22 de abril de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Un hinojoseño en Sevilla: Juanito Blanquer
─ EN UN VERDE PRADO DE ROSAS E FLORES, GUARDANDO GANADO CON OTROS PASTORES, LA VI TAN GRACIOSA, QUE APENAS CREYERA QUE FUESE VAQUERA DE LA FINOJOSA.
Un hinojoseño en Sevilla: Juanito Blanquer
Con deslucido semblante, y con sus farolillos de colores por los suelos, el mundo de ficción que es la feria de Sevilla deja paso una vez más a la maga cotidianeidad del barrio de Los Remedios. Con cansancio de fiesta en la cara, los turroneros de Lucena hacen caja resignados al mal fario de la lluvia, y tanteando la posibilidad de vender un “dos por uno” antes de levantar el campamento.
A pocos pasos del Real, en una insistente continuación de la Calle del Infierno, resuena chillón un teléfono, para solicitar una cita en la consulta privada del Dr. D. Juan José Blanquer Ropero.
Sin pensarlo ni un instante me presento allí, a modo y manera de un representante de medicamentos, para proporcionarle a tan prestigioso Rehabilitador un ungüento capaz de poner remedio a toda clase de enfermedades: unas instantáneas de Hinojosa del Duque, su pueblo, encerradas en el amuleto de una breve espiral de nácar, atestada de recuerdos, como el que sus hijas gustan de regalarle, y con una enigmática voz resonando en sus oídos: la música dulce y galana de una serranilla,
─ En un verde prado/ de rosas e flores, / guardando ganado/ con otros pastores,
La vi tan graciosa, / que apenas creyera/ que fuese vaquera/ de la Finojosa.
Porque para que usted lo sepa el pasado 29 de febrero a Juanito, que cumplió dieciocho años, y que acababa de adquirir carta de independencia en el Libro de Familia, sus tres flores ─ María, Rocío e Isabel─ le regalaron un guiño del mar de Cádiz, un álbum de fotos de sus más agradables vivencias, y una tarta de galletas y chocolate con el escudo del Betis, que es seguro que les quedaría de rechupete, por su magnífico aspecto:
─ Ya sabes, a todos los que venimos de fuera nos simpatiza más el Betis que el Sevilla.
Cómo no lo había de entender, si a sus setenta y dos abriles, al amigo Juan José Cayo Ignacio Javier ─ “Juanito” para los íntimos─ le delata una mirada vivaracha y locuaz que no precisa de palabras, y que bien podría pertenecer a la de un tratante de ganado, a la de un brujo, o a la del niño inteligente y travieso que aún recuerda, como si fuera ayer, su amigo Pablo Caballero, compañero de felicísimas primaveras, y de juegos vividos en la finca “Carnerín”:
─Su abuelo Pedro Víctor, y mi padre, Pablo, el pastor, se metían en el establo a contar el ganado y echarle de comer. Nosotros entrábamos y revolvíamos el ganado. Eso provocaba el enfado de los mayores, y el abuelo salía detrás de nosotros, garrota en mano.
Para “Pablito Margares”, que así era el nombre de batalla de este hinojoseño que en la actualidad reside en Leganés, las vivencias de niñez no pueden ocultar un pasado en el que por faltar, faltaba hasta la máquina de fotos capaz de atrapar los instantes vividos, y los alegres recuerdos, “que bastante había con comer”:
─ Al padre de Juanito, Jesús, le gustaban mucho la pesca y la caza. Parece que aún lo estoy viendo con su moto Guzzi cuando venía por el camino de la estación, y giraba para llegar a casa. Solía poner muchas piedras amontonadas para hacer los puestos de caza del perdigón o de la perdiz y, aprovechando un descuido, Juanito, sus hermanos y yo, tirábamos todas las piedras y salíamos corriendo.
Y Pablito refiere todo un mundo de destrezas infantiles en que no podía faltar el disfrute de ver cómo sus mayores ordeñaban las ovejas, o de cómo se hacían los quesos, o cómo el perro Tom buceaba retozón en el interior de la charca para rescatar una piedra:
─ Una cosa que quería resaltar es que mi padre siempre me decía que si todo el mundo tuviera la forma de pensar de Juanito, otro gallo cantaría. Siempre a favor del obrero, y del necesitado. Este hecho era vivido por mi padre, un comunista de pro, como algo admirable.
Después de tan breve frase, el humo del cigarrillo, o la mirada acuosa del niño, parecen dejarnos entrever un “hasta aquí hemos llegado”, que el Dr. Blanquer aprovecha para levantarse de su asiento, y para invitarnos a ver una entrañable foto de amigos que guarda bajo el cristal de su mesa de despacho:
─ Hace unos años nos volvimos a encontrar los compañeros del Instituto. El sacerdote que ofició la misa fue D. Juan Moreno, cura del colegio de La Asunción, y profesor de Sociología de 5º de Bachiller, a quien yo le tengo mucho aprecio.
