31 de marzo de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez

El Judas y la Cofradía de las Comadres

“NO HAY HUMOR EN EL CIELO” (MARK TWAIN)

El Judas y la Cofradía de las Comadres
El Judas y la Cofradía de las Comadres
Desde que Urano cometiera incesto con Gea la historia no marcha bien. El mito dice que Cronos recibió el recado materno de cortarle los genitales a su padre con la ayuda de una hoz; que tiempo después el titán, imbuido del espíritu de Urano, acabó desposando a su propia hermana; y que temeroso de que sus hijos reaccionaran como él, los fue devorando uno a uno, por miedo a que le arrebataran su situación de poder.

Y así fue que a la primavera siguió el verano, la Cuaresma al Carnaval, y a un año sigue a otro año, mientras que el escaparate del tiempo da vueltas ante la mirada terrible de Tántalo, acosado por la sed.

Y un Domingo de Resurrección, tal que ayer, los escopeteros andaluces dieron buena cuenta de Judas, en la feliz convicción de que destrozar a un pelele era la mejor manera de exorcizar a los malos espíritus, y de invocar el buen rollo.

Semejante ritual ha sido minuciosamente documentado en España por el antropólogo vasco D. Julio Caro Baroja en su libro “El Carnaval”.

En algunos pueblos el monigote de paja, antes de ser quemado es condenado previo juicio, en una jaleosa representación teatral; en otros se disfraza de Judas a un mozo, y se le persigue por las calles de la población, lanzándole perdigonadas incluso; en un tercero es una pareja de “judeses” la que cuelga de un balcón, como colgó Mussolini; y en casi todos se aprovecha para arrojarle agua a los transeúntes, harina, e incluso huevos rellenos de agua de olor.

En el Valle de los Pedroches, según las anotaciones de D. Alfredo Gil Muñiz, recogidas en 1925, en el Boletín de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, el monigote lleva un puchero lleno de sal por cabeza, y tras el ruidoso clamor de disparos, mozos y mozas aprovechan para cantar y bailar hasta el medio día.

En Córdoba capital se multiplica la animación con el arrastre de latas, el repique de campanas, y el traqueteo de carracas, matracas, e instrumentos similares.

En los pueblos de la Sub─ bética cordobesa los hechos se documentan en la fina prosa de D. Juan Valera, y en su novela “Juanita la Larga”.

Y curiosamente entre este ritual ─que se celebra el Sábado de Gloria, o el Domingo de Resurrección─ y el Carnaval, hay serias concomitancias.

Por ejemplo, María, informante espeleña de 84 años de edad, le contaba al redactor de InfoGuadiato que, en su feliz juventud, rellenaban el Judas de pintura colorada, de ratones, y de harina, para “embromar” al personal y “mantearlo” como al bueno de Sancho Panza.

Así mismo recordaba que, en cierta ocasión, la que sirvió de risible manteo fue una pobre señora que casó con un viudo.

Algo que ha sido muy normal en la mayor parte de nuestros pueblos hasta que el bigotudo Juan y Medio se empeñara, cual D. Quijote, en ejercer una suerte de pedagogía social.

La piñata como contenedor de una impertinente “broma”, la cencerrada o “vito” como moralina contra el sexto mandamiento, y el hecho de arrojar harina o salvado contra los espectadores, eran actividades propias del tiempo de las Carnestolendas, como diría fray Luis de León en su “Guía de pecadores”:

─ En esto se diferencian los hombres carnales de los espirituales: que los unos, a manera de bestias brutas, se mueven por estos efectos (los de carne y sangre) y los otros, por el espíritu de Dios y por razón”.

Tal vez pensara el agustino ─como el dominico Jorge de Burgos, protagonista de “El nombre de la rosa”─, que la risa no es fórmula adecuada para dar gloria a Dios, o para hacer burla de los infieles, representados en la mayoría de los casos por un cornudo, por una joven soltera con hijos, o por una pobre viuda con ánimos de volverse a casar.

Que como decía Mark Twain: “Todo lo humano es patético. La fuente secreta de la que surge el humor no es la felicidad, sino la tristeza”.

En el Jueves de Comadres, en algunos pueblos de Galicia las mujeres hacen en ese día de Carnaval un Judas del sexo contrario al que llaman “el compadre”, y a quien habrán de quemar, en una guerra encubierta de sexos.

Algo parecido a lo que también ocurrió el pasado año en algunas capitales, donde salieron en procesión “cofradías” de mujeres vestidas de negro, que pregonaban el aborto libre, que decían estar hasta el último pelo de los hombres, y a las que solo faltó la desvergüenza de antaño de cantar la coplilla aquélla de “me casé con un enano, salerito, por hartarme de reír”.

Como se puede apreciar en la exigencia coreográfica de las murgas actuales, la tradición no es algo de piñón fijo, sino que también evoluciona, y la infeliz y máxima de “A quien sea judío que lo quemen”, gracias a Dios cayó en desuso; que hasta aquí las mujeres no gastaban escopetas, ni usaban de señalar con el índice a tanto Judas que le hacía la vida imposible.

Pero tampoco creo que sea para tanto como para protagonizar un “besaclítoris”. Un respeto...

Si no como enamorados, perdonemos como hermanos, y dejemos de pinchar unos a otros sus monigotes de trapo, en esa forma de exorcismo que son los crímenes de “El Caso”, la venganza de Lorena Bobbitt, o la feroz balacera de esa España profunda que fue Puerto Hurraco.
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