18 de enero de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez
En las costuras del tiempo
─ PARA CONCHITA Y AMPARO, PEREGRINAS SIN PATRIA EN EL PAÍS DE SU INFANCIA AL QUE SOÑARON CON VOLVER
En las costuras del tiempo
La actual Guinea Ecuatorial, en la ribera atlántica del África Central, es un territorio dividido en tres zonas.
─ Las islas de Annobón, Corisco, Elobey Chico, y Elobey Grande, situadas en el hemisferio sur, y que en 1926 pasaron a depender del Gobernador Civil de Santa Isabel.
─ La isla de Bioko , antigua Fernando Poo, y territorio originario de los bubis, que tiene como capital Malabo, conocida en otro tiempo con el nombre de Santa Isabel.
─ Y la zona continental de Rio Muni, con capitalidad en Bata, y habitada por los fang, los ndowe (“las tribus unidas”), y otras etnias que extienden su área de influencia por Camerún, y hasta la actual Gabón.
Este territorio, anexionado por Portugal en 1471, pasaría a formar parte de las colonias españolas en 1777, tras el Tratado de San Ildefonso.
Luego, un siglo más tarde, y ante la ausencia de una administración civil con la debida preparación ─ como sucediera también en las Filipinas─, serán los misioneros quienes asuman el papel de autoridad religiosa y civil, y quienes formarán a la nueva clase dirigente mediante la creación de internados.
Claretianos y concepcionistas oficiarán el noviazgo del matrimonio feliz, dando paso a una nueva mentalidad de “creyentes”, y cuyo finalidad primordial será la de convertir al cristianismo a los “indígenas”, aunque para ello tuviesen que erradicar toda una forma de organización familiar, y despojarla, a un tiempo, de sus antiguas costumbres, del culto a sus antepasados, o de la ingestión de la iboga, planta alucinógena a la que los nativos achacaban la interpretación de los sueños, y la comunión con su gente y su país.
En 1959 la Guinea Ecuatorial quedará adscrita a nuestro sistema de provincias, y en 1968 proclamada su independencia.
Fueron años de tensión e intranquilidad para los españoles que allí vivían, y para los que nacieron allí; desprovistos de su país de referencia y origen, y de su propia identidad, se vieron obligados a regresar como extraños a la tierra de sus parientes, dejándose por el camino todo un álbum de recuerdos y de amores imposibles.
"Palmeras en la Nieve", la novela que Luz Gabás sitúa en la misma línea que “El tiempo entre costuras”, de María Dueñas, plantea también la cuestión de aquellas colonias a las que España abandonó a la explotación, a la incuria, y a sus muchos errores, pero donde también se dejó, amén de su alma, su idioma, la rica miel que brotó de las entrañas de unos bárbaros a quienes, como diría Pablo Neruda, “se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes.”
Algo semejante a lo que sucediera en aquel lugar de mi niñez, colonia minera de los franceses cuya historia queda esbozada en “La piel azul”, la novela del escritor y académico peñarriblense Alberto Díaz─ Villaseñor.
La película que sobre “Palmeras en la nieve” versiona el cineasta Fernando González Molina, y que desbanca en la lista de éxitos de nuestros cines a “Star War” y a “Ocho apellidos catalanes” tiene, entre otras muchas cosas a su favor, que a su estreno se invitase a los principales protagonistas: la colonia bubi en Madrid.
Y la confirmación de que la historia responde a una realidad, que afecta a la identidad de un pueblo y de una gente, es que los bubis saliesen llorando del cine.
Preciosa historia aquélla que sitúa a los tres componentes de una familia oscense─ Antón, Jacobo y Kilian─, en la exuberante Finca Sampaka, a cinco mil kilómetros de su lugar de origen.
Allí, a la sombra del Pico Basile, donde reina el dios Obassa, llegaron los Rabultué y otros muchos españoles para disfrutar de una posición acomodada, lejos de las estrecheces económicas de su país, y asimilados a un ambiente en el que parecía haberse colado, por entre los resquicios de la niebla, la lujuriosa modernidad, con toda su carga urbana, pero con esos aires desinhibidos de fiesta, y de atrevidas costumbres.
Antón, el padre de esta familia”, es uno de esos trabajadores blancos que llegaron desde la península para gestionar las explotaciones de cacao, y para dirigir la labor de los bubis, que constituyeron la mano de obra barata, oprimida por el capital.
Atrapado por la magia de la tierra, y de su gente, Antón ha intimado con José, un nativo que le ofrece no sólo el calor de su amistad, también la de su pequeña tribu, en donde aquél se siente como uno más de la familia.
Y en tan extraordinaria amistad encontrarán sus hijos, Kilian y Bisila, un amor que ni las más difíciles circunstancias, ni la violencia política, ni la separación que impone el tiempo, ni la obligada costumbre, ni la terrible pérdida de memoria, serán incapaces de romper.