Unos años después, cuando ya estaba en Sevilla, me llamó mi amigo Luis González para decirme que D. Juan nos había invitado a comer. A los postres aproveché para hacerle a D. Juan una apreciación muy íntima: “A mí me inculcas unas ideas socialistas; y ahora resulta que vais, y montáis un banco, y os forráis…”; y don Juan esbozó una sonrisa, y no supo qué decir.
Como verás, por las conversaciones en las que me estás oyendo hablar con mis pacientes, yo estudié para estar a la altura de ellos. Y me da vergüenza decirlo, pero en más de una ocasión, y de dos, disculpé la obligación de pagar, e insistí en que continuaran asistiendo a mi consulta hasta finalizar el tratamiento.
Sin darme un segundo de pausa para que pueda anotar las palabras en mi cuaderno, Juanito echa hacia un lado la foto para continuar su recorrido emocional por toda una galería de recuerdos:
─ Aquí el retrato de mi madre, que murió con cien años a consecuencia de una gripe. La llamaban “Cayita”, que ya entenderás que es el diminutivo de Caya, un nombre romano.
Y aquí mi padre, Jesús, un valenciano de Xátiva que acabó la carrera de piano antes de llegar con los pies desde la banqueta al suelo. Fue uno de esos excelentes músicos que dio aquella región de la música.
¿Qué cómo llegó hasta Hinojosa? Pues es una historia larga de contar: la decisión que él había tomado era la de entrar en el Seminario, para acabar de curita. En esa etapa fue compañero de curso del cardenal Tarancón, y ejerció de organista en la catedral de Valencia.
Y aunque la ideología de mi padre era más de derechas que republicana, los acontecimientos de la guerra civil, y el padrinazgo de un íntimo de mi abuelo, el capitán Uribarri, le trajeron como músico hasta Hinojosa del Duque.
Probablemente hayas oído hablar de la “Columna Fantasma” que, al mando del capitán Uribarri, destacó en los frentes de Toledo, de Valencia, y de Baleares; y que puso cerco al Santuario de la Virgen de Guadalupe. Pues bien, acompañando a este militar republicano llegó mi padre hasta el pueblo. Y una vez allí conoció a mi madre.
Y cuando la contienda civil terminó, mi padre consiguió plaza en el Ayuntamiento de Xátiva. Ésa es la razón de que sus tres primeros hijos hayamos nacido allí, en la calle Moncada, y de que mi madre tuviera tan buena mano con los guisos, y en la preparación del arroz.
Con la emoción reflejada en sus pupilas, y en la chispa nerviosa de un gesto, Juanito me va señalando fotos de una a otra habitación. Yo aprovecho para seguir con los comentarios que del amigo hizo Pablito:
─En el pueblo, el maestro Blanquer, iba al frente de la banda de música, que salía después de la misa de once. Se ponían en un templete, en la plaza. Era precioso. La banda la formaban zapateros y cerrajeros. Nosotros los llamábamos los “artistas”.
También le hablo de Conchi Gómez Gordillo, y de su hermana Mª Ángeles ─ en quien su padre despertó la pasión por la música─; de aquella primera promoción de jóvenes que tuvo la oportunidad de aprender solfeo con un profesor muy exigente, que tenía en su casa un par de pianos, y que a cada instante decía “cuyons”.
─ A nosotros, realmente, no nos daba de comer la música, ni tampoco las fincas de mi abuelo, que eso fue muy posterior. A nosotros nos dio de comer una Papelería, Perfumería y Objetos de Regalo que pusieron mis padres en el pueblo.
La música fue una extraordinaria afición de familia, en la que sobresalió mi prima, Premio Nacional de Piano, y Catedrática de Piano en el Conservatorio de Valencia.
A mi padre le llevó a tocar el órgano de la iglesia de mi pueblo; a enseñar música a los frailes; a componer un himno al patrono de Sant Feliú de Guixols ─ este último, como podrás ver en Internet, con letra de Dolors Conejero Hinojosa, y música de Jesús Blanquer i Ramón─, y a la Virgen de la Antigua, patrona de Hinojosa; y a dirigir una prestigiosa banda de música, cuya dirección heredó de un primer maestro.
Para mí la música es un regalo de Dios; es algo fundamental en mi vida. Conozco todo el repertorio clásico, que mi padre dominaba a la perfección, y que de pequeño le oí tocar al piano: me encanta la música de mi tiempo, empezando por el rock, y siguiendo por la canción sudamericana, los pasacalles ─ tan alegres, y tan frecuentes de oír en los pueblos valencianos─, la salsa, y el flamenco, con el que en ocasiones me atreví, siendo joven.
