9 de marzo de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Un funambulista en la cuerda floja

Un funambulista en la cuerda floja
Un funambulista en la cuerda floja
En el último tercio del s. XIX la capital hispalense se erige en uno de los principales focos de cultura del país. Tras ser sustituido el ministro Orovio, a mediados de septiembre de 1875, la política educativa sufre una inflexión que propicia el resurgimiento del krausismo y la fundación de la Institución Libre de Enseñanza, vientos de cambio a los que no son ajenos hombres de la talla de Antonio Machado Núñez, grado 31 de la masonería, y Fernando de los Ríos, clérigo exclaustrado, líderes ambos del movimiento krausista sevillano, filosofía que aún estaba en el final de la fase que López Morillas denomina “etapa de predominio”, que va a propiciar en la ciudad un importante resurgimiento artístico y cultural.
Impulsora del “libre examen”, de la idea de transformación íntima del individuo en contacto con Dios, esta filosofía calificada de “panenteísta” por su propio autor, respeta toda religión “puesto que se intenta una religión humana y total”; al tiempo que propugna la unidad del Espíritu y de la Naturaleza en el seno de la Humanidad, una Humanidad mundial federada, sin estados autoritarios, y capaz de salvaguardar las características de cada pueblo.
En el plano social esta línea de pensamiento promueve la moralización de la vida pública española, el impulso de la enseñanza y la revisión democrática del panorama laboral.
Con estas ideas comulgan personalidades como el almeriense Nicolás de Salmerón ─ quien destaca del krausismo su apertura intelectual, el ejercicio crítico de la razón, y la búsqueda del conocimiento en la realidad misma ─, Segismundo Moret y Emilio Castelar, destacados masones, discípulos del clérigo krausista Julián Sanz del Río, y jefes de partidos republicanos en cuyas filas llegaría a militar el intelectual osunés D. Francisco Rodríguez Marín.
Gracias a la propuesta de Antonio Machado Álvarez, “Demófilo”, de confeccionar "un verdadero catálogo de la cultura y folklore populares", el krausismo tendrá una amplia repercusión popular en Sevilla. El éxito de este proyecto será viable gracias a La Enciclopedia, publicación en que está presente la idea krausista que ve en el pueblo el motor del progreso y una auténtica aristocracia.
En 1879 Machado Álvarez, discípulo de don Federico de Castro y reputado masón, va a crear la sección de “Literatura Popular”, dando un aire nuevo a la revista e incorporando “una nueva dirección en sus estudios y sentido filosófico, con tendencia evolucionista, predominantemente spenceriana”.
El liderazgo del Ateneo Hispalense lo ostentaba por entonces D. Manuel Sales y Ferré, joven ilustrado amigo de Salmerón quien, desde aquella cátedra, pronunciará unas conferencias que, bajo el título de “Prehistoria y origen de la Civilización” y “La Ciencia y la Religión”, inciden en las diferencias entre “razón” y “fe”. El enfoque darwinista y racionalista de las conferencias enfrentan a este grupo de intelectuales contra la Academia Hispalense de Santo Tomás de Aquino, provocando la réplica de la Revista Católica, amén de la excomunión, por parte de la Iglesia, de los Machado Álvarez y Sales y Ferré, entre otros.
En sintonía con personalidades de la talla de Juan Antonio Torre y Salvador, el joven Rodríguez Marín participará también de aquellos ideales revolucionarios que habían de llevarle a militar en las filas de la masonería:
─ En el antiguo “Café Iberia”, establecido en el viejo edificio de la Cárcel Real, de infeliz memoria en la vida de Cervantes, se congregaba un grupo de liberales exaltados, revolucionarios e irreligiosos, entre los que recuerdo a Rodríguez Marín, Fernández e Isauro Ochoa, autor de “Los Curas en Camisa”.
Desde las páginas de “El Alabardero”, Francisco se erige en colaborador de una campaña que lanza sus andanadas contra las autoridades locales, particulares, empresas, y demás personajes y personajillos que medran en el mundo de la política, a los que desnuda en una significativa obrita de teatro, escrita en verso: “Los cortejos de Doña Pitanza”, obra en la que parece decantarse por la línea satírica seguida por Manuel del Palacio, celebrado masón autor de obras como “Cabezas y calabazas”.
