5 de abril de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Tocar madera

Tocar madera
Tocar madera
Gracias a Undivé, y a sus buenas maneras, en mi barrio disfrutamos de la estampa más juncal y más cañí que ni han pintado, ni han tenido el buen gusto de pintar, los pinceles de José Cordero Villegas.
La modelo así agraciada es una gitana ya mayor, de una elegancia graciosa, que recrea la mirada de artista que todos tenemos con su larga trenza negra, su blanco e inmaculado mandil, y una moña de jazmines en el pelo, que le sirven de reclamo a tan escueto pregón:

─ ¡Jarmines!, ¡Jarmines..!

Y como cada nuevo año, cuando llega el mes de Abril, ya compite en hermosura la palmera de su talle con la portada de feria, que levanta su grácil arquitectura en la explanada del campo de Los Remedios.
Otro año más las buñoleras gitanas volverán a plantar en el real sus lunares de colores y sus matitas de romero, y a dejar en el aire “una patadita” de bulerías, entre el ir y venir de las jarras de chocolate, y de las bandejas de calentitos.
A los tradicionales oficios de caldereros, herreros, alfareros, y primorosos artesanos del mimbre, del esparto, de la vareta y de la caña, los gitanos unieron en otro tiempo el de tratantes de ganado.
Con su forma de ser, y con su teatral labia, entre sus muchas peculiaridades culinarias, otro renacido brote de esta primavera nos endulzará la feria, que en algo tendrá que ver el temple y el carácter de este pueblo con la “bohemia” de que hablaba el folclorista sevillano D. Manuel Díaz Martín:

─ Son capaces de maldecir con gracia a los tricornios en el momento de caer presos; de mofarse del hambre que padecen; de olvidarse del dolos en las más agudas enfermedades; de faltar a todos los respetos humanos y divinos; de hacer frases ante la muerte, y, en suma, de decir lo que les viene a la boca, aunque sepan que les van a ahorcar.

En las páginas de sus libros Díaz Martín recoge el peculiar desenfado, ingenio, y mundología de este genio soberano:

─ El Chato Pimiento, un gitanillo más probe que un cerrojo, se vino desde Osuna a la feria de Sevilla pa si caía argo, y a la par pa ve a la Geltruis, su novia, que estaba sirviendo en un segundo piso de la calle Puresa. Llegó de noche frente a la casa; más enamorao que nunca y muertecito de hambre. Silbó y asomó al balcón su Geltruis.
Después de los arrullos y requiebros de llegada, la dijo:
─ Mia, chiquiya… tírame un arfilé pa prenderme er cueyo, que me s´arrancao er botón.
─Pero, home─ contesta ella─, si tiro el arfilé, no lo vas a encontrá.
─ Pos mira─ replica el Chato desesperado─ pa que no se piesda, le jincas manque sea en un boyo… y tíralo pronto.

El Chato Pimiento, el Bulero, el tío Carando y su compadre Bachanó, Tomate, el tío Quitolí, Garibardi, Farándulo, y Chorrojumo son algunos de los personajes cuyas historias, cuentos, dichos graciosos, maldiciones y refranes, fueron objeto de la pluma de F. M. Pabanó, autor de “Historia y costumbres de los gitanos”, libro que además recoge un Diccionario del léxico gitano, traducido al castellano:

─ El Choteo, gitanillo cordobés, hijo de la tía Pampreñá, lavandera de oficio en las Costanillas, fue un buen día a confesar y el páter le preguntó:
─ ¿Cuántas son las personas de la Santísima Trinidad?
─ Catorce─ contestó el muchacho inmediatamente─ y a toítas les lava mi mare la ropa.
─ Esos serán los frailes de la Santísima Trinidad…
─ Y diga´sté, pare: ¿Lo fraile no son persona?

Pero no hay que irse muy lejos para paladear la donosura calé, como puede apreciarse en estas muestras de folclore, recogidas allá por el año 1986 por mis alumnos de Aznalcázar:

─ Era Manuel el gitano más gracioso que se recuerda en este pueblo. Cuando era la temporada solía ir vendiendo por las calles del pueblo los melones y sandías, para lo cual contaba con la ayuda de un borrico muy penco.
Cierto día el burro resbaló y cayó al suelo, tirando toda la mercancía. Viendo una vecina el desaguisado preguntó al propietario de aquel tesoro:
─ Pero cómo pregonabas las sandías colorás, si son blancas?
Y Manuel, cariacontecido por la gran pérdida sufrida:
─ Mujé… ¿Cómo quieres que no salgan blancas con el susto que se han llevao?

En cierta ocasión determinó Manuel vender al penco de su borrico, poniendo mucho celo en que no se enterara su mujer.
El comprador era un señorito algo desconfiado que, antes de cerrar el trato se subió encima del animal para darle un paseo:
─ Pero Manué, si este borrico anda más “pa´tras” que “p´alante”.
Y Manuel, con gesto alterado por algo que no se pensó que era cierto:
─ ¿P´os no vés, mardita sea tu arma, que está haciendo “maniobras”?

