22 de octubre de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez

¡Leña al mono, que es de goma!

¡Leña al mono, que es de goma!
¡Leña al mono, que es de goma!
D. Rafael de Pedraza y Agramonte, Excelentísimo Sr. Marqués del Doble Mérito, y Doctor en Ciencias Químicas, acaparaba en solitario todas las luces del candelabro de aquel esplendente pueblecito que brillaba al atardecer, cuando las estrellas de carne y huesomostraban sus grandes méritos por el animado Paseo de la Fama.
Rafaelito, comogustaba de ser llamado, era ya un hombre viejo mucho antes de nacer, y eso que había llegado al mundo en la década de los sesenta, cuando estuvo tan de moda la generación “yeyé”.
Y cuando emergió a la luz, con sus cinco kilos de peso, el funcionario de guardia le registró en la lista de los supervivientes, por su propia cuenta y riesgo, pues al hombre se le antojó que con tan grandes recursos el chaval llevaba ya casi medio camino hecho.
De seguro que algo muy notable habría visto en él: el esbozo de una sonrisa, un pequeñísimo gesto, o uno de esos claros matices sanitarios que aflora en los hijos de familia bien, y que no sólo la vista de lince de un Pediatra está en condiciones de calibrar.
Y desde que llegó a la vida Rafaelito estuvo pegado a unos pechos, ya fuesen los de su pobre madre, y a los de su ama cría, hasta que sació su sed. Y hasta pasados unos años Rafaelito no se avino a prescindir de tan preciado maná.
Con sus cinco primaveras era un chico tan formal que procuraba a su progenitora un asiento, en primerísima línea de tajo, para que le regalara el paladar.
De aquel preterido tiempo Rafaelito siempre conservó palabras de agradecimiento por las artes culinarias de mamá, capaz de hacer apetecible hasta una mermelada de queso.
Y cuando llegó el momento de educarse, según dictan los libros de texto, Rafaelito entró en un colegio de curas; y esa oportunidad, que la actual pedagogía considera un gravísimo defecto, a él no le llegó a perturbar; antes bien, siempre se sintió orgulloso de figurar en tan clerical elenco; porque restando su tremenda incapacidad para el canto, Rafaelito siempre figuró en las menciones de honor y en las listas que adornaban los dilectos alumnos de colegios de pago.
Las etapas sucesivas las cubrió Rafaelito en un santiamén, convertido prematuramente en un hombre de respeto, y en profesor de Física y Química de un renombrado Instituto.
Sólo una tacha empañaba la figura de aquella especie de boxeador de los pesos pesados de las Ciencias, con un cierto parecido a Richard Gere: su increíble timidez.
Un pequeño defecto que a nadie molestaba, a no ser al propio interesado y a sus compañeros de evaluación, quienes día a día notaban cómo aquel insignificante lunar se iba transformando inevitablemente en un cáncer, y en una de esas extrañas formas de sadismo que tan abundantes son entre individuos que se aburren.
El “¡Ñaca! ¡Ñaca!”, acompañado de la correspondiente gesticulación de los brazos hacia atrás, se convirtió en el ritual de baile, o en la haka maorí,con el que Rafaelito saludaba el suspenso de algunos de sus alumnos; porque, pocos minutos después, y a la hora de cantar las notas en alta voz, la tensión intimidatoria del Sr. Marqués se transformaba súbitamente en aquel otro eslogan bélico─ erótico de “¡Leña al mono, que es de goma!”, ante la estupefacción de quienes le querían hacer pasar por un individuo refinado y cortés.
De modo tan singular D. Rafaelito de Pedraza y Agromonte venía a ser la demostración empírica de que sin el apoyo espiritual de una tropa, y sin la gastronómica complicidad de una madre, cualquier individuo puede optar al título de don Nadie, de cenizo y de gilí, o simplemente al de comprador compulsivo,de aquéllos que todo lo relacionan con el precio, el rédito y el interés.
Que lo que más apreciaba en la vida el Excelentísimo Sr.Maestrante, amén de su querida madre y de sus títulos de nobleza, era solo lo que se podía comprar: su estilográfica azul y su reloj de pulsera.
El reloj era un Carrera Cronógrafo, de la suiza TAG Hauer, con mecanismo de cuerda manual, caja de oro, y pulsera de piel de cocodrilo, valorado en cuatro mil quinientos euros.