No obstante su quijotismo, y la actitud tremendista de Mariano Casos, director del periódico, Francisco es consciente de la desproporción de fuerzas con sus contrarios, lo que hace aconsejable una retirada a tiempo, por “los continuos peligros a que está expuesto quien profesa en la estrecha orden del periodismo independiente".
Convertido “El Alabardero” en “El Baluarte”, diario radical y revolucionario, Rodríguez Marín continuará su labor, colaborando además en “La Enciclopedia” y en “La Lucha”, publicación librepensadora.
En agosto de 1885, y a raíz de una huelga que hacen las mujeres jornaleras de Osuna en pro de la supresión del impuesto de consumo, abandona el periódico no queriendo verse señalado por los rumores que le apuntan como posible instigador de la revuelta; no obstante, sus afanes reformistas no le liberan de una cierta desconfianza hacia las nuevas ideas anarquistas, como confiesa en sus escritos.
En los años 1886- 87 funda y dirige “El Centinela de Osuna. Semanario de literatura o intereses morales y materiales”. Y ya desde el primer número, en el que apunta como norte de la publicación la vigilancia de la gestión municipal, continúa su labor polémica enfrentado a monterillas y politicastros.
Desde estas páginas se implica en la defensa apologética del matrimonio civil, como confirma la carta de la logia simbólica osunesa “Esperanza nº 196” a la logia madrileña “Hermanos del Progreso”, firmada por el Venerable Maestre “Aquiles” (Juan Lasarte Lobo) y por el Secretario “Guttemberg”; en la carta se alude a Francisco Rodríguez Marín, hermano en tercer Grado con el pseudónimo de “Mucio Scévola”, “ quien se comprometió a hacer propaganda a favor del restablecimiento del matrimonio civil en su periódico El Centinela de Osuna”.
La “plancha”, que tiene el 27 de diciembre como única data, y que posiblemente esté fechada en 1886 por los referencias al Centinela de Osuna y a don Miguel Morayta Sagrario, alude a uno de aquellos discursos (“piezas de arquitectura”) en los que el recipiendario prometía hacer cosas buenas para ayudar a sus “hermanos” en la Caverna de Mithra.
Como ya observara Menéndez y Pelayo, la krausista y la masónica son filosofías que guardan una gran concomitancia entre sí ; por ello, más que la militancia nos llama la atención el nombre adoptado por el osunés, máxime cuando con fecha de 3 de agosto de 1883, en el artículo titulado “Pio IX Franc- Masón”, “El Alabardero” participaba a sus lectores que “El Debate” de Madrid, aportaba documentos de que el Pontífice Pío IX había sido masón, con “el nombre de Mucio Scevola (...) antes de hacer traición a la causa de la libertad y de escribir El Sillabus (...)”.
Entre quienes concitan la admiración del osunés se encuentran Espronceda, Alberto Lista, Bécquer, Abelardo López de Ayala ─redactor del celebrado Manifiesto “España con honra”, en el que pedía la convocatoria de elecciones mediante sufragio universal─ y toda una nómina de “hijos de la viuda” (como se denomina a los masones) en la que se incluyen escritores como Manuel José Quintana; pintores como Gonzalo Bilbao y José Velarde; escultores como Antonio Susillo; políticos como Benjamín Franklin; inventores como Robert Fulton e Isaac Peral y Caballero, e investigadores como Santiago Ramón y Cajal y Federico Rubio.
Pero en el ánimo de Francisco el idealismo de los años mozos también irá cediendo terreno a la tozuda realidad. La constatación de que la política es un mero “enjuague”, amén de situaciones difíciles como la trágica muerte de su amigo “Demófilo”, le llevan a reconsiderar su “heterodoxia” inicial:

─ Si la Puerta Otomana es un peligro,
Yo don Quijote la familia dejo;
Coma patatas mientras y abadejo,
Y si no puede, ayune, que yo emigro.
Patria es el mundo todo y me denigro
Desoyendo de sabios el consejo;
¡Venga un fusil, que del hogar me alejo!
