9 de abril de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez

De la escuadra y el compás

A FINALES DEL SIGLO XIX CUANDO EN LA CUENCA MINERA DEL VALLE DEL GUADIATO SURGEN TRES DESTACADAS LOGIAS MASÓNICAS, QUE DESARROLLAN SU LABOR HASTA EL AÑO 1909

De la escuadra y el compás
De la escuadra y el compás
Lo que se ha dado en llamar Masonería operativa ─término procedente del francés “maçon”─, designa la actividad gremial llevada a cabo en las logias y talleres adosados a las catedrales, donde arquitectos, picapedreros, canteros, y demás expertos de la construcción, compartían los secretos de su profesión.

Con la paulatina decadencia de los gremios surgirá en la Europa del siglo XVIII la llamada Masonería filosófica, movimiento constituido por individuos ajenos a la profesión, pero que habían sido aceptados como miembros honorarios.

De la mano de la Ilustración surgirá una escuela de formación de hombres y ciudadanos, que movida por los ideales de la Revolución Francesa─ Igualdad, Libertad y Fraternidad─ promueven la instrucción del individuo, y la construcción de esa gran catedral espiritual que es el hombre.

Visto desde la óptica actual de la Masonería nos llaman la atención sus planteamientos mágicos y cabalísticos; su exagerado simbolismo; el complicado ritual de que hace gala; la retórica utilizada en sus actos ceremoniales; y el secretismo que rodea la más nimia de sus actuaciones:

─ “Evidentemente, la Masonería nace en la época de las luces, porque entonces no existía un sistema político por el cual las ideas se transformasen en partidos. Por ello la ideología contraria a la situación social predominante tenía que actuar secretamente. De esa realidad nacieron las sociedades secretas.

Sociedades secretas para combatir una estructura social que, años después serían inútiles, porque ya se podía llevar a cabo esa lucha por medio de partidos políticos, públicos y reconocidos, pero hasta que se da esa circunstancia dura el periodo secreto de la Masonería”.

Las palabras del académico e historiador D. Pedro Sainz Rodríguez explican de alguna manera que personajes de carácter liberal, como el sacerdote D. Alberto Lista ─ miembro, como José de Espronceda, de la Academia del Mirto─, sean objeto de la intransigencia fanática de los “realistas”, en tiempos en que “La Gaceta designaba a los constitucionales con los nombres de pillos, asesinos y ladrones”, y en los que se condenaba por decreto “a la pena de muerte a los que usasen las voces alarmantes y subversivas de ¡Viva Riego! ¡Viva la Constitución! ¡Mueran los serviles! ¡Mueran los tiranos! ¡Viva la libertad!”.

También justifican el auge de las sociedades secretas ─ como la ursaonense “Academia del Ciprés”, constituida por hombres ilustrados, entre los que se incluían algunos clérigos─, y los continuos altibajos de la Masonería en nuestro país, donde se alternan periodos de persecución y periodos de tolerancia.

Entre las etapas de persecución las protagonizadas por el absolutismo intransigente de Fernando VII, en que fueron masacrados los masones Porlier, Espoz y Mina, Luis de Lacy, Juan Martín “El Empecinado”, y todo aquel que luchó por reponer la Constitución de 1812, o que secundó el levantamiento de Riego en las Cabezas de San Juan.

La etapa histórica posterior a nuestra guerra civil también señalaría los principios masónicos como los grandes culpables de los males de nuestra civilización.

Entre los momentos álgidos de la Masonería destacan:

Una primera etapa en que recibió la protección del rey José I Bonaparte, y en la que se constituye la Gran Logia, de la que sería Maestre el conde de Aranda.

Los años de 1854 al 56, en los que el general Espartero ocuparía la Regencia, y en los que quedaría establecido como normas de seguridad “eludir las reuniones numerosas; no dar a conocer más que los nombres de los miembros del Grande Oriente; prescindir de documentos escritos; cambiar cada semestre la palabra de orden, y no admitir en las logias más invitados que los conocidos personalmente por sus Venerables”.