Y otro día conducía el buen gitano una recua de burros cuando topó con la pareja de la Guardia Civil; acercándose a él le solicitaron la guía de transporte de los animales.
El hombre comenzó a tentarse la ropa haciendo como quien busca los papeles, sin encontrarlos. Impaciente uno de los números de la pareja comenzó a mascullar entre dientes un tenue “oh, oh oh”, y el calé:
─ ¡Qué oh, ni oh, ni oh! ¿No se pierden los barcos en los mares..? ¡Pues qué más da que se pierda un papelillo blanco..!

Pero lo que más peculiar me resulta de este pueblo y, por contagio, del andaluz, es su sentido mágico ─reminiscencia de sabrá Undivé qué extraña mitología─, y su espíritu supersticioso, como el sucedido que ocurrió a D. Manuel, el maestro del pueblo; según me lo ha contado de primera mano, y con la pimienta y la sal de lo vivido, su hija Ana María.

─ Disfrutaba D. Manuel de un temperamento caprichoso, y sensible a la belleza del campo, que le dio en poseer una finca que cuidaba hasta el más menudo detalle con la sensibilidad y el primor de un jardinero; en doméstica libertad, y disfrutando de los verdores primaverales de un aljarafe, correteaba de acá para allá un ejército de gallinas, todas negras, que ponían en la policromía del ambiente la fina elegancia de sus estilizadas figuras, cuando he aquí que el gitano Manuel se allega hasta él con la diligencia de quien cumple un encargo. Y dirigiendo una recelosa mirada al amigo:
─ Manolito… ¿Todas negras?
─ Todas negras, Manuel. Y si sale una con las plumas blancas, le retuerzo el pescuezo…
Y como quien oye llover, o como quien escucha algo que no acabara de entender, el simpático gitano se limitaba a extender las bridas del animal, ofreciéndolas a su dueño:
─ ¡Toma el mulo, que no quisiera yo tener este ramalacito de tristeza en mi casa!
Y dejando el encargo a buen recaudo echó a correr de allí como alma que lleva el diablo.

Una historia similar a ésta nos la cuenta el folclorista osunés D. Francisco Rodríguez Marín en uno de esos relatos, en que trata de lo supersticiosa que es la gente de tablas, y en el guirigay que armó la letra de una canción en un café cantante de Cádiz cuando, allá por las fechas de 1865, gozaba de gran prestigio el célebre cantaor Silverio Franconetti:
─ Rompió a preludiar la guitarra, y ya no sonó una mosca en el salón. Silverio, entre la gente que componía el cuadro de cante, lo más granado del oficio, y ante aquel tan selecto auditorio, no contaba con toda su serenidad y temía no disponer de todos los recursos de su voz. Sentado en una silla de anea, desabrochada la tirilla de la camisa y el robusto cuello al aire, Silverio, a quien invitaba y requería una y otra vez el porfiado sonar de la guitarra, comenzó a cantar una copla; según su costumbre, la que primero le vino a las mientes de las muchas que sabía: una que, sin consecuencias, había cantado en Sevilla mil veces. Cantó:
“Anque te güervas culebra...”
¡No llegó a cantar el segundo verso! Lo mismo fue oír nombrar la culebra, que levantarse de los asientos, escandalizada y furiosa, toda aquella gitanería abigarrada y apostrofar con los peores dicterios del vocabulario calorrí al mísero cantaor que había tenido la nefasta idea de mentar la bicha, ¡y nada menos que al empezar el cante! ¡Buen principio de semana, y ahorcaban en lunes! ¡Con buen pie había entrado Silverio! Y no paró en voces la airada y tumultuosa protesta; que muy luego, y mientras que las gitanas como para aplacar la cólera celeste, gritaban y repetían “¡Lagarto! ¡Lagarto!”, los gitanos arrojaban al escenario o tabladillo cuantas sillas habían en el salón y cuantas botellas, vasos y cañas de vidrio poblaban las mesas. No hay que decir que Silverio tomó el olivo tan pronto que vio desencadenarse la tempestad, y que allí y desde aquel instante quedó rota su contrata.
Contándonos Silverio este lance quince años después, en una de aquellas sabrosas conferencias folklóricas que con él celebrábamos frecuentemente, preguntaba yo:
─ Pero, en fin, ¿qué empecatada copla era aquélla?
Y me respondió:
─ No la he vuelto a cantar desde entonces, ni allí pasé del primer verso.
Y mirando alrededor con cómico recelo, añadió:
─ La diré, ahora que no hay gitanos delante:
“Anque te güerbas culebra
Y te tires a la mar,
Te tengo de perseguir
Hasta mi intento lograr”.

¡Quién había de decir a Silverio que, en menos de sesenta años, que no ha pasado tanto tiempo desde que ocurrió el lance referido, muchos que se tienen por castellanos netos, y aun por aristócratas de sangre, habían de profesar en la ridícula y abyecta orden de la supersticiosa gitanería!
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