20 de abril de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez

La Cruz de Abajo

─ “CIELO ANDALUZ, EL DE LAS CRUCES DE MAYO. EL QUE LLENÓ DE ALEGRES RISAS MI PATIO”

La Cruz de Abajo
La Cruz de Abajo
Febrero de 1982: un mes traumático para aquel alegre pueblo que en tiempos mereciera el calificativo de “Sevilla, la chica”.
Amenazados por un expediente de regulación de empleo los mineros de Aznalcóllar se echaron a la calle para defender sus puestos de trabajo, con serio peligro de sus vidas, pues algunos de ellos resultaron heridos a causa de las refriegas con las fuerzas del orden público.
Encerrados luego en huelga de hambre, en los comedores de Andaluza de Piritas, y en la mismísima catedral hispalense, los trabajadores se esmeraron en llamar la atención sobre aquella forma de injusticia que ponía en peligro el pan de cuatrocientas familias.
Pese al apoyo de los suyos, la situación empeoraría hasta el punto de que las bolsas de caridad, y los carros de alimentos generosamente aportados por algún supermercado, fueron la esperanzadora salida a aquellos penosos días de encierro en el interior de la Iglesia parroquial.
Alertado por la vicedirectora del Instituto de Sanlúcar la Mayor, a donde habían dejado de acudir los alumnos del referido pueblo, me dispuse a la tarea de realizar un montaje poético─ musical que, con la ayuda de todos, y con la colaboración del grupo de folk “Tendencia”, consiguiese recabar en tiempo límite un dinero con el que paliar, al menos moralmente, tan difícil situación.
Como el recital resultara un éxito, la siguiente tarea fue la de tomar el camino hacia Aznalcóllar en cuatro vehículos ─ el de la Sra. Vicedirectora, el de D. Luis Garzón, el de D. Carlos Álvarez─ Nóvoa, y el de un servidor─ para plantarnos allí con un grupo de chicos que consiguieran con sus voces dar el empuje necesario al encierro, y animar a aquella buena gente a no desesperar.
Tras cantar todos los presentes ese himno del minero que alude a “Santa Bárbara bendita”, las emociones se desbocaron en un final sin camelos.
Ninguna declaración de ayuda, ninguna doctrina habría llegado más al corazón de aquellos trabajadores que el apoyo de sus hijos, y la falta de intereses espurios que movió tan magnífico gesto.
El año de gracia de 1982 las dos cruces de Aznalcóllar ─ la Cruz de Arriba, y la Cruz de Abajo─ supongo yo que se encontrarían en un mismo cruce vital; y que en aquel mes de mayo florido, tan extraordinariamente difícil para los partidarios de Santa Elena, y de los de la Virgen del Rosario, escasearían las flores con las que adornar las cruces; que no sobraría el condumio para poder aliñar una caldereta que todo el mundo degustase en la dehesa del Palmar.
Pero desde aquel difícil año, estoy seguro que habrá una muesca más en el rugoso leño de aquellas cruces de mayo, una fiesta que alguien documentó en 1680, en la plaza del Alamillo:

─ Viva Aznalcóllar y sus minas/ Viva su campo de olivos
La emperatriz Santa Elena/ y la Cruz del Alamillo.
Y diremos todos ¡Viva!/ que este año si Dios quiere
Se termina la capilla.

─ Las hermanitas de Abajo/ son limpias y remolonas
Se meten en la capilla/ como gallinas saltonas.
Y diremos con fervor: Que viva la Cruz de Arriba
Que todo lo remedió.

─ Mozas, que vais por romero/ con el vestido celeste
Traed lo florido y hermoso/ a la calle de la Fuente.
Vale más la calle de la Fuente/ vestida de jaramagos
Que la calle de Sevilla/ vestida con alumbrado
Diremos con fervor…
─ Campanas de Aznalcóllar/ tocan a gloria
A la Virgen más guapa/ que dio la historia.
Mientras yo viva/ mi símbolo será
La Virgen del Rosario/ la Cruz de Arriba

─ Juanito Manale/ ha hecho un pozo en su corral
Enlucido con cemento/ a costa de la Hermandad.
Y diremos con fervor/ Que viva la Cruz de Abajo
Que todo lo remedió.

