16 de octubre de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Un día de “Todos los Santos”

“¿PARA QUÉ VIVIMOS, SI EL VIENTO TRAS NUESTROS ZAPATOS YA SE ESTÁ LLEVANDO NUESTRAS ÚLTIMAS HUELLAS? (Stefan Zweig)

Un día de “Todos los Santos”
Un día de “Todos los Santos”
A los tres meses del fallecimiento de su mujer, un día 1 de noviembre, día de “Todos los Santos”, don Antonio Machado Ruiz toma posesión de su Cátedra de Francés en el Instituto de Baeza:
─ Heme aquí ya, profesor de lenguas vivas (…)/ en un pueblo húmedo y frío,
destartalado y sombrío, entre andaluz y manchego./ Invierno. Cerca del fuego.
Fuera llueve un agua fina, / que ora se trueca en neblina, / ora se torna aguanieve.
A sus treinta y siete años el hijo de don Antonio Machado Álvarez, “Demófilo”, y de la trianera Ana Ruiz,ha tenido que pasar por momentos dolorosos, como la pérdida de su padre, y la de su amada Leonor Izquierdo, de tan solo dieciocho años de edad:
─ Soñé que tú me llevabas/ por una blanca vereda/ en medio del campo verde,/ hacia el azul
de las sierras,/ hacia los montes azules, una mañana serena./ Sentí tu mano en la mía, / tu
mano de compañera,/ tu voz de niña en mi oído/ como una campana nueva,/ como una
campana virgen/ de un alba de primavera./¡Eran tu voz y tu mano,/ en sueños, tan
verdaderas!.../ Vive, esperanza, ¡quién sabe/ lo que se traga la tierra!
Hay una facultad no racional del hombre ─ le escribe su amigo Unamuno─ capaz de reflejar la realidad; de ahí la importancia del sueño en la poesía machadiana.
Pero es en ese año crucial de 1912, en que el poeta sevillano confiesa a Juan Ramón Jiménez que “pensé pegarme un tiro”, cuando saldrá a la luz un precioso libro de poemas ─“Campos de Castilla”─, que dará sentido a su tristeza y que le hará confirmarse como uno de los mejores poetas de nuestra literatura.
Por lo demás, la aventura quijotesca de Baeza más que ayudar a restañar sus heridas le vendrá a desvelar la realidad de una sociedad rural “encanallada por la Iglesia”, en la que “el hombre del campo trabaja y sufre resignado o emigra en condiciones tan lamentables que equivalen al suicidio”, y en la que se vive mucho de las apariencias:
─ A primera vista parece esta ciudad mucho más culta que Soria, porque la gente acomodada
es infinitamente discreta, amante del orden, de la moralidad administrativa y no faltan
gentes leídas y coleccionistas de monedas antiguas. En el fondo no hay nada.
Difícilmente se puede ser combativo en una sociedad en la que “no pasa nada”; en la que todo quisque procura que se le respete la poltrona, y se le deje vivir con sus mentiras; pero, aún así, Antonio hace valer su opinión acerca de una sociedad “poblada de mendigos y de señoritos arruinados en la ruleta”, donde no hay más de una librería:
─ La España de charanga y pandereta, / cerrado y sacristía,/ devota de Frascuelo y de María,/
de espíritu burlón y de alma quieta,/ ha de tener su mármol y su día,/ su infalible mañana y
su poeta.
En la mitad de su vida Antonio se para a meditar.Lejos queda París, la ciudad cosmopolita donde conoció a Rubén Darío y a Oscar Wilde; lejos el germen ilustrado que el círculo krausista sevillano, aglutinado en torno a las figuras de don Antonio Machado Núñez y del clérigo exclaustrado don Fernando de los Ríos, plantara en la ciudad del Betis; lejos la actitud combativa de su padrecontra la monarquía; lejos la ternura de don Fernando, el sabio que le enseñó a pensar, y que “hizo tantos maestros como discípulos tuvo”; lejos sus recuerdos de infancia, y las“imágenes de luz y de palmeras” de su ciudad natal; lejos su “juventud nunca vivida”...
Y cerca, muy cerca, la tertulia en la rebotica de Almazán, la monótona vida de profesor, y el “Inventario galante” que le sugiere su amada, “una canción que deje cenizas en los labios”:
─ Tus ojos me recuerdan/ las noches de verano/ negras noches sin luna,/ orilla al mar salado,/
Y el chispear de estrellas/ del cielo negro y bajo./Tus ojos me recuerdan/ las noches de verano./ Y tu morena carne, / los trigos requemados,/ y el suspirar de fuego/ de los maduros campos.
Sólo la elucubración filosófica, y el diálogo consigo mismo, le acompañarán en sus paseos por el Camino San Antonio, por donde el poeta recorre los 9 kilómetros que le separan de Úbeda, con la única finalidad, dice, de comprar cerillas.
Y allí, en medio del camino, el paisaje. Que “lo poético es ver”.
El paisaje, y el paisanaje: la constatación personal de que la vida supera al arte, y de que el hombre es una motita de polvo en el tiempo, en un continuo fluir.
Para él, como para los krausistas de la Institución Libre de Enseñanza, conocer el paisaje es aprender de las leyes que rigen el funcionamiento interno de la vida; el conocimiento geográfico, la base de todo proyecto educativo; y el contacto con la naturaleza, el punto de partida para la regeneración del individuo y del país.
Por ello el poeta observa y razona sobre cada nuevo detalle que resulta revelador.
No le pasa desapercibida la leyenda popular que habla de una lechuza que entra en la catedral para beber aceite del velón de Santa María, y que está en la línea folclórica que cultivaran su padre y don Francisco Rodríguez Marín.
La Arquitectura y la religiosidad popular, englobadas en el paisaje.
Un paisaje real, que es también interior; una educación sentimental que muchos de nosotros bebimos de esa lectura, siendo muy niños aún:
─ Sobre el olivar, / se vio la lechuza / volar y volar.
Campo, campo, campo. / Entre los olivos,/ los cortijos blancos.
Y la encina negra,/ a medio camino/ de Úbeda a Baeza.
Por un ventanal,/ entró la lechuza/ en la catedral.
San Cristobalón/ la quiso espantar, / al ver que bebía
del velón de aceite / de Santa María.
La Virgen habló: / Déjala que beba, / San Cristobalón.
Sobre el olivar, / se vio la lechuza / volar y volar.
A Santa María / un ramito verde / volando traía.
¡Campo de Baeza, / soñaré contigo / cuando no te vea!
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