30 de abril de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Hacia una filosofía del amor en D. Antonio Machado

Hacia una filosofía del amor en D. Antonio Machado
Hacia una filosofía del amor en D. Antonio Machado
Las “galerías “interiores de D. Antonio Machado Ruiz están enraizadas en “lo popular”, y nutridas por la savia de una fuerza irracional: el amor.
Tras la muerte de Leonor Izquierdo, su joven esposa, el enamorado busca una explicación a ese azaroso “camino” que en ocasiones le depara momentos felices, y otras veces le llena el alma de infelicidad.
Es el amor lo que lleva a nuestro poeta al terreno de la Filosofía, a la necesidad de un Dios, de un ser superior que resucite a la amada.
Y es así como llega en conocimiento del argumento ontológico de San Anselmo, y cómo, de la mano de Santo Tomás de Aquino, desecha la rotundidad de ese Ser Perfecto; “que tiene que existir, porque si no existiera, carecería de la perfección de la existencia”.
Lo no experimentado directamente por nuestra propia observación de las cosas vivas─ y en este punto entra la filosofía de Kant─ puede existir o no, pero no sabemos si existe.
Como los teólogos no le convencen, Machado acudirá a la lectura de Leibniz, quien tampoco será santo de su devoción, sobre todo en lo referente a la estética y a la moral humana.
Leibniz ve el Universo como una enorme muchedumbre de “mónadas”, directamente relacionadas con Dios, pero disociadas de cualquier tipo de relación entre ellas mismas.
Esta idea de “enclaustramiento”, y “desapego” hacia el prójimo tampoco le resultará grata a nuestro pensador.
Y es así cómo huyendo de Leibniz topará con la teoría de la “razón pura” de Kant.
La limitación del conocimiento a lo científico de la Física, y de las Matemáticas, tampoco dejará de ser, en la opinión de Machado, una fría interpretación apropiada para “medir” todo lo mensurable, pero poco apta para tratar otros problemas que a él le preocupan, como subrayará su “alter ego” Juan de Mairena:

─ Lo que Kant demuestra (…) es que él no cree en más intuición que la sensible, ni en otra existencia que la espacio─ temporal.

De la lógica kantiana a la “intuición” de Bergson hay un árido camino del que Mairena extraerá el material que a él le resulte más conveniente.
No dejaba de serle gratificante la constatación de una facultad, “la intuición”, capaz de explicar la esencia de las cosas; no obstante, a nuestro poeta, y maestro, sólo le servirá para ver “visiones” fantasmales.
El remedio lo busca afanosamente en Heidegger, el filósofo que somete el intuicionismo al análisis de la razón. Y es así cómo se topará nuestro hombre con la primera pregunta que le sugiere esta filosofía: “¿Por qué existe el Ser y no la Nada?”.
Pero si para el filósofo alemán era éste un problema trágico, para nuestro andaluz universal la consideración del Ser como una mancha en el Todo, que es la Nada, no dejará de ser sino un complicado trabalenguas.
Porque si Dios quisiera sacar el mundo de la Nada, tendría que haber comenzado por crear la Nada; esa Nada a la que hemos sido arrojados, y que se esfuerza en aniquilarnos.
Como anteriormente anunciábamos, la desconfianza de Machado hacia la filosofía de su época se explicitará brevemente en esta “Acotación a Juan de Mairena”:

─ Juan de Mairena era un hombre (…) formado en el descrédito de las filosofías románticas, los grandes rascacielos de las metafísicas postkantianas, y no había alcanzado, o no tuvo noticias, de este moderno resurgir de la fe platónico─ escolástica en la realidad de los universales, en la intuición de las esencias (…) Mucho menos pudo alcanzar las últimas consecuencias del temporalismo bergsoniano, la fe en el valor ontológico de la existencia humana.

La MUERTE, tan presente en la vigorosa poesía de Jorge Manrique, no significa la Nada para el bueno de Machado. La muerte es la transformación de una forma de vida en otra cuyo ideal, como soñaba Quevedo, sería vencerla con las armas del AMOR.
Y aquí la palabra clave de esa búsqueda que llevó a D. Antonio a buen puerto: el amor, palabra de raíz ibera capaz de amoldarse mejor a la condición de un Quijote, que a la de esos otros superhéroes que pintan la filosofía de los Leibniz, Nietzsche, Heidegger…
Como apunta el profesor Pablo del Barco, “el amor de Machado es amor a la imposibilidad, amor al dolor; amor y muerte, tan extrañados en la literatura popular andaluza, en la que bebió desde su infancia”.
Y aquí el poeta y crítico burgalés apunta a dos circunstancias que orientan “la voz” de nuestro héroe: una de ellas es la pasión que siente por su amada Leonor; la otra la encuentra en uno de esos patios de vecinos, en donde el amor y el desengaño, y un modo de ser senequista, se trasfieren a la copla popular:

─ La copla ─ un documento sincero del alma española─ me encanta por su ingenuidad. En ella se define la hombría por la experiencia de la vida, la cual, a su vez, se revela por una indigencia que implica el riesgo de perderla.

El poeta ya no sólo definirá el folclore como un saber popular innato, sino que incluso su propia filosofía partirá de un apasionado intento de conocer al pueblo y al hombre, y aun de militar a su lado.
Como ya es sabido Machado fue un conocidísimo “regeneracionista”, o “institucionista”, que anhelaba promocionar la filosofía popular, la única capaz, según él, de favorecer una educación vital, cercana al medio, y capaz de cambiar los esquemas de valores en la sociedad; lo que no significa en él un rechazo a la intelectualidad:

─ Nosotros no habríamos de negar nuestro respeto ni nuestra veneración a este grupo de sabios, pero de ningún modo le concederíamos mayor importancia que al hombre ingenuo, capaz de plantearse espontáneamente los problemas más esenciales.