La etapa que va de 1867 a 1875, en la que los caudillos de la revolución de septiembre, también llamada “La Gloriosa”, fueron significados masones.

La etapa republicana, en la que sus presidentes ─ Figueras, Salmerón, Pi i Margall y Castelar─ ostentaron altos grados masónicos.

La que va desde 1881, con Práxedes Mateos Sagasta en el poder, y los ministros Romero Ortiz y Manuel Becerra como Grandes Maestres.

La que se extiende desde el año 1889 hasta el 1927, en la que tiene lugar la independencia de las colonias americanas; la creación de la Escuela Moderna de Ferrer i Guardia; la creación de la Institución Libre de Enseñanza; y la Ley de Asociaciones, que permite la legalización del Grande Oriente de España.

Y, por último, la comprendida entre los años 1931 al 39, en la que muchos diputados del Parlamento ostentaron el título de “Hijos de la Viuda”.

A tono con el republicanismo tradicional, contrario a las actitudes inquisitoriales adoptadas en su momento por la Iglesia, la literatura masónica será también expresión de las ideas anticlericales, como se hace patente en aquellos versos donde el poeta se muestra reacio a las jerarquías eclesiásticas y a los “manejos de Roma”,

─ ¡Oh sublime poder de una conciencia

De la conciencia universal hermana ¡

Y nació Galileo: Italia ciega / Le da por premio un calabozo impío

Mintió Roma, verdades dijo el sabio, / No a Roma; al sabio creo.

Al tiempo de reflejar en estos versos una clara animadversión antimonárquica:

─ El gran ladrón del siglo, victorioso, /Quiso robarnos, con traidora maña;

Contaba con rey baldón de España; / Mas no con este pueblo portentoso

En esta literatura libertaria también resuenan los ecos de destacados masones, como Víctor Hugo, Camilo Benso de Cavour y Giusseppe Garibaldi, héroe este último del Risurgimento italiano que quiso hacer de Roma la capital mundial de la masonería.

Tampoco faltan los tópicos al uso en la variada temática de la progresía – con la que en aquellos años nutren sus filas las logias─, como las bodas entre la ciencia y el arte, el rechazo de las políticas imperialistas, de la brutalidad de determinadas costumbres, del materialismo y de la incultura:

─ No las virtudes, los doblones pesan

En esta sociedad prostituida;

No los libros, las libras interesan.

La vida urbana es presentada por esto precursores bajo una perspectiva "higienista" y a tono con planteamientos morales. La preocupación por el mejoramiento moral de la sociedad y el individuo les lleva a criticar como defectos el analfabetismo, la murmuración, la calumnia, la usura, la envidia y la superstición, considerada por Erasmo como “forma de necedad”; y a exaltar como virtudes aquellas actitudes y disposiciones humanas que en el catecismo cristiano alcanzan mayor consideración, como la caridad y la bondad.

Y precisamente, uno de los instrumentos utilizados por la Masonería para la propagación de sus ideas es el periódico ─ con títulos tan significativos como “El Centinela”, “La Lucha”, o “El Combate”─, portador de un espíritu crítico del que no escapan ni reyes ni nobles, y que asume una función social “vigilante” en materias tan variadas como las que afectan a abastos y urbanismo, higiene, y cultura.

Desde aquellas páginas todo buen aspirante a masón se hace cargo de propagar su ideología, o de hacer una buena obra que procure el beneficio de la sociedad, y de sus hermanos en la fe; así la de comprometerse en la defensa apologética del matrimonio civil, o la de arropar el proyecto de una escuela moderna:

─ “Esto de fomentar la enseñanza requiere, a mi ver, una prolija y delicada operación previa. Para desasnar a las nueve décimas partes de los pueblos de España debe comenzarse por entarimar la pocilga del cerebro a unos millares de alcaldetes Mochilones, y por sacarlos de la maldita jurisdicción de unos cuantos centenares de caciques y caciquillos sin conciencia”.


