28 de septiembre de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Un verano de hormigas

Un verano de hormigas
Un verano de hormigas
La hormiga (“Formica”, en su acepción latina) es un insecto corporativo que puebla la superficie del planeta desde hace la friolera de más de catorce millones de años.
Al parecer sus colonias ─ divididas en “castas”, atendiendo a su función─ están formadas por hembras, y el macho tan sólo sirve para aquellos cortos periodos en que insemina a las reinas.
Las doce mil especies que existen, y sus más de diez mil billones de individuos, constituirían en peso la misma masa biológica que la correspondiente a los humanos; y aunque su cerebro es pequeñito, y sus mensajes se reducen a una veintena de señales, el instinto solidario de sus “colonias”, la lealtad de sus guerreras y obreras hacia la reina madre, convierten a estas laboriosas “falanges”, ya en temibles parásitos capaces de esquilmar cultivos, ya en eficaces colaboradores del hombre contra otras especies dañinas, y en beneficio de su interés.



En la jubilosa quietud de mi aljarafe, en el que desde hace décadas vivo ─ solitario a ratos, y acompañado siempre de los funambulistas de Hacienda, y de la insana curiosidad los satélites espías de Vodafone─, descubrí uno de esos placeres que esconde el tórrido verano andaluz: el de sestear cuerpo a tierra, semidesnudo, sin pijama ni orinal pero con la conciencia tranquila, lejos de reñidas preocupaciones, y dejándote llevar por esa forma de unión con la madre tierra que consiste en una clara de regresión al frescor de las cavernas, y a la cantarina paz de los arroyos, como diría “Márquez, el Zapatero” en una conocida cuarteta:

─ Cada vez que considero / que me tengo que morir
tiendo una manta en el suelo/ y me harto de dormir.

Perseguir con la mirada el continuo ir y venir de una columna de hormigas me ha ayudado a entender algunas cosas que nada tienen que ver con la encantadora fábula de “la cigarra y la hormiga”, escrita por Esopo.
Por ejemplo, el terrible dilema de quien se pensó Gulliver ─ un gigante de barbas descomunales, pero de pies de barro─, o bien la torpe caricatura de un dios con capacidades adivinatorias para observar desde tan privilegiada altura el devenir de la bolsa, el pasado, presente y futuro de otras vidas, y la posibilidad de interferir en ellas con un zapatazo cruel.

─ “Toda manifestación de vida es en sí un enemigo de cualquier régimen dogmático”, escribió el poeta cubano Reinaldo Arenas refiriéndose a la fauna que le hizo la vida imposible; a “los comunistas de lujo”, como llamaba él a los esbirros de Fidel Castro; esa especie caricaturesca de las hormigas “guerreras”, uniformadas para la ocasión, y de cuya conducta Reinaldo “había aprendido a comprender cómo la condición humana va desapareciendo en los hombres y el ser humano se va deteriorando para sobrevivir”, hasta hacer de la mentira y de la delación una práctica habitual entre hermanos.

Observar con detenimiento esa otra forma de inteligencia social que encierra una colonia de hormigas es una forma de ahondar en las bases ideológicas en que se asienta una República: pequeñas solidaridades que empeñan su participación en la “cosa” pública, para beneficio del todo.
Esta suerte de gobierno que a los insectos va bien, trasplantada al grupo humano no está exenta de esos “monstruos de la razón” de que hablaba Goya, e implícitos en la misma raíz del lenguaje cuando ya la palabra “República” se presta a la calificación de fascista, comunista, socialista, burguesa, dictatorial, familiar y bananera, entre otros muchos usos.
Para emular a las hormigas, pienso yo, lo primero de todo sería constituir pequeñas organizaciones y dotarlas de una sólida ideología de partido, de sencillos eslóganes, y de armoniosos himnos, como esos que coloreaban la vida diaria de los campamentos de la O.J.E., y de los laboriosos enanitos de “Blancanieves”:

─ “Silbando al trabajar/ cualquier quehacer
es un placer / si se hace sin pensar. ¡Hi! ¡Ho!

O mejor aún, dividir a los individuos en “castas”, atendiendo a su funcionalidad; y luego en columnas, en centurias, en arqueros, en camaradas, en flechas, etc…

─ “Ha sido un descubrimiento de comunistas y de fascistas el de que hay que tratar a la gente como una manada, a los hombres como reclutas (…)”, decía uno de los personajes del guipuzcoano Pío Baroja; y “el que no está conmigo está contra mí”, que recalca la letra menuda de todo buen Evangelio.
¿Y acabaría así la estrambótica comedia de votar cada dos días, para que todo vuelva a continuar como siempre, y sin que la casta política manipule después los resultados de la votación?
Bien mirado la hormiga tiene sus pequeñas ventajas sobre su competidor humano, pues no tiene la obligación de aguantar la estéril palabrería de los charlatanes de feria; ni la oratoria sangrienta de los sacamantecas de trabajadores, de jubilados, y de niños por nacer; ni la farsa interesada de los medios; ni la trama estraperlista de la extensa familia de D. Alejandro Lerroux…; amén de que tampoco tendría la necesidad de poseer carnet alguno, ni siquiera de un “pin”, o bien de salir en la fotografía para participar como comensal de un banquete insufrible:

─ “Los políticos quieren que los neutros seamos solidarios suyos (…) ¿Pero por qué no nos hacen solidarios en los destinos y en los sueldos? No, los que no estamos ni con unos ni con otros tenemos que ser solidarios en la desgracia, pero no en la fortuna. Es decir, que tenemos que estar a las duras, pero no a las mauras. Es muy cómodo para ellos y nada cómodo para los demás. Marchan bien, hay euforia, nadie se preocupa de lo que hace el individuo aislado, pero marchan mal y entonces el individuo aislado tiene que trabajar y hasta sacrificarse por ellos”.

Todos esos pequeños y pretorianos insectos también tienen, a mi entender algunos inconvenientes, como el de no conocer el campo léxico de la palabra libertad; ni el de saber conjugar el verbo amar en cada una de sus formas ─ salvo excepción de aquellas reinas vírgenes, que ésas sí cuentan con la colaboración del otro sexo ─; ni el de cantar con su guitarra una balada de amor bajo la luz de la luna.
“Mariconadas” más bien, que a la hora de la verdad no nos atrevemos a decir nadie.
Siglos vendrán en que el hombre ceda a las cucarachas y a las hormigas su privilegiado puesto de faro y vigía de este cautivador “planeta azul”; pero no importa, pues para entonces ya no nos hará falta un Charlton Heston, llamado a liberar a la humanidad del “rugido de la marabunta”; ni tendremos que oír en la tele tantos chismes; ni nadie se estará obligado a esparcir sobre el mar las cenizas de ningún otro, y menos aún sobre el mullido césped de un campo de fútbol; ni siquiera habrá una voz que interrumpa el largo sueño de esa bendita siesta de un tórrido verano andaluz:

─ “Yo quiero que a mí me entierren, / como a mis antepasados,
en el vientre oscuro y fresco / de una vasija de barro”.
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