Yes que a D. Antonio le disgusta toda concepción minoritaria pues, como él mismo dice, ha llegado a una plena conciencia de la dignidad del hombre; y cree que todo privilegio de clase no podrá sostenerse en el futuro.
Piensa que el individualismo murió con el siglo XIX, y contra la idea liberal de que el individuo lo es todo manifiesta, con finísima ironía, que la sociedad no era un mero agregado de individuos, sino una conciencia colectiva.
Y en este punto advierte sobre la carga negativa que la palabra “masa” tiene; que tal término se explica en razón de un falso progresismo liberal; del miedo que el liberal siente hacia el pueblo, y que le lleva a inventar esa clase de léxico.
El sevillano lo que pretende no es hacer que brote una élite popular para dar más corporeidad a la burguesía; sólo piensa en apoyar el progreso de “los hijos de una tierra pobre e ignorante, de una tierra donde todo está por hacer”. Como él mismo dice en sus “Apuntes inéditos”:

─ No puede atenderse a la formación de una casta de sabios, con olvido de la cultura popular, sin que la alta cultura degenere y palidezca.

Y es en esa intención de “hablar a otros hombres en lenguaje esencialmente humano” en el que Machado basa su filosofía ─ “nuestro punto de arranque, si alguna vez nos decidimos a filosofar, está en el folclore metafísico de nuestra tierra”─; en esa filosofía popular del sentido común, cuyo paradigma es ese maestro de pueblo que, de manera dialogada va desgranando una filosofía elemental, formulada al compás de los referentes y circunstancias que plantea la clase, y deshilachada por lo que de vital y de cotidiana tiene.
Para Juan de Mairena, pues, el primer ejercicio de clase consistirá en demostrar la esencial inexactitud del mundo que nos rodea:

─ Nadie entre en esta escuela que crea saber nada de nada, ni siquiera de Geometría que nosotros estudiaremos, acaso, como ciencia esencialmente inexacta”.

El mencionado maestro no aconsejaría a sus alumnos la duda a la manera de los filósofos, ni siquiera de los escépticos, sino la duda poética, la duda humana de hombre solitario. Entre caminos que, como él mismo dice, no conducen a ninguna parte:

─ El escepticismo de los poetas suele ser el más hondo y el más difícil de refutar, por ser más vital que lógico. Sin embargo, su entusiasmo por los superlativos nos hace pensar de ellos lo contrario.
(…) El escepticismo es una posición vital, no lógica, que ni afirma ni niega, se limita a pensar, y no se asusta de las contradicciones.

Según el alter ego de Machado, “pensar es deambular de calle en calleja, de calleja en callejón, hasta dar en un callejón sin salida. Llegados a este callejón pensamos que la gracia estaría en salir de él. Y es entonces cuando se busca la puerta al campo.”
Se trataría pues de volver a las fuentes antiguas que definían la filosofía como búsqueda de la Sabiduría. Reflexión sobre las cosas que nos rodean, reflexión como uno mismo, con un afán totalizador y nihilista a la vez, cuyo único propósito es colocar a cada hombre ante sus responsabilidades, revelándole la complejidad de su propio ser:

─ El árbol de la cultura, más o menos frondoso, en cuyas ramas más altas acaso un día os encaraméis, no tiene más savia que nuestra propia sangre, y sus raíces no habéis de hallarlas sino por azar.


Acerca de esa falsa “apariencia” de sabiduría que florece en nuestras mentes, se me vino a la cabeza un dato de experiencia que me proporcionó mi amigo Antonio.
Tras pedirme que saliera de la sala de profesores, me presentó a un joven alumno que tenía la extraordinaria capacidad para resolver toda clase de operaciones aritméticas en un santiamén: cálculos de multiplicaciones, divisiones, raíces cúbicas, etc… en las que tardaba menos tiempo en resolver que una máquina de cálculo.
Tras esa primera impresión de quien compartió su tiempo libre con un proyecto de sabio, mi amigo me dijo al oído, para que ni las paredes le oyeran:

─ ¿Has podido comprobar la facilidad con que la que te resuelve un cálculo? ¡Pues es tan sólo un espejismo! No lo saques de ahí, porque el chaval es negado a todo lo que sea razonar.

Herederos de un nombre, de unos apellidos, y de esa manera de ser que nos dictan nuestros genes, la epigenética, los distintos modos y modas sociales, y una pertinaz educación se encargaron de encauzarnos, y de ir moldeando la vieja fuerza primigenia que, de tanto en tanto nos sale a flor de piel, recordándonos que tan solo somos unas capas de barniz, superpuestas unas encima de otras; y que la verdad, “mi verdad”, es un caos imposible, o una especie de entelequia que se encargaron todos de transmitirme.
Y llego a la conclusión de que apenas si me interesan esas ideas aparentemente sólidas como enormes rascacielos, o con la conocimientos de un dios, si me invade el desaliento, el desafecto de los demás, o el infortunio de saber muy cercana la muerte de alguien a quien quiero, o aprecio; que preferiría, a estas alturas, ser uno más de la nueva generación “ni ni”, para quienes el amor al prójimo, y el buen sentido común de quien se preocupa en vivir sin afectados “apliques”, son la única forma de filosofía posible.
 
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