Desde la época de la invasión de España por los árabes al español no le faltó nunca una cruz que socorrer, ni una afrenta que vengar, ni una idea que amparar, ni un calvario que vivir:

─Lo llevan puesto en mi sábana / mis adelfas y mi palma.
Día veintisiete de agosto/ con un cuchillito de oro.
La cruz ¡Y vamos andando!/ Era moreno y amargo.
Vecinas, dadme una jarra/ de azófar con limonada.
La cruz. No llorad ninguna/ El Amargo está en la luna.

Rodrigo Díaz de Vivar, “el que en buen hora ciño espada”, basó la defensa de su honor en la cruz de una espada, o de un puñal; y la pretendida revuelta del judío converso Diego Susón en la Alhamia de Sevilla sería abortada por un corregidor de los de antes, de capa y espada.
La cruz, como final de un camino, según lo entendió el granadino Federico García Lorca:

─ La cruz.
(Punto final
Del camino)
Se mira en la acequia.
(Puntos suspensivos.)

Antes de que se convocase el 2º Concilio de Nicea eran el cordero y el pelícano quienes, en los sótanos de las catacumbas, simbolizaron a Cristo muerto.
Después fueron las cruces el símbolo destinado a señalar el cuerpo del delito, en una extraña manera de exorcizar lugares de mala vida; el triunfo sobre la muerte; el ideal cristiano de quien sabe ser merecedor del martirio; el lugar de las citas secretas, no sólo para los amantes, sino también para quienes se juramentan en duelo; la señalización que marca la residencia última del creyente,…
Cruces, cruces, y más cruces, como hitos de la muerte, y de una posterior resurrección en la otra vida.
¿Convertidos en qué? ¿En rana, en flor, en piedra, o en uno mismo?
En la leyenda de La Cruz del Diablo, la hueca armadura del señor del Segre resultaba tan pertinaz en su afán de dar muerte a todo bicho viviente, que la volvieron a fundir de nuevo, entre sus gritos de terror, para reconvertirla en una cruz que luciría después en las cuevas de Bellver.
El primer domingo de Mayo, en muchos pueblos andaluces las cruces se visten en tonos alegres: es la Fiesta de la Flor, en la que un grupo de caballistas acompaña a la Hermandad de la Virgen hasta una dehesa donde, a la sombra de los árboles los ciudadanos pasan un día de agradabilísima convivencia.
Una de las mejores obras literarias de nuestro Siglo de Oro, el “Guzmán de Alfarache”, nos trae noticias de las Mayas, unas fiestas de primavera que duran todo el mes de mayo.
En sus “Días geniales o lúdricos”, el utrerano Rodrigo Caro también dedicó uno de sus diálogos a hablar de la ya citada celebración:

─ Júntanse las muchachas de un barrio o calle, y de entre sí eligen la más hermosa y agraciada para que sea la Maya; aderézanla con ricos vestidos y tocados, corónanla de flores o con piezas de oro y plata como reina; pónenle un vaso de agua de olor en la mano, súbenla en un tálamo o trono donde se sienta con mucha gravedad y majestad, fingiendo la chicuela mucha mesura. Las demás la acompañan, sirven y obedecen como a reina, entretiénenla con cantares y bailes y suélenla llevar al corro. A los que pasan por donde la maya está piden: para la rica la Maya; a los que les dan rocían con agua de olor, y a los que no, les dicen, barba de perro, que no tiene dinero, y otros oprobios a este tono.

Y hasta aquí las calendas que los romanos dedicaron en honor de la ninfa Maia, y de la diosa Cibeles, con todo su exorno floral, y como testimonio de admiración hacia las vírgenes, reconvertido por obra y gracia del pueblo cristiano en una ofrenda floral a la Virgen María, en señal de respeto y veneración a la Mater Amabilis, Mater Admirabilis, Mater Creatoris, y Virgo Prudentísima.
Y ya tenemos la Cruz convertida en leño florecido, en altar para un Dios, en árbol de espiritualidad, en amuleto que guarda en su seno una explosiva, y volcánica Naturaleza.
Contradicciones de aquellos apuestos y sensuales dioses, creados por el hombre a su imagen y semejanza.
En Lebrija “María Primavera”, periodista de la Cope, me enseñó que vivir estas fiestas era una forma como otra cualquiera de compartir tus alegrías y tus penas con los demás: con los vecinos de tu patio, de tu barrio, de tu pueblo… Con tu gente. Y si puede ser también, aunque sea mediante señas, con el peregrino en su patria, con el forastero, y con quien no es igual que tú, como Cristo compartió con los ladrones.
Para que la cruz no se nos haga tan pesada, para que la vida sea un tránsito amable y para que su carga nos sea leve. Amén.
 
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