Las palabras del periodista se hacen eco de la calamitosa situación en que vive la enseñanza: de “los chicos de la calle”, como los llamó el santanderino José María de Pereda; y de la penosa labor de los docentes, obligados a ejercer en establos donde los alumnos malviven con los animales, que pernoctan allí, en suelos terrizos, y con paredes sin encalar, que acumulan “microbios y suciedades de cien años”.

También el divorcio se presenta como instrumento corrector de determinadas taras sociales, y un argumento de razón para que el político, y masón, Mr. Alfred Naquet intervenga ante la Cámara francesa, en 1876, con el objeto de hacer una proposición de ley sobre el divorcio (ved. “La Ilustración Española y Americana”. Madrid, 1880, nº XII, pág. 103).

En este final de siglo, en que España pierde sus colonias, no hay que olvidar que quienes acaudillan ese proceso de descolonización son destacados masones que vivieron y se formaron en nuestro país.

Si bien, a los ojos de la Masonería la culpa de tantos siglos de opresión la tienen los curas, como es posible leer en el libro: “En justa defensa (Refutación documentada de las falsas acusaciones de un fraile agustino)”, editado en Sevilla, en 1900, y del que es autor el sevillano D. Enrique Polo de Lara, gobernador de Filipinas.

Para el citado gobernador de los Ilocos, “es lo de siempre: las tinieblas luchando contra la luz”; el ataque que de su persona hace D. Graciano Martínez, fraile agustino, tiene su origen en el Decreto de 18 de mayo de 1893, gracias al cual el capitán municipal D. Águedo Agbany “abolía la odiosa práctica según la cual los conventos elegían para capitanes municipales (alcaldes) a sus sacristanes, acólitos y adeptos de moralidad dudosa”:

─ De estas elecciones nació la persecución conventual que sufrí y aún sufro, pero también el cariño de los ilocanos hacia mi persona; en el mismo día en que dejaba el ministerio el patriarca de la democracia D. Manuel Becerra (…), fui por telegrama destituido, sin que mi campaña tan felicitada por el General gobernador, Sr. Blanco, muy querido por el país, por el Intendente y por el Director general D. Ángel Avilés, que tan feliz y brillante recuerdo dejó en Filipinas, fuesen bastantes para contener el poder del fraile, que había alzado contra mí la bandera negra.

El libro lleva un prólogo de D. Francisco Rodríguez Marín, “hermano” en la Masonería del autor, que en carta a Menéndez y Pelayo dice haber escrito “por compromiso ineludible”.

Las palabras de D. Francisco, calificadas de “nada entre dos platos”, como él dice, defienden la labor del gobernador con el argumento de que “cumplió con sus deberes de gobernante, implantando liberales reformas y enterando al gobierno de la nación de cuán grave peligro representaba para nuestro poder colonial la cuasi omnipresencia de las órdenes religiosas (…) de allá, en donde las órdenes religiosas se han hecho archimillonarias”.

También es posible observar que el autor del libro no pierde puntada a la hora de resaltar la buena labor realizada por D. Manuel Becerra, Ministro de Ultramar con Mateos Sagasta, amén de Gran Maestro del Gran Oriente de España, y Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo.

Por estas fechas la Masonería va perdiendo a pasos agigantados su impronta popular. Si hasta aquel momento el pueblo bautizaba a sus hijos con el nombre de destacados masones, como apunta Dª Emilia Pardo Bazán, la implicación de la masonería en la pérdida de nuestras colonias – José Rizal y Marcelo Hilario del Pilar, cabecillas filipinos, son iniciados por D. Miguel Morayta y Sagrario en una logia madrileña - supone el total rechazo de la población, hasta el punto de que muchos han de desdecirse de sus principios independentistas:

─ “Hubo un tiempo, en que los progresistas se afiliaron a las sociedades secretas y se pusieron el mandil y asistieron a las absurdas ceremonias de la masonería, pero aquel vértigo pasó y desde el señor Sagasta hasta el señor Becerra y demás barricaderos que les acompañaban, renunciaron a seguir poniéndose en ridículo y se retiraron de las sociedades secretas.