La pluma, una Visconti Titanic, de edición limitada, y moteada en bronce y azul, que era la elegancia italiana que mejor se adaptaba a un buen traje, y que se podía adquirir por unos seiscientos euros del ala.
Coche, traje, zapatos y billetera entraban también en una larga relación de caprichos con que gustaba de regalarse el pobrecito infeliz, que se calificaba a sí mismo como individuo de izquierdas.
Lo que no acababa de tener, sin el concurso de un lila, era el arrojo suficiente para galantear a una joven, de ésas que son la envidia de casados, la perdición de los hombres y la guinda de un buen pastel.
Algo así le hizo saber don Francisco de Quevedo, la figura del donaire del escalafón de las Letras, que hasta se atrevió a decir, para escándalo de solteros:
─ Pues para la próxima fiesta que hagamos todos han de venir con su mitad, sea cual fuese su orientación sexual. No se lepermitirá la entrada a quien venga desparejado.
Y lo que pretendía ser un mal chiste fue tomado a rajatabla por tan tedioso candelabro, que ya por entonces se había marchado a vivir a un hotel para poder desprenderse de la tutela materna, y del enojoso cartel de pisaverde, y de mamón.
Y la fiesta llegó, y no hubo nadie que acudiera sin su compañía habitual.
Y de todos los presentes la que más lindezas recibió fue Bianca, la exótica rubia agregada a Rafael.
Allí era de ver, entre los hombres, las expresiones de cariño hacia el avispado compañero, las no simuladas sonrisitas entre ellos, y los golpecitos de codo en el costillar de sus vecinos:
─ ¿Ha visto usted qué mujer? ¡Y qué bien puesto lo tiene todo!
─¡Una señora de una vez, de las que a todos nos conviene, y no solo a Rafaelito!
─ ¡De las de llegar y besar el santo!¡Porque hay que ver la suerte que algunos tienen!
Expresiones de tal calibre colmaron el vaso de la moral de un Rafaelito siempre tímido, hasta el punto de no admitir ni una gota más de miel.
Y desde aquel preciso momento el individuo circunspecto, de pocas palabras y gestos, y de mirada poco franca e inexorable, se transformó en un pletórico Macías, en un orador de brillante labia, capaz de aguantar unafrase insinuante, yuna mirada turbadora; o deconchabar a una perdiz.
Y transcurridos unos meses de zalamera pasión Rafaelito se lanzó a la aventura de casarse.
Y la suerte le duró tan solo minutos después del enlace, el tiempo que se tomó su mitad en meterle en cintura, y en exprimirle como un limón.
Porque una semana después de comprometerse ante el altar, Rafaelito se presentó en la casa de Quevedo, para referir a aquél sus múltiples infortunios, y para le invitase a permanecer unos días allí, lejos de la humillación que venía sufriendo.
Llegaba temblando de miedo, y con las aparatosas señales de haber sufrido el impacto de algunos objetos duros, o bien de los puños de acero del novio de su mujer.
Porque tenía que aclararle que antes de apodarse Bianca su señora se llamó todos esos nombres tan difíciles con los que señaló el escritor Camilo José Cela a las izas, rabizas y colipoterras que despliegan tamañas artes para beneficio de un chulo.
─ ¿Y sabiendo todo esto ─preguntó, con mucha lógica, don Francisco─ cómo fue que se te ocurrió casarte?
─ Lo hice ─respondió Rafael, entre lágrimas y suspiros─ porque tú mismo me dijiste que no estaba permitido entrar sin acompañante en las fiestas del Instituto, y que a mi edad ya convenía encontrar una mujer. Y, siguiendo tu consejo, lo hice, y la localicé en un anuncio de “chicas de compañía”.
Ante tan singular declaración don Francisco no dudó en ofrecer una habitación al amigo, y en acompañarle hasta la comisaría más cercana, donde se formuló la correspondiente denuncia, pese a la hilaridad general de los policías que la atendieron.
Divulgada al poco tiempo la noticia algún desapegado compañero de trabajo de Rafaelito no pudo menos que sonreír, mientras repetía con gesto soez la frasecita de marras que ya nunca más Rafaelito se atrevería a repetir:
─ ¡Leña al mono, que es de goma! 
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