18 de abril de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez
A dormir va la rosa
─ “A DORMIR VA MI NIÑO, PORQUE YA ES TARDE. A DORMIR VA LA ROSA, DE LOS ROSALES”
A dormir la rosa
Las canciones de cuna aquí anotadas fueron recogidas en el sevillano pueblo de Pilas, en el año 1986; se las cantó la señora Catalina a mis alumnos, desde la dulce mecida de su palabra, y el encanto infantil de sus ochenta y dos años:
─ Este niño es una rosa, / Este niño es un clavel
Este niño es un espejo. / Su madre se mira en él.
─ A dormir va la rosa/ De los rosales. / A dormir va mi niño, / Porque ya es tarde.
─ Ea, la ea, la ea/ Pañolito de lana/ Colcha de “sea”./ Mi niño tiene sueño:/ Bendito sea.
─ La cuna de mi niña/ Se mece sola, / Como en el campo verde/ Las amapolas.
Por aquel entonces era yo un padre novato a quien se le caía la baba cuando su hijita le regalaba con el afortunado neologismo de “papaíto, náname”; pero ya adivinaba que tras aquellas palabras ─ nana, añada, arrolo, arrullo, o arrorró─ se escondía un tesorillo de sabiduría, y de emociones, patrimonio de la humanidad y no de una sola persona, o de un lugar en concreto.
Me lo mostraba con su voz el folclorista Joaquín Díaz, intérprete de bellísimas canciones sefardíes, recogidas en lugares tan apartados como Turquía y Marruecos:
─ A la nana, y a la buba, / Se durma la criatura
El Dio grande que la guarde, / Se durma la criatura.
Ya en sus “Cantos Populares Españoles” el osunés Rodríguez Marín se hacía eco de un manuscrito rescatado por él mismo, y del que quedaban muy contados ejemplares.
Nos referimos a “Días geniales o lúdricos”, del utrerano Rodrigo Caro, celebrado autor de unos versos a la ruinas de Itálica.
En el citado manuscrito figura un capítulo ─ “Los Cantares de los muchachos: Nina, Nina y Lala, Lala”─ dedicado al estudio de lo que este abogado eclesiástico denominó “la reverenda madre de los cantares”, en el que todo folclorista de renombre ha necesitado beber:
─Duérmete, niño mío, / Duerme y no llores, / Que te mira la Virgen/ De los Dolores.
─ Ea, la ea, la ea/ perejil, culantrillo/ y alcarabea.
─ Este niño tiene sueño/ Muy pronto se va a dormir
Un ojito tiene cerrado/ Y el otro no puede abrir.
─ Mi niño chiquito / No quiere dormir. / Y el pícaro sueño/ No quiere venir.
Le voy a cantar una nanita/ Pa´que mi niño se duerma/ En su camita.
─ Pajarito que cantas/ en la laguna, / No despiertes al niño/ que está en la cuna.
Ea, la nana/ Duérmete, lucerito/ De la mañana.
─ Mi niño pequeño/ No puede dormir/ Le cantan los gallos / El kikirikí.
─ A la nana, nanita, / Nanita, nana. /Que se duerma mi niña / Hasta mañana.
─ Mi niño se va a dormir/ Ojalá y fuera verdad
Y le durara el sueñecito/ Tres días como a San Juan.
El cansancio de los padres en intentar que su hijo se duerma, durante al menos tres días, tiene para D. Francisco Rodríguez Marín su debida explicación:
─ Cuéntase que San Juan Bautista que es amigo de bulla, celebraba su día (24 de junio) con ruidosos festejos, de los cuales eran indicios las grandes tronadas que suele haber en esa época del año. Para evitar tales alborotos, el Señor le hace dormir tres días sin interrupción, a contar desde la víspera del suyo, de suerte que el santo no puede celebrarlo, porque cuando despierta ha pasado ya.
No hay que olvidar que el osunés fue padre de una caterva de críos, y que en más de una ocasión debería recurrir a “echarles el bu”, o a buscar ayuda en esas entidades míticas que como el duende, el ratón, el cancon, el moro, los judíos, la mano negra, el brujo, o el feísimo coco, vinieran a echarle una mano en esa dificilísima tarea de consolar el llanto de su pequeño:
─ Ea la ea la ea, / Que mi niña no es tan fea, / Y si lo es, que los sea.
─ Este niño chiquetito/ No tiene madre. / Lo parió una gitana/ Lo echó a la calle.
─ Este niño chiquetito/ No tiene cuna. / Su padre es carpintero, / Le va a hacer una
─ Carpintero, carpintero, / Hágame usted una cunita
Que tengo poco dinero, / Y soy una pobrecita.
─ A nena, nena, nena, / Si mi niño se durmiera/ yo le daba un regalito:
Una piedrecita azúcar / Envuelta en un papelito.
─ A nene, nena, nena…/ Si mi niño se durmiera/ Le cantaba el arrorró.
Pero como no se duerme/ ¿Para qué le canto yo?