El señor Morayta, por ejemplo, parece que se sinceró ante las autoridades y los jueces, demostrando que no tenía la menor relación con los insurrectos”.

En el ánimo de muchos el idealismo de los años mozos irá dando paso a la tozuda realidad, y personalidades progresistas acabarán haciendo profesión de fe en la acera contraria.

Eso es, al menos, lo que apunta D. Jerónimo López Mohedano, en su pormenorizado artículo sobre “La prensa y su gente en Peñarroya ─ Pueblonuevo”, al constatar el cambio experimentado por D. Heliodoro Díaz Platero, combativo masón.

Porque es precisamente a finales del siglo XIX cuando en la cuenca minera del Valle del Guadiato surgen tres destacadas logias masónicas, que desarrollan su labor hasta el año 1909.

La primera de ellas, según consta en el Archivo Histórico Nacional de Salamanca, nace en Belmez, en el año 1885. De sus catorce componentes dos son nacidos en Belmez, dos son residentes en la citada población, y los restantes, naturales de la entonces pedanía de Peñarroya─ Pueblonuevo.

La segunda de ellas, fundada en 1905, es la Logia Crysanthema, de Pueblo Nuevo del Terrible, según los documentos que me aporta, de manera generosa y desinteresada, el estudioso peñarriblense D. Manuel Montes Mira.

Y así figura en el apartado de “Noticias” del Boletín Oficial del Gran Oriente Español, página 14, de fecha de 12-I- 1905:

─ Hemos tenido la satisfacción de abrazar a los qq.*. hh.*. Aureillan, Ven.*. Maest.-. de la Log.*. Crysanthema, de Pueblo Nuevo del Terrible (Córdoba) y Eduardo Pastor, ob.*. de la Log.*. Federación Valentina, de los Valles de Valencia, los cuales nos proporcionaron el placer de pasar a su lado ratos agradables y cambiar impresiones respecto de los trabajos efectuados en las RResp.*. LLog.*. a que pertenecen y los que se verifican en las de Madrid. Al partir para sus respectivos Wall.*. llevaron para nuestros hh.*. de Valencia y Pueblo Nuevo el ab.'. frat.*. de los que aquí quedamos, deseosos: de volverles a ver a la mayor brevedad posible.

De entre los miembros de la logia Crysanthema, Montes Mira detalla una amplia relación, en la que se incluye el cargo, y sus respectivos nombres simbólicos:

D. Julio Calamé (Representante); D. Marcelino Aureillán (Maestre), y su esposa Dª Luisa ; profesor D. Tomás Gálvez Merino ; D. Gregorio Quintero, “Colón”, (Maestro Masón); D. Francisco Serrano Fernández, “Salmerón”

Residentes en Madrid : D. Doroteo Calleja ; D. Celiano Martín ; D. Jaime Sánchez Horcajada; D. Luis Nonide ; D. Alejandro Betegón; D. Nicéforo Casarrubios; D. Román Fernández Rojo; D. Antonio Navarro; D. Luis Velázquez ; D. Manuel Fernández.

A partir del 12 de Octubre, de 1907, Crysanthema es sustituida por la logia que lleva el nombre de “Hijos de la Crysantema”, y en la que aparece citado el equipo de gobierno:

D. Fernando Vega, presidente (grado 3); D. Arturo Amaro, tesorero (grado 1); D. Gregorio Quintero, “Colón”, secretario (grado 3), que procede de Crysanthema.
 
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Comentarios

Manuel Montes Mira
10-04-2016 15:03:37
Interesantisimo y muy documentado trabajo, que a muchos nos ha valido para aprender sobre esta Orga...
 
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