Todo es igual: Genil, Vístula y Tigro.
Adiós, mujer; adiós, hijos del alma;
Ya está mi nombre inscrito en amplia lista,
Yo voy o por la muerte o por la palma.
¡Pru...rrum! ¡Qué atrocidad! ¡Dios nos asista!
No la palma me den: denme una enjalma.
¿Dó te quedaste, pléyade krausista?

En 1904 una cruel enfermedad, que le priva de la voz, le plantea la necesidad de tener que abandonar el ejercicio de la abogacía, y de hacer de la pluma su único medio de vida, para lo cual la única salida es Madrid.
Con este fin buscará ayuda en el sabio santanderino D. Marcelino Menéndez y Pelayo, quien se ofrece a escribirle cartas de recomendación; sin obtener los resultados apetecidos, como confirma Rodríguez Marín:
─ De Ortega Munilla no volví a saber palabra, ni de Moret, ni de nadie. Estoy peor que muerto, porque me dan por enterrado.
En este intercambio epistolar entre don Francisco y su amigo podemos seguir los conflictos de la vida, y los avatares que sufren individuos con méritos más que sobrados.
En enero de 1907 D. Amalio Gimeno, ministro de Instrucción Pública, le promete que si D. Segismundo Moret pide la creación de la plaza de Inspector de Archivos de Protocolos, y el diputado conservador, Sr. Jorro, no se opone, la plaza que salga será para él.
D. Antonio Maura se encargaría de vencer la posible oposición del Sr. Jorro; e incluso la víspera en que se había de reunir la Subcomisión de Presupuesto de Instrucción Pública en el Congreso, Rodríguez Marín escribirá a Moret, rogándole que acuda; pero aun estando aquél en el Congreso a la hora oportuna no haría acto de presencia, lo que provocaría la respuesta de D. Francisco a su antiguo jefe de filas y hermano en la fe:
─ Respetable amigo y señor mío: Dolorido y desengañado, con esta carta pongo fin a nuestra correspondencia y a mi vejamen. El pan que de plazo en plazo esperé de la mano de usted, que se me brinda por amiga, mírolo, al cabo de año y medio de recordatorios y reiteraciones de promesas, en la veleta de la Torre de Santa Cruz. Sujeto a las mil eventualidades de una cucaña, higuí o concurso, en donde probablemente no me lo darán, por bien que lo haya ganado, pues estoy falto de valedores (...) en la espera he consumido mis recursos, y aun perdido gran parte de mi buena reputación; porque el vulgo, que sólo juzga de las personas por sus éxitos, viendo tan malo el mío, y a usted siempre influyente, y tal o cual presidiendo el Consejo de Ministros y repartiendo a dos manos gajes y prebendas, dice, no sin apariencias de lógico: “Poco vale Rodríguez Marín, cuando su protector no lo saca a flote”.
En el naufragio, pues, se me ha ido quedando hasta la honra, ya que ésta se mide por la pública estimación. Y no faltará quien piense si yo habré ejecutado alguna acción que me hiciera indigno del favor de usted.
(...) Antes de escribir la presente carta he repasado las de usted, y también las mías, de las cuales fui guardando copia. En todas ella hay, además de la justificación que necesita mi decoro, muy provechosa enseñanza; y como tengo dos hijos varones, niños todavía, y cuando sean hombres no los viviré, para que anden por el mundo con mayor aviso que yo, quiero aleccionarles dejándoles hecho un libro, con estas cartas y con algunos buenos comentos. Así, indirectamente, va usted a hacer por mis hijos bastante más de lo que ha hecho por su padre, que, arruinado de salud y de fortuna, aún tenía que pasar por los amargos desdoros de un disimulado pordioseo, haciendo inútiles antesalas, diciendo su pretensión en rueda con otros solicitantes y soportando mal velados desaires de algunos a quienes aventaja en muchas cosas, si ellos le aventajan en suerte.

No se hará de esperar la respuesta de D. Segismundo entonando el “mea culpa” a toro pasado, y la consiguiente nota con la que el perjudicado pone fin a la confrontación: “que era lo que yo decía: que los actos se juzgan por sus éxitos, y el suyo realmente había sido deplorable”.
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