─ Arrorró mi nene, / Arrorró mi sol, / Duérmete trocito/ De mi corazón.
─ Este lindo niño/ No quiere dormir, / Porque no le traen/ La flor del jardín.
─ Mi niño pequeño/ No puede dormir, /Y el pícaro sueño, / No quiere venir.
─Mi niña se va a dormir/ Con los ojitos cerrados
Como duermen los jilgueros / Encima de los tejados.
─Nana, nanita, nanita ea, / Duérmete lucerito, / Que yo te vea.
Que viene el coco, / Y se lleva a los niños/ Que duermen poco.
─ Duérmete, mi arma, / Duérmete, mi amor, / Que si no te duermes/ Velará el ratón.
─ Al arrorró. / Ya parió la vaca / Siete terneritos/ Y una garrapata.
─Duérmete, niño chiquito, / Mira que viene la mora
Preguntando puerta a puerta/ Cuál es el niño que llora.
─ Duérmete niño hermoso, / Duérmete ya, / Que el pícaro del brujo/ Te va a llevar.
─ Angelitos del cielo/ Venid cantando. / Venid por este niño/ Que está llorando.
Ya no vengáis, / Que está dormidito/ Y lo despertáis.
Los desangelados padres recurrían a los angelitos, a los jilgueros cantores, a las palabritas mágicas, y a la fragancia de las flores que, en muchos casos representan el amor, la doncellez, y el erotismo, como es el caso de la lírica culta.
Para el granadino Federico García Lorca, autor de una bellísima e imaginativa conferencia acerca de las nanas, la canción de cuna española posee también todos los negros matices de la pintura de los Goya, de los Solana, y de los ¡Válgame Dios! Con que a diario nos sorprende nuestro querido país:
─ La canción de cuna europea no tiene más objeto que dormir al niño, sin que quiera, como la española, herir al mismo tiempo su sensibilidad
Así, pues, la letra de las canciones va contra el sueño y su río manso. El texto provoca emociones en el niño y estados de duda, terror, contra los cuales tiene que luchar la mano borrosa de la melodía que peina y amansa los caballitos encabritados que se agitan en los ojos de la criatura.
(…) Y a veces la madre realiza una verdadera batalla que termina con azotes, llantos y sueño al fin. Nótese cómo al niño recién nacido no se le canta la nana casi nunca. Al niño recién nacido se le entretiene con el esbozo melódico dicho entre dientes, y en cambio, se da mucha más importancia al ritmo físico, al balanceo. La nana requiere un espectador que siga con inteligencia sus accidentes y se distraiga con la anécdota, tipo o evocación de paisaje que la canción expresa. El niño al que se canta ya habla, empieza a andar, conoce el significado de las palabras y muchas veces canta él también.
Hay una relación delicadísima entre el niño y la madre en el momento silencioso del canto. El niño permanece alerta para protestar el texto o avivar el ritmo demasiado monótono. La madre adopta una actitud de ángulo sobre el agua al sentirse espiada por el agudo crítico de su voz.
Y uno que le echaba la culpa de todas las frustraciones infantiles a la tan temida palmeta, y a la incapacidad para la comunicación aprendida en la lobreguez de aquellas cárceles.
Algunas nanas recogidas tienen incluso una clara influencia afro- cubana.
Estos transvases son frecuentes entre la cultura andaluza y la sudamericana, pues una canción como la que reseñamos a continuación recuerda aquella otra que popularizó el argentino Atahualpa Yupanqui en su “Duerme, duerme, negrito”:
─ Mamá, a la negrita/ se le salen “lo pie” de la cunita.
Y va a cogé un resfriao/ y se va a poné malita.
Drume, negrita/ que te voy a comprar una cunita,
Que va a tener capitel/ que va a tener cascabel.
Si tú drume te voy a dar/ un mamey muy colorao
Si no drume te voy a dar/ pan, pan, pan…
Más recientemente las madres no ofrecen a sus mocitos terrones de azúcar, ni amenazan con el “diablo blanco”, ni con los ratones, sino que con un sentido más práctico les ofrecen imaginativos regalos como balones de fútbol, patines, motos, bicicletas y car, que les lleve a imitar a Cristiano Ronaldo, o a Fernando Alonso:
─ Duérmete mi clavel, / Duérmete, mi galán/ Pedacito de pan.
Duerme, luna, / Duerme, sol/ Duerme, niño, / Duerme, amor, / Que tu sueño velo yo…
Un patín, un balón, / Tú tendrás, corazón.
Duérmete, mi clavel, / Duérmete, mi galán / Pedacito de pan.
Pero con el encanto de esas canciones que se les cantaba a los niños, están también las coplas con las que las sufridas madres adobaban su intervención, aunque en realidad no sean nanas:
─ El piojo y la pulga / se quieren casar. / No hacen la boda/ por falta de pan.
Responde la hormiga/ desde su hormiguero: / “Hágase la boda, / yo pongo el dinero”.
Contentos estamos, / que ya pan tenemos. / Por falta de vino, / no nos casaremos.