Una historia romántica que recuerda aquella otra de “Pablo y Virginia”, donde el más generoso amor encuentra las cortapisas del destino y de las odiosas convenciones.
La película adquiere momentos de gran emoción, y el reparto de actores cuenta con un magnífico plantel en el que destaca la intervención de Macarena García (Julia), Mario Casas (Kilian), Adriana Ugarte (Clarence), y la ilicitana Berta Vázquez, en el papel de Bisila.
………….
En fechas recientes, conformando una sociedad mucho menos machista que aquélla, y en un grato ambiente de camaradería, un entusiasta grupo de amigas aventuró sus pasos hacia la cercana Tetuán, la Shangri─ La de sus ensueños, tan sólo por confirmar la frase aquélla que dice que todos los hombres "somos de la misma sustancia de que están hechos los sueños".
La emoción de unos ojos que aún conservan su hermosura juvenil, la promesa de un azulejo, de una porcelana azul de agua salada que se les coló por entre los dedos, la fragancia que trasmina la fuente de La Torreta, o las desleídas imágenes que se añoran desde el Sur, es una peregrinación obligada que todo “hajj” que se precie está llamado a realizar en el transcurso de su vida.
La excusa de hacer el viaje fue un compromiso contraído con dos queridas amigas que un buen día se marcharon en la idea de volver, y a quienes ellas fiaron como valedoras de una promesa y de una parte de su historia, la que conservaban en el arcón de sus vivencias, y que querían transmitir en la persona de Mario, el ahijado de aquel grupo.
Y aquí tenemos a las “titas” y al sobrino, haciendo su entrada triunfal bajo el encalado dintel de la Medina, en la maraña juguetona de unas calles embutidas en la túnica azul de unos reflejos, en el verde esperanzado de sus puertas, en el púrpura de almizcle de sus chilabas, en la luminosa fragancia de las especias, y en la desordenada impresión del instante recuperado por obra y gracia del azar.
Para disfrutar del paraíso se fueron a recrear todos ellos en la maternal ternura de la cocina marroquí: en los sabrosos pinchitos de cordero, en la virtud y lujuria de la carne, en la hospitalaria harira, en el cuscús de sémola, en el horneado tajín, en la delicia de unos dulces, y en el humeante té con yerbabuena, pilares que una esmerada cultura escogió para compartir sus bienaventuranzas con quien sea digno de aprecio, y con los limpios de corazón.
Después se marcharon gustosos hacia una aventura mayor: la de poner fecha a sus contenidas emociones, la de rebautizar sus orígenes, la de poner nombres s los viejos rótulos de sus calles, a los fraternales amigos de sus padres, a la hospitalidad de sus edificios, a la infancia de sus condiscípulos, a la noble y tenaz tarea de sus profesores, y hasta al himno de combate, que era otra rabiosa forma de compartir:
─ Hurí, hurí, hurí, La Milagrosa, La Milagrosa/ Hurí, hurí, hurí, la Milagrosa ya está aquí.
Tenemos un equí, un equí, un equipo. / Tenemos un equipo que no lo hay por ahí.
¡Chiribita! ¡Chiribita!, ¡Milagrosa es la que pita!/ Sí, sí, sí, La Milagrosa ya está aquí.
En el Rincón del M´Diq, en las arenas de Cabo Negro, en las montañas azules de Chauen, o en la casita del médico de la aldea de Uad Lau, el pasado estaba escrito en el aire, en la pertinaz memoria de un anciano, en los buenos pensamientos que Asnat dedicó a todos ellos, en el silencio de una Mezquita, o en la salmodia acompasada que desde el alminar al cielo, llama a los creyentes a la oración.
En el muelle de Río Martíl, un niño que pescaba peces con una desvalida tanza, ofreció a las amigas su mercancía, con la misma gentileza que un gomoso, o con la extraordinaria virtud que incita al hombre feliz a prescindir de su camisa.
Y una de esas embriagadoras tardes, la tibia fragancia de los cafés de Carrión encaminó los pasos de Mario, y de sus queridas tías, hacia la casa donde transcurrieron los mejores años de la vida de tía Conchita y de mamá Amparo. Y, por suerte, y en tan feliz cruce de caminos, el joven topó con aquella familia de la que tanto le hablara su progenitora.
Hubo trato de confidencia, y palabras de emoción, y todo un baúl de recuerdos y vivencias entrañables que pusieron nudo en la garganta, y que a todos conmovió.
Al final de la historia, y ya en el barco de regreso a casa, empapados por la brisa y por el olor a salitre del Estrecho, cuando todos disfrutaban del placer de tan acogedora peregrinación, como baraka cumplida, tías y sobrino se miraron con ternura a los ojos y sellaron, sin palabras, la promesa de volver.
Comentarios
Mercedes Serra
23-01-2016 01:09:54
Precioso articulo , bie documentado y con un lenguaje brillante y de gran delleza
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Mercedes Serra
23-01-2016 01:09:54
Precioso articulo , bie documentado y con un lenguaje brillante y de gran delleza
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