuestra relación con el Universo, y nuestra relación con el universo es Dios.
(…) Haz de tu alma una metafísica, una ética y una estética. Ponte en lugar de Dios indecorosamente. Es la única actitud realmente religiosa. (Dios está en todas partes excepto en sí mismo.)

Son frases que en alguna que otra ocasión Pessoa pondrá en boca de Caeiro, su maestro y heterónimo:

─ Toda cosa que vemos, debemos verla siempre por vez primera, porque en realidad es la primera vez que la vemos.
Y entonces cada flor amarilla es una nueva flor amarilla, aunque sea lo que se dice la misma flor de ayer. Uno ya no es el mismo, ni la flor la misma. El mismo amarillo no puede ser ya el mismo. Es una pena que uno no pueda tener exactamente ojos para saber esto, porque entonces seríamos felices.

O que nacen al reclamo de la expresión popular, como éstas en las que habla de “El fado y el alma portuguesa”:

─ Toda poesía─ y la canción es una poesía ayudada─ refleja lo que el alma no tiene. Por eso la canción de los pueblos tristes es alegre y la canción de los pueblos alegres es triste.

Y es que, “en el fondo, ─ concluye Pessoa en una frase ─ la religión es una forma rudimentaria del sentimiento de la belleza”.

***

─ “Dominus vobiscum”.

─ “¡Eso, el espíritu tuyo..!”.

En un latín macarrónico mi buen amigo y condiscípulo solía devolver tan dominical saludo al cura de la Iglesia de Santa Bárbara. Y luego, dirigiéndose a mí:

─ ¡Rayego, recoge ya que nos vamos!

Tal vez el sentimiento religioso de un joven de nuestra edad lo expresara mi amigo Montoro mejor que nadie: “Ver, oír, oler, tocar”, y empaparse del perfume matutino de nuestro querido parque.
Porque para los habituales de “mover las tabas”, de “darle al ojo” y dar cuerda al “bistec”; de la cháchara interminable y de los paquetes de pipas; el paseo del Llano era una extraña forma de religión, una “ligadura” entrañable: la corriente de fraternidad que a todo el mundo nos arrastraba sin distinción de sexo, raza, creencia, o condición.

Allí era de ver las buenas maneras de que se valía nuestro jardinero Raimundo para dar unas pinceladas de verde al abrótano macho, unas delicadas notas de carmín a las rosas, y toda la gama del iris a los pececillos de las fuentes.
Captar los instantes secretos de aquella cultivada naturaleza, o adivinar la psicología del hombre en un complicado juego de esquivas miradas, era el más alto galardón al que podría aspirar un artista del pincel, o un observador privilegiado.

─ “Religo infixa animis”.

De los “sentimientos religiosos grabados en el fondo del alma” de que los que hablara el historiador Tito Livio, me imagino que más de uno permanecerá guardado aún en el ya descolorido archivo de nuestra memoria.

Como probablemente lo estará aquél que la mente esbozó en uno de esos bellos atardeceres en que todo nos induce a pensar que el mundo está bien hecho.
Lo que nunca recordé fue el nombre de aquellas chicas: dos bellas y gentiles hermanas que nos invitaron a bailar, en el día de su cumpleaños.
El salón de baile era el humilde comedor de una casa, blanca de luz, de cal, y de una ilusión juvenil que se subía por las paredes.
Como aquéllas que bautizaran con el nombre de “Los Cuarteles”.
En su interior la ninfa Terpsícore tejía y destejía nostálgicas notas sobre un fresco rumor de baldosas, y en el armonioso fru fru de unos pasos de baile.
En el exterior de la casa, donde alguien dispuso una mesa bien surtida de refrescos, esperaban cuatro entusiastas, caballeros aspirantes a que una de aquellas chicas anotase sus nombres sobre imaginario cuaderno de baile.
Poco a poco el “lubrihosco” de que habla el refranero habría puesto su arrebol en la cara de los danzantes.
La tarde se dejaría contemplar en sus múltiples matices, y en el resplandor de su fuego empujaría a aquellos jóvenes a encerrar tan extraordinaria vivencia en su pecho; a soñarla como única.
La conciencia propia de un latido, la elegancia multicolor de un pájaro en vuelo.
Toda una experiencia religiosa para quienes no lo sabríamos definir de otra manera, …
 
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