Respondió el mosquito/ desde su tinaja: /”Hágase la boda/ yo pongo la carga”.
Hágase la boda, / ya vino tenemos. Por falta de carne/ no nos casaremos.
Respondió un lobo/ desde lo alto un cerro: / “Hágase la boda, / yo pongo un carnero”.
Contentos estamos, / carnero tenemos. / Por falta de cura / no nos casaremos.
Respondió el lagarto / en su sepultura: / “Hágase la boda, / yo soy el padre cura”.
Contentos estamos, / ya cura tenemos./ Por falta de sacristán / no nos casaremos.
Respondió el borrico, / como es tan galán: / “Hágase la boda, / yo soy el sacristán”.
Contentos estamos, / sacristán tenemos. / Por falta de monaguillo / no nos casaremos.
Respondió el cordero, / como es tan sencillo: / “Hágase la boda, / yo soy el monaguillo”.
Contentos estamos, / monaguillo tenemos, / Por falta de madrina, / no nos casaremos.
Respondió un águila/ de lo alto de una encina: / “Hágase la boda/ yo soy la madrina”.
Contentos estamos,/ madrina tenemos,/ por falta de padrino, / no nos casaremos.
Respondió el ratón / desde su tocino: •Hágase la boda, / yo soy el padrino”.
Estando la boda / en su regocijo/ llegó un gato negro, / se llevó al padrino.
Se acabó la copla, / se acabó el romance, / el piojo y la pulga/ quieren acostarse.
Al run run / que del alma, / al run run…
O aquella otra en que la madre atrapaba con una mano el bracito extendido del niño, y con el dorso de la otra, a modo de cuchillo, iba señalando la muñeca, el antebrazo, el codo y el brazo del niño, para concluir haciéndole cosquillas en las axilas:
─ Cuando vayas a la carnicería/ Le dices al carnicero/ Que te corte una libra de carne.
Pero que no sea de aquí/ Ni de aquí, ni de aquí…/ Ni de aquí arriba, / Sino de aquí, aquí…
La magistral nodriza ayudaba así al niño a ir distinguiendo sus deditos, mientras se los separaba de uno en uno:
─ Éste puso un huevo (refiriéndose al dedo meñique)
Éste lo frió (al dedo anular)
Éste le echó la sal (referido al dedo corazón)
Éste lo movió (señalando el dedo índice)
Y el pícaro gordo se lo comió (y terminando en el pulgar).
Con los deditos separados, otro juego consistía en hacer un leve movimiento de muñeca; una vez con la manita hacia abajo y, a continuación, con la mano dirigida hacia arriba:
─ Cinco lobitos/ Tenía la loba/ Chicos y grandes, / Detrás de una escoba
Cinco tenía, / Cinco cuidaba/ Y a todos los cinco, / Tetita les daba.
Y aquí la cantante volvía de nuevo a hurgar en el cuerpecito esponjoso del nene:
─ ¿Quién se ha muerto?/ Perico, el tuerto/ ¿Quién le llora?/ Su señora.
¿Quién le chilla?/ Su chiquilla/ ¿Quién le canta?/ Su madrastra
¿Quién le ladra?/ Su perrito de la guarda.
De nuevo, cogida la manita del bebé, la mamá se la paseaba por su cara diciendo:
─ Misí gatito/ Pan conejito/ ¿Qué me guardaste?/ Sopitas de la olla./ ¡Sape, sape, sape!
Y coincidiendo con esta última frase, le hacía cosquillas en las axilas, según refiere Rodríguez Marín:
─ Las madres o nodrizas, diciendo el primer verso, hacen mirar hacia arriba a los niños, para excitarles a reír cuando les toca inesperadamente debajo de la barba, a tiempo de repetir la exclamación que sigue:
Mizo gatito/ Pan conejito/ Sopitas de la olla/ ¡Mámola, mámola, mámola!
En otra ocasión es la madre la que levantando su falda enseñaba al niño a imitar tan airosos movimientos:
─ Alza la saya, hermana Francisca/ Alza la saya, que te salpicas.
Alza la saya, hermana Isabel/ Alza la saya, que te quiero ver.
Pon la señal, de la santa canal./ Cayó un ladrillo, mató a un chiquillo.
Cayó una teja, mató a una vieja/ Cayó un panal, cayó sin sal.
Cayó un mollete, me dio en los dientes/ ¡Mejó pa´mí, que me lo comí!
En este singular progreso que da en no saber nada de nadie, ni en reconocer ni siquiera a los tuyos, a los padres, tan explotados que están por el poder del dinero, sólo les queda tiempo para soltar adrenalina en los gimnasios; y al ritmo que todo va, no les quedará tiempo ya ni para mirarse las ojeras en un espejo.
Gracias a Dios algunos abuelos, en el tiempo que nos dejen libre los viajes del Inserso y las obligaciones como gestores de bolsa, aún esperamos a nuestros nietos con la cuna de nuestros brazos, en el deseo de que cuando lleguen aún nos quede un hilo de voz para cantar .
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