¿Qué por qué no hice Música? Pues porque me pareció muy aburrido el solfeo. O tal vez porque yo tenía una personalidad muy distinta a la de mi padre. Él era muy exigente en todo, y sus alumnos eran de Sobresaliente en los exámenes del Conservatorio de Córdoba.
Y Juan me viene a mostrar fotos, y fotos, y más fotos de familia, con su morenaza, con su castaña y con su rubita en el centro de su vida; y con la “catedral de la Sierra” en un primerísimo plano; y con un Juanito juvenil, en una etapa de barba apostólica o revolucionaria, disfrutando en bañador de las playas de Tarifa; y con un consorcio de batas blancas de trabajo, reunidas alrededor de una mesa, en la que destacan unas primerísimas figuras de la Medicina:
─ Mi primer año de estancia en Sevilla discurrió en una pensión de la calle Gravina. Aquella era la casa de la Troya. Un auténtico cachondeo que me llevó a suspender mi primer año de Medicina, que era un curso Selectivo.
Dª Gracia Meléndez de la Fuente, propietaria de la pensión, era una señora que descendía del “Magisterio Español”, como nosotros decíamos, pues su padre fue maestro; a sus más de ochenta años, carecía de las fuerzas necesaria para gobernar las estrafalarias bromas de aquella tribu de estudiantes; amén de su mal sentido de la proporción que unas veces la llevaba a poner unos enormes platos de comida, y en otras a escasear en la alimentación.
Lo que más asustaba a Dª Gracia eran aquellos comentarios de quirófano que mis compañeros acostumbraban a exagerar; y lo que más le gustaba era oírnos hablar de algún conocido, al que mis compañeros elevaban al grado de capitán de barco, haciéndole navegar por los mares de Cádiz, de Málaga, y de Madrid…
La buena aceptación que tuve en aquel ambiente tan festivo me llevó a solicitar de mi padre una segunda oportunidad; pero esta vez en Santiago de Compostela, donde pensé que la lluvia sería mi mejor aliada en aquel duro enfrentamiento con los libros.
Una vez que estuve allí asentado conseguí emplearme en la centralita del Hospital General, donde hacía guardias nocturnas junto a un vigilante.
Me sirvió para conocer a los médicos, a los que ─ en sustitución del vigilante ─ subía y bajaba en el ascensor. Me llamaban “El Cordobés”, como al célebre torero.
En ocasiones, si no había nada que hacer, me iba al staff de Ginecología para charlar con los médicos de Guardia; lo que me permitió ver operaciones, asistir a partos, e incluso echar una mano como segundo, o como tercer ayudante.
Ese año, en que sólo dependí de mí mismo sirvió para que, en los siguientes cursos mi padre me exonerara de la obligación de trabajar, y para reducir un curso académico, al hacer en dos los tres últimos años.
Allí me casé con una gallega, con la que tuve a mis dos primeras hijas: María y Rocío.
Y me eché por amigo al hombre más generoso del mundo: el psiquiatra Pepe Caamaño en cuya casa siempre me atendieron bien; y que para escuchar a García Lorca en toda su salsa, me hacía recitar en voz alta sus poemas. Que aún recuerdo aquél de “Antonio Torres Heredia, / Hijo y nieto de Camborios…”
(Y vamos Juanito y yo, y recitamos a dúo el poema, lo que nos sirve para sacarle unas notas musicales a la conversación).
─ Y cuando me llegó la hora de hacer el servicio militar, la suerte me vino a ver, y me dieron destino de sanitario en el Hospital Militar de Sevilla.
Mucho le tengo que agradecer a D. Darío Martínez Marigorta, especialista de Pulmón y de Corazón, amén de mi Teniente Coronel, de quien yo directamente dependía.
Me gustó tanto el trabajo, y lo hacía de manera distraída, y tan sin esfuerzo, que no dudaba en acudir hasta allí los sábados, y los domingos, para ver a mis enfermos.
Fue en aquel tiempo en que acabé la mili, en el que decidí continuar mi año de internado, y los tres años de Residente, en el Hospital “Virgen del Rocío”, de la capital hispalense.
Allí empezaba a funcionar una unidad nueva, la de Rehabilitación, que tenía como Jefe de Departamento al Dr. D. Roberto Pastrana, formado en Copenhague, e ilusionado en poner a funcionar la que con el tiempo sería considerada la Escuela más puntera, y más prestigiosa de España.
Del Dr. Pastrana te diré que Sevilla, y que Andalucía entera, están en deuda con él.
Nosotros, sus alumnos, le rendimos un precioso homenaje: bajamos en barco por el Guadalquivir hasta la barra de Sanlúcar, y allí, en Bajo Guía, compartimos con él un arroz.
(Y llegado a este punto Juanito distiende los labios, en un rictus de añoranza y de satisfacción, y me muestra las “fotos de familia” en las que aparece junto a sus compañeros; su mirada refleja aquellas floridas primaveras en las que Pepe Pérez Castilla los reunía a todos ellos, con motivo de algún curso, para rendir un homenaje presencial a tan querido profesor).
─ Cuando abrieron el “Ramón y Cajal”, de Madrid, el Dr. Pastrana se llevó junto a él a sus mejores colaboradores. Su generosa oferta la rechacé porque, para entonces ya supe que quería ser especialista en el tratamiento de niños.
Cuando salieron las plazas de Rehabilitación, tuve la opción de apostar por los hospitales de Zaragoza, de Santiago, de Barcelona…, pero preferí Sevilla.
Más tarde pasé al Hospital de la Macarena, a donde llegué junto a mis amigos Platero, y Pepe Pérez Castilla. Al año siguiente, y tras la jubilación del Dr. Lencina, fui nombrado Jefe de Sección, cargo en el que estuve durante nueve largos años. Allí monté la primera Unidad de Rehabilitación Infantil.
Todo el mundo está de acuerdo en que el primer factor que produce la artrosis es un primer trastorno biomecánico. Es una patología indolora mientras seas niño, o seas joven, pero que después se paga muy caro.
Mi Tesis de Licenciatura la consagré al estudio del “Tratamiento Conservador del Pie zambo Congénito”.
Para ello me desplacé hasta Copenhague, donde tuve la suerte de estudiar el tratamiento que hacían los daneses de las deformidades congénitas de los pies de los niños, y de contactar in situ con la Dra. Inge Reimann, toda una autoridad científica en el tema del pie zambo.
Me alucinó ver el tratamiento que ellos hacían del pie equino varo, cavo y aductus.
Y aquí el Dr. Blanquer toma aire, apaga en el cenicero su décimo cigarrillo, y haciendo gala de una vocación irrefrenable, se da a la explicación sin ningún tipo de medidas; a enseñarme fotos y más fotos, que muestran cómo manipular el pie, y cómo superar la técnica de Kite, de yesos y más yesos, atenta sólo a la anatomía, pero no a la funcionalidad del pie; y que acababa por producir escaras en la piel, amén de parexias y de atrofias musculares:
─ Es la misma técnica que usó el galeno Hipócrates, al corregir las deformidades del pie mediante sucesivas maniobras, y con unas plantillas de plomo, material maleable que puede adaptarse a las distintas patologías del aparato locomotor del niño.
Fíjate bien que es una técnica tan buena que ha perdurado hasta hoy, si bien enriquecida con unas mejores bases anatómicas y fisiopatológicas, y una mayor tecnología en los materiales.
Explicado “a grosso modo”, todo consiste en una reducción anatómica con vendajes o férulas y en estimular el pie, haciéndole cosquillas, hasta conseguir suavizar la tensión de los músculos agonistas, y fortalecer el tono flácido de los músculos contrarios.
Y analizándome con esa pícara alegría de quien supone en el otro un cansancio:
─ Pero vamos a dejarlo ya, que me da la intuición de que he abusado de tu atención, y de que te he atiborrado de palabras.
Me enseña su casa, con la extraordinaria cortesía que siempre vi en él, y me deja embeberme de los ingeniosos dibujos de niños, que dedican sentidos elogios a él y a sus hijas, a quienes ha tenido trabajando en su consulta como Auxiliares de Clínica.
Me llama mucho la atención la sala de gimnasio, dedicada a la recuperación de las distintas deformidades infantiles.
Una difícil tarea que he podido comprobar por experiencia propia, y que es muy reconocida por sus compañeros Pediatras, y por Rehabilitadores del prestigio del Dr. Forastero, a quien hace unos meses me presenté con la carta de recomendación de mi amistad con Juanito.
Querido paisano, gracias mil por la confianza con que me has abierto tu casa, para dejarme entrar en tu pequeño paraíso. Que aunque no lo creas, hoy he aprendido mucho de ti.
Y gracias también a mi amiga, la profesora Isabel Caballero Sánchez ─ “Sabelita” para los amigos─, sin cuya generosa aportación esta entrevista acabaría siendo una mera información, desvitalizada y desvaída, de uno de esos hinojoseños que se hizo siempre acreedor del cariño de sus amigos; y que en el momento de despedirme no deja de repetir que mi apreciación sobre el número de cigarrillos que fuma le pareció exagerada, pero que no vaya a dejar de poner lo que pienso:
─ Ya ves, yo por las tardes no fumo, pues estoy en mi trabajo; y, aunque quisiera, no lo podría hacer. Y por la mañana me dedico a poner en orden mis papeles y las mil cosas de la consulta. Pero, claro, me tocas esto y me dan ganas